Soy Pato. Vivo en la zona sur del conurbano. Fui criada en una familia clase media en donde sólo mi papá trabajó siempre; mi mamá se dedicó a la casa, a la familia, a las vacaciones, a las compras, al colegio, a los médicos, a los regalos, a los modales, a la comida, a los deberes... Casi todo estaba decidido por mi mamá. Yo no me sentí identificada con ese modelo. Pero... no se puede renegar de lo que se hereda, y sí: la loca independiente que se negaba a ser madre y dirigente de su pareja no pudo con su negativa y terminó reconociendo que todo lo que repudiaba es lo que soy... y que los modales y la cultura no están al pedo, que todo aquello que nos formó es lo que somos, que pensé que se podía ser esposa sin tener que aplicar condiciones pero no funcionó y, todavía, no tengo claro si el avanzar por avanzar es crecer.

Yo quiero que me paguen aunque tenga que darles “el dinero” para que guarden en su billetera. Me gusta que el hombre me invite. No estoy preparada para mantener a un hombre porque no gano suficiente. Además, creo que el hombre no es administrador y, si lo es, resulta tacaño, porque también puedo hablar de eso... Mi realidad dice que admiro a mis padres, pero vivo una cultura actual de personas independientes, con nexos comunes: sexo, aliento, buenas ondas, compromiso afectivo, proyectos comunes pero no familia. Hoy, para mí, la familia está démodé... Ojo, es una mierda lo que digo, porque no hay mejores momentos de mi vida que esos: “los démodé”.

Yo quiero que mi hija viva los carnavales que yo viví, las tardes-noches en la vereda, las miradas cara a cara. ¿Y qué nos pasó? Mi experiencia es un caso tan real como el del resto. Me decidí y me separé y estoy acá, viviendo, pensando que puedo mantenerme sola y que no puedo vivir sin un hombre... ¡Qué difícil se vive en los 2000! Escucho todo y lo único que quiero es aprender a vivir.