Viernes, 11 de diciembre de 2009 | Hoy
CINE
En tono de comedia dramática, Away we go –el último film de Sam Mendes que se espera para el verano en Argentina– alumbra madres un poco tiernas, un poco freaks, tal como suelen ser las madres.
Por Guadalupe Treibel
Pareciera que el realizador británico Sam Mendes no logra superar su obsesión con el lado b de la familia. Desde que hizo trizas los suburbios yanquis en 1999 con Belleza Americana, el grupo primario se volvió fuente de múltiples recursos. Y épocas. Porque en 2008 repitió la fórmula de pareja en crisis situando el amor en los ’50. El gran sueño americano, al tacho. Y, dicho sea de paso, el rol femenino de ama de casa feliz, también. Ahora, el marido de Kate Winslet vuelve al ruedo con una producción menor que, desde el humor, pone bajo la lupa (una lupa satirizada, claro) las diferentes formas de maternidad/paternidad en la Estados Unidos post Pequeña Miss Sunshine.
Con el título Away we go, el film —estrenado en España hace unas pocas semanas, con fecha de lanzamiento a principios de 2010 en Argentina— presenta a una pareja de hipsters (treintañeros de clase media, pseudo liberales sin interés en la estética cultural predominante) que, a la espera de su primer hijo, viajan por diferentes estados para decidir dónde asentarse y empezar la familia. ¿Los lugares elegidos? Donde sea que haya un amigo, familiar o pareja conocida. No vaya a ser que tengan que criar a la criatura ellos solos...
Más allá del disparador (poco creíble), la anécdota sirve de excusa para presentar una paleta de personajes que, de una manera u otra, ayudan a recorrer posibles madres norteamericanas. Y si algunos clichés están a la orden del día, la crítica fundamentalista no debería olvidar que una cosa es ser efectista y otra muy diferente, efectivo.
Pues bien, a los hechos... Burt (John Krasinski, el buenazo Jim de The Office) y Verona (Maya Rudolph, conocida por Saturday Night Live) están juntados, son freelanceros y se acaban de enterar de que van a tener un bebé. Pasan los meses y están contentos; no por eso, ella está obnubilada con el supuesto “período más feliz de la vida de una mujer”. Se siente bien, sí, pero no le da mayor importancia y tampoco evita preguntarse cuánto tiempo más deberá sentirse ridícula. El la acompaña relajada y cariñosamente, sin recetas paternalistas. “Deberíamos pelearnos más”, pide ella, negada al casamiento. El simula una puteada.
Con todo, en la búsqueda por el sitio correcto de crianza, la primera parada es Phoenix y los “amigos” Lily y Lowell, una escandalosa mujer capaz de largar sentencias un poco... traumáticas frente a sus dos hijos (“Casi dejo a mi marido una docena de veces”) y su esposo paranoico, inventor de conspiraciones. ¿Otra locación? Madison, donde vive la liberal prima Ellen, una naturista vegetariana, prosexo libre, anticochecitos, New Age, que le da la teta a cuanto hijo (de otras mujeres) se le cruce y cita a Simone De Beauvoir por deporte (claro que la actriz a cargo de ponerle el cuerpo no podía ser otra que “la secretaria” Maggie Gyllenhaal). Finalmente está Montreal, donde sus ex compañeros de facultad, Tom y Munch, no paran de adoptar y esconden —traumáticamente— varios embarazos perdidos. En la enumeración geográfica, el pantallazo maternal también suma una madre abandónica o una —apenas mencionada— madre que falleció cuando sus hijas eran adolescentes.
Del panorama, la receta que sale es simple: Hogar es donde está la pareja enamorada, sí. Pero lo interesante de Away we go no es el final predecible, sino la humorada sensible que —con música de cantautor (mucho Alexi Murdoch para aclimatar estados y Estados)— logra un retrato cariñoso de 98 minutos sobre crecer juntos, donde la cotidianidad y ¿camadería? logradas por un Krasinski barbudo y una bonita Rudolph valen el roadtrip, la melancolía, los freakismos coleccionables y la luz al final del túnel. Y que a Mendes no le salte la térmica con otra familia norteamericana ya es, en principio, una novedad digna de echarle una mirada.
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