Sábado, 26 de diciembre de 2009 | Hoy
PANTALLA PLANA
Exquisita función de ópera sabatina sobre los locos amores de Dido, la legendaria reina de Cartago, capaz de zafar con ingeniosos trucos y de fundar ciudades, que se inmoló cuando fue abandonada por su amante Eneas.
Por Moira Soto
Hoy, sábado post-Navidad, cuando los efluvios del champán, la sidra y otras bebidas burbujeantes comiencen a desvanecerse, quizá sea el momento ideal para regalarse la visión y audición de una preciosa ópera breve (55’) del británico Henry Purcell, interpretada nada menos que por Les Arts Florissants bajo la conducción de William Christie, que se pasa por Film & Arts. Tres actos de lo más barrocos protagonizados por Stéphanie d’Oustrac, Nicolas Rivenq, Sophie Daneman y Gaelle Méchaly. Todos/as ataviados por suntuosos trajes del XVIII que no desdeñan ni el verde flúo ni el amarillo oro, con la firma de Christian Dior, bajo la régie de Vincent Broussard.
Personaje femenino descollante de la mitología griega (luego adoptada y adaptada por los romanos), Dido aparece en distintas versiones antes de que Virgilio (en el 29 a.C.) le cediera un espacio en La Eneida, al intercalar la corta pero muy intensa historia de amor del héroe de tantas aventuras. Todo parece confirmar que, en un principio y allá lejos, el rey de Tiria tenía dos hijos: Pigmalion (que no es el rey de Chipre cuya estatuita de marfil cobra vida y es llamada Galatea) y Elisa, nombre tirio de Dido. Este Pigmalion, que nunca fue trigo limpio, asumió el reinado todavía niño, mientras que Elisa se casó con un rico sacerdote de Heracles, segundo en jerarquía después del rey. Codicioso e inseguro, el joven soberano hizo matar a su cuñado para quedarse con sus tesoros. Pero Eli era una chica sumamente despabilada y antes de que el hermano reaccionara ya se estaba escapando con el botín en varios barcos, seguida por unos cuantos descontentos por los manejos de Pigmalion, a quien la vivaracha viuda frenó arrojando bolsas de arena al mar y haciendo correr la voz de que se trataba del oro...
Después de algunas escalas –la vida de esta gente mitológica es siempre muy complicada–, Dido y sus acompañantes desembarcaron en las costas africanas. Rauda y previsora, la joven pidió al rey del lugar un terrenito donde establecerse. El, creyéndose muy sagaz, le propuso el espacio que abarcara una piel de buey. Dido cortó en tiras finísimas la piel del citado animal, las unió y rodeó una amplia extensión de tierra. Dejando de lado la versión que sostiene que para no matrimoniarse con el rey que la presionaba, Dido optó por lanzarse a una pira, pasemos a la de Virgilio, que es la que inspiró la ópera de Purcell, sobre adaptación con licencias del poeta Nahum Tate. En La Eneida, el héroe hijo de Afrodita y Anquises, protegido por los dioses a quienes acata, naufraga en Cartago (la ciudad que había fundado nuestra arrolladora Dido, coronándose reina). Hospitalaria total, ella lo acoge gentilmente, lo agasaja y no demora en caer enamorada. Con algunas variaciones respecto del original virgiliano, en la obra de Purcell, Eneas le corresponde y se convierten en felices amantes. Pero al viajero se le aparece un mensajero de los dioses y le recuerda que ha de cumplir su destino de fundar una ciudad lejos de allí (la futura Roma). Tironeado entre la pasión y el deber, Eneas, hombre al fin, obedece el mandato. Le anuncia a Dido que ha de partir, ella se desespera y se atreve a desafiar a los dioses, pero no hay tu tía: el hombre se marcha. Una vez sola, ella decide suicidarse entonando un tristísimo lamento donde le pide a su confidente Belinda que no se olvide de ella, pero sí de su final...
Este mito ha fascinado a lo largo del tiempo a pintores y poetas (en la imagen, el cuadro de Tiepolo). Vale avisar que antes de Dido y Eneas se pasa otra joyita breve, el Acteón de Marc-Antoine Charpentier, ópera pastoral sobre el tremendo infortunio del joven de la familia real de Tebas, Acteón, quien por puro azar descubre maravillado a Artemisa dándose un chapuzón en el río. Es sabido que esta diosa vengativa tenía prohibido ser vista desnuda por un mortal: así fue que convirtió al inocente mirón en un ciervo que rápidamente fue despedazado por la jauría que seguía a esta diosa cazadora. Se trata también de una interpretación de Les Arts Florissants, con Paul Agnew y –otra vez– Sophie Daneman.
Acteón, sábado 26 a las 10 y a las 18, y el miércoles 30 a las 14 y a las 19. Dido y Eneas, sábado 26 a las 12 y a las 20, y el miércoles 30 a las 16 y a las 21, en ambos casos por Film & Arts.
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