Viernes, 4 de diciembre de 2009 | Hoy
TEATRO
José María Muscari, director, dramaturgo y actor, reflexiona en Escoria sobre lo efímero de la fama y el uso y abuso que hace –en este caso la televisión– de las personas. “El residuo que queda en el cuerpo del que fue o es famoso y adentrarme en el dolor de lo que significa ser relegado de lo que vende o es moda.”
Por Sonia Jaroslavsky
El tema de la fama y el de los cuerpos –en especial el de las mujeres– es algo recurrente en su poética desde sus primeros trabajos. En Desangradas en glamour o Pulgarza desde la ficción ya hablaba del “ser famoso”. En esta ocasión, Escoria –que aterriza en el sótano del Teatro del Pueblo– se vale de la no representación para esgrimir las vidas escoriadas de un elenco integrado por una curiosa variedad de artistas, que fueron éxito de la caja boba abarcando el período de fines de los ’70, los ’80 y el comienzo de los ’90. De este modo, el espectáculo, no sólo expone las vidas de estos artistas que proyectan en escena sus fantasmas, su melancolía, su rabia y su arte sino que en su devenir instala una reflexión acerca de la industria, y al mismo tiempo, el tránsito por diferentes episodios de la historia argentina, que presenta en lo que muestra y en lo que oculta toda una posición política al respecto. El teatro de Muscari siempre pone en evidencia, a partir del desborde de los cuerpos, el goce, la sensualidad y la espontaneidad, que caracterizan sus puestas, el devenir y la crítica hacia la industria cultural.
“Acá el tema era hablar de la fama desde el dolor real de ya no ser o quedar relegado. Pero no me interesaba abordarlo desde el manifiesto, ni desde el biodrama ni lo testimonial. Aquí todos los límites están muy mezclados, borrados”, aclara el director. Para anclar el trabajo sobre lo real y la fantasía propuso la excusa argumental de una fiesta de cumpleaños. Dino Escoria es el nombre de un supuesto productor, que este grupo de actores espera para homenajearlo por su cumpleaños. Su llegada se aletarga y es así como entre globos, guirnaldas, vasitos de cumpleaños y papas fritas que convidan al público comienzan a filtrarse –a modo de catarsis personal– las tristes, solitarias y finales historias de estos artistas. “Todos fantaseamos con que venga alguien y nos salve la vida y un poco ese es el mecanismo de la obra. Pero como ese productor es un espejismo, un fantasma, una proyección, estos diez actores dejan que su vida se les empiece a colar entre los festejos del cumpleaños. Me resultaba interesante, melancólico y patético investigar estos ritos”, agrega Muscari.
Ver a Julieta Magaña interpretar una y otra vez la canción La batalla del movimiento, como si la repetición fuera ese gesto de pararse en el presente, con una banda de espectadores que se vuelven niños en ese encuentro. O Gogó Rojo, con su sensual porte, coreografía con su cuerpo de hoy, donde las arrugas sólo muestran la experiencia, la vitalidad y la calidad de su arte. Una y otra vez, el pequeño televisor, retrotrae a un sinfín de tiras de la tarde, donde la Bernard hacía uso y abuso de su condición de “gordita buena de teleteatro” y solamente hoy mostrará que también puede ser malvada. Cristina Tejedor expone un extracto de escena de telenovela donde desgaja sus dotes de actriz dramática en toda su potencia escénica. Noemí Alan grita a cuatro vientos que ella no sabía –que tenía tan sólo veinte años– que el que estaba al lado de ella y Adriana Brodsky era nada más ni nada menos que el más grande represor que tuvo la dictadura: el Tigre Acosta –a propósito de la famosa foto publicada que la dejó sin trabajo–. Paradojas de la industria cultural donde lo que estaban insertos en la caja boba no sabían o no querían ver, tanto como los que estaban fuera y se entretenían, mientras desaparecían nada más ni nada menos que 30.000 personas.
Con un elenco integrado en su mayoría por mujeres, se exponen una variedad de cuerpos que fueron de culto. Desde Marikena Riera –la más jovencita recordada por sus interpretaciones como antagonista de Andrea del Boca– hasta Gogó Rojo –vedette del teatro de revistas y hermana de Ethel– se encuentran casi todas las generaciones. “Está bueno pensar la escoria no como algo de la vejez sino como algo atemporal. Creo que la tele es muy cruel en general pero mucho más con la mujer y su cuerpo. El espectáculo lo denota. Es una mujer (Liliana Benard) la que toma la determinación que desemboca el final trágico de la obra. Es una mujer la que hace alegato político (Noemí Alan), es una mujer (Marikena Riera) la que enfrenta y hace pensar qué es la fama. Es la mujer (Gogó Rojo) la que expone su desnudez. La mujer es reina, ama y señora en mis obras y en Escoria también.”¤
Escoria. Viernes y sábados a las 21 y 23. Teatro del Pueblo. Av. Roque Sáenz Peña 943. Reservas: 43263606 / 43942639. Entradas: $ 40 y $ 25 (descuentos a jubilados y estudiantes con acreditaciones).
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