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Viernes, 20 de noviembre de 2009

INTERNACIONALES

Lejos del paraíso

Luego de su casi linchamiento en una universidad paulista, la estudiante Geysa Arruda fue reincorporada al establecimiento que la expulsó por usar minifalda. Tres especialistas brasileñas se refieren al caso que conmocionó a la opinión pública y también a la moral sexual del país, que contrasta con el mito de paraíso erótico alimentado por el turismo.

 Por Milagros Belgrano Rawson

Nadie se lo esperaba. Para muchos, el caso de Geysa Arruda, la estudiante paulista expulsada –aunque luego reincorporada– de su universidad por portación de minifalda ocurrió en el país equivocado y no en la cuna del carnaval y del bikini “filo dental”, identidad brasileña y que en los años ‘70 catapultó sus playas como uno de los destinos turísticos más atractivos del mundo. Sin embargo, para sorpresa de la prensa mundial, a fines de octubre pasado una estudiante de 20 años fue víctima de una bravuconada adolescente que degeneró en un cuasilinchamiento colectivo en una facultad privada de las afueras de San Pablo. Basta remitirse a YouTube, donde se colgaron decenas de copias del video capturado con un teléfono celular, para ver la escena que, parece salida de una novela de Hawthorne, con hordas de estudiantes gritando “Puta” a una jovencita en minifalda rosa que se escurre por los pasillos del establecimiento hasta dar con un aula en la que se encierra con unas compañeras. De allí saldrá bañada en lágrimas, tapada pudorosamente y escoltada por la policía. En vez de castigar a los que la violentaron, la universidad expulsó a la muchacha por exhibir “una actitud incompatible con el ambiente universitario”, como indicó ante los medios el abogado del establecimiento.

“¿Acaso Brasil regresó a los años ‘60, cuando vestir minifalda era considerado un pequeño acto político contra el gobierno militar?”, se interrogaba el corresponsal de la revista inglesa The Economist, sorprendido por esta inesperada reacción puritana. Como muchos, el periodista se preguntaba qué fue de ese mito explotado hasta el hartazgo por la industria turística, el de la garota desinhibida, que baila en la playa semidesnuda sin ningún complejo, y el de los hombres que la idolatran. Bueno, según la antropóloga brasileña María Luiza Heilborn se trata precisamente de eso, de un mito. “Generalmente se piensa que los brasileños son un pueblo quente, siempre dispuesto a hacer de todo en la cama”, afirma la especialista en un trabajo publicado en el 2006 que echa por tierra esa ficción de cuerpos bronceados y dotados para el sexo, el baile y el fútbol. Se trata, escribe la coordinadora del Centro Latinoamericano en Sexualidad y Derechos Humanos de Río de Janeiro, de un imaginario que se remonta a la época de la conquista, cuando Brasil representaba, para los portugueses, “una tierra sin rey y sin ley”, donde los nativos ofrecían sus mujeres a los forasteros.

En la actualidad, esa fábula fue captada por la propaganda turística, que promueve un paraíso sexual que se presenta también como “gay friendly”, aunque sólo en el 2008 la homofobia, muy extendida en algunas zonas del Brasil, se cobró 200 vidas. En diálogo con Las12, la antropóloga Marina França afirma que “las normas tradicionales y sexistas todavía marcan la sociabilidad brasileña”. Como a muchos y muchas, a França la sorprendió lo sucedido en la Universidad Bandeirante (Uniban). Sin embargo, esta investigadora que pertenece al Laboratorio de Antropología Social fundado por Claude Lévi-Strauss en París, afirma que, aunque en dimensiones menores, esta escena se repite con frecuencia en Brasil: allí la homofobia y la dicotomía entre las “mujeres bien” y las “putas” están muy presentes en los chistes de los jóvenes. “Hay que abandonar la idea de un país homogéneo en lo que concierne a las costumbres, la moral y la religiosidad”, indica por su parte a Las12 Vera Veiga, profesora de Comunicación en la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG). “Brasil es un país marcado por las diferencias: hay gente muy liberal, pero también la hay muy conservadora. Las imágenes del carnaval y el bikini no representan a todo el mundo y, además, tampoco indican que exista una relación realmente abierta y natural con los cuerpos”, sostiene. De hecho, como afirma França, en ese país los cuerpos y la sexualidad femenina son con frecuencia astutamente controlados. Es cierto, dice, que a los hombres brasileños les gustan las “chicas fáciles”, que muestran su cuerpo y su sensualidad, pero enseguida estas mujeres son etiquetadas: “No son las mujeres con las que uno se casa o con las que se desea compartir una clase universitaria”. “Porque exponer el cuerpo fuera de los lugares programados para hacerlo es percibido como algo vulgar. Ya lo afirmó Gail Pheterson: el estigma de puta pesa por sobre todas las mujeres”, recuerda França. Y observa que en las entrevistas que Geysa concedió a los medios, se ve su casa, muy simple y ubicada en la periferia. “Creo que hay una relación con la clase social porque una mujer pobre tiene más chances de ser catalogada como vulgar que una mujer elegante de la alta sociedad que decide resaltar sus atributos poniéndose una minifalda.”

Después de lo sucedido, algunos estudiantes aseguraron que Geysa “se la buscó”, exactamente la misma lógica utilizada para acusar a las mujeres violadas vestidas con prendas escotadas o cortas, indica Marina França. “Felizmente Geysa termina por rechazar las tentativas de control de su comportamiento y reitera su alegría por vestirse con ropa con la que se siente bien”, evalúa la antropóloga.

En cuanto al tratamiento del caso por parte de los medios, si bien, como indica Veiga, “los canales de TV se hicieron un festín” y ahora Arruda es casi una celebridad –la revista Playboy le ofreció protagonizar la tapa de su próximo número–, hay que decir también que todos los discursos mediáticos fueron unánimemente críticos con lo que ocurrió. “En Internet, el tema invadió los blogs y a los twitters. Se podría afirmar que fue en la red donde se desató la reacción pública, seguida por las manifestaciones e incluso la intervención del Ministerio de Educación. Al final, Uniban tuvo que anular su decisión de expulsar a la estudiante, que por otro lado fue invitada por otras universidades a inscribirse”, relata Veiga. Final feliz para una historia muy alejada del Brasil mítico y democrático de la “Garota de Ipanema” alimentado por los medios y la industria turística.

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ESTUDIANTES DE LA UNIVERSIDAD DE BANDEIRANTES, EN APOYO A SU COMPAÑERA.
Imagen: AFP
 
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