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Viernes, 11 de diciembre de 2009

INTERNACIONALES

Michelle, ma belle

La ensayista chilena Nelly Richard –editora de la ya mítica Revista de Crítica Cultural (1990-2008)– analiza la impronta que dejará la gestión de Michelle Bachelet al frente de la presidencia de Chile, valorando sobre todo su influencia simbólica sobre el movimiento feminista y de mujeres.

 Por Veronica Gago

Hay un itinerario del feminismo chileno que permite una mayor comprensión del momento actual, ¿verdad?

En Chile, durante las luchas contra la dictadura, los movimientos de mujeres juegan un rol completamente protagónico. Hay una figura clave que es la de Julieta Kirkwood. Una socióloga que mezcla lo político y lo teórico para, desde Flacso, introducir los temas de género en el debate de la renovación socialista que precede a los años de la reapertura democrática. Durante la dictadura militar, el feminismo libera una energía suelta, provocativa y vigorosa, que interpela el discurso ortodoxo de la izquierda militante y renueva la cultura socialista. Pero en los años de la transición esta energía contestataria del feminismo se ordena y se recicla. Por un lado, se formaliza académicamente en los estudios de la mujer o de género que se van instalando en el ámbito universitario, con todo lo que esto significa de legitimación académica de saberes hasta entonces marginados pero con el costo, a la vez, de una domesticación institucional. Y, por otro lado, el sociologismo de género se traslada a las ONG o bien colabora con el Estado en ministerios dedicados a la confección de políticas públicas. Se produce, entonces, un doble efecto de conversión funcional y desactivación crítica de los flujos contestatarios del feminismo chileno. La transición entera en Chile actuó como un dispositivo de neutralización y, en el caso del feminismo, fue también notorio.

¿Qué significa Bachelet entonces?

Antes de ser presidenta, ella fue nombrada por el presidente Ricardo Lagos como ministra de la Defensa. Es un gesto muy emblemático de parte de Lagos, que coloca a una mujer en un ministerio eminentemente masculino, el de las Fuerzas Armadas, pero que además la nombra a ella en tanto hija de un militar torturado. Así Lagos usa el signo de una mujer para armar un cierre alegórico de la transición como reconciliación. Cuando Bachelet asume, ocurren en las calles situaciones memorables. El hecho de que el día de su asunción en el gobierno se vendían en las calles unas bandas presidenciales que se daban a las mujeres significó el ejercicio festivo y paródico de una ciudadanía que se repartía el poder entre quienes habían sido tradicionalmente excluidas de su ejercicio y dominio. Fue como si el “todas íbamos a ser reinas” de Gabriela Mistral se hubiera hecho carnaval el día de la asunción de Bachelet. Cuando después se asoma la presidenta al balcón presidencial de La Moneda, aparece una figura de mujer sola con tres hijos, de distinto padre, que desarticula el mito familiarista de la pareja. Quizá las transformaciones de lo que significa una presidenta mujer haya que leerlas más a nivel del imaginario simbólico-cultural que de la política tradicional. Son cambios más difusos pero no por eso menos penetrantes.

Luego está su política de la paridad...

Instalar la fórmula de lo paritario a nivel de ministerios fue un gesto muy contundente para Chile. Salvo que la propia Bachelet fue contribuyendo a que se diluyera ese gesto audaz, al haberle quitado contundencia política y radicalidad discursiva en las sucesivas puestas en escena de sus posteriores cambios de gabinete. Como también el feminismo perdió protagonismo como voz crítica en la esfera pública, producto de los reciclajes normalizadores que mencionaba antes, el gesto de lo paritario no alcanzó a revestir la importancia política que debería haber tenido. También sabemos que nada es tan simple: que la fórmula de lo paritario es también rebatible; que no basta con ser mujer en el ejercicio de un cargo público para elaborar políticas de género; que la visibilidad de las mujeres en los puestos de autoridad no significa de por sí una transformación de la simbólica del poder dominante ni tampoco la transgresión institucional de un modelo totalitario de concebir y practicar la política, etc. Todo esto es muy complejo, pero de cualquier modo el gesto de lo paritario que elaboró Bachelet no recibió la atención analítica y política que se merece un gesto de este alcance en una sociedad tan marcadamente masculina como la que es gobernada por la actual clase política.

¿Cómo se la ve hoy?

Comparado con los inicios de su gobierno en los que se repetía prejuiciosamente que ella no estaba a la altura del compromiso de gobernar (que le faltaba liderazgo y autoridad), es muy interesante –y no sólo para las mujeres– que esté terminando su gobierno con un 74% de aprobación. Los analistas atribuyen su alza de popularidad al buen manejo de la crisis económica, y también a sus políticas de cobertura social. Es curioso cómo el imaginario chileno vuelve a proyectar en la presidenta mujer la imagen doméstica de la dueña de casa que ha cuidado el presupuesto familiar con máxima prudencia y sensatez y que, a la vez, ha generado beneficios de cuidado y asistencia a la sociedad entera tomada como una familia. Todo esto puede resultar muy engañoso a nivel de lecturas. En todo caso, sigue todavía pendiente el tema de la justicia y la verdad en cuestiones de derechos humanos: lo suficientemente pendiente como para que esta imagen armoniosa de un modelo nuevamente familiar (la presidenta-madre y la presidenta-dueña de casa) se vea siempre amenazada por el recuerdo latente de lo mutilado y lo trunco.

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