Viernes, 22 de enero de 2010 | Hoy
INTERNACIONALES
A pocos meses de la Copa del Mundo, una encuesta anónima realizada en Sudáfrica revela que uno de cada cuatro hombres es un violador. El país, primero en el ranking mundial de violencia sexual, es además uno de los más afectados por el VIH/sida.
Por Milagros Belgrano Rawson
Hace unos meses, en Sudáfrica, una encuesta anónima realizada entre 1738 hombres elegidos al azar reveló que, en este país, uno de cada cuatro sudafricanos ha cometido una violación al menos una vez en su vida. En la investigación, financiada por Gran Bretaña y realizada por el Consejo Sudafricano para la Investigación Médica, gran parte de los hombres encuestados –el estudio se hizo mediante un sistema informático que protegía la identidad de cada entrevistado– confesó haber cometido este delito varias veces y a distintas víctimas, mujeres en su mayoría. De la encuesta se desprende que un violador sobre veinte reconoció haber violado a una mujer durante el 2009. Cifras alarmantes que, sin embargo, no sorprenden a las autoridades sanitarias de este país. Según el último estudio de Naciones Unidas sobre “Tendencias Delictivas y Funcionamiento de los Sistemas de Justicia Penal” (realizado entre 1998 y 2000), Sudáfrica ocupa el primer puesto en el ranking mundial de violencia sexual, es decir, 1,19 víctima por cada 1000 personas. Por otro lado, se estima que en ese país, sólo el 12% de las víctimas de crímenes sexuales hace la denuncia y los procedimientos judiciales son aún menos frecuentes (se estima que de los casos que llegan a un tribunal, sólo el 7% recibe una condena). El contexto sanitario ensombrece aún más el panorama. Allí el 19% de la población adulta es portadora de VIH.
Con la inminencia del Mundial de Fútbol 2010, el VIH/sida, hasta ahora prácticamente ignorado por los sucesivos gobiernos sudafricanos –antes y después del fin del apartheid, en 1989– se ha convertido en una prioridad sanitaria. Desde que Sudáfrica fue elegida para albergar la Copa del Mundo, que tendrá lugar en junio próximo, a los funcionarios de Turismo y aquellos encargados de la organización del Mundial les preocupa la mala prensa de Sudáfrica por su alta tasa de delincuencia y su altísimo índice de seropositivos. El jefe de la policía nacional, Jackie Selebi, llegó a proponer incluso la legalización de la prostitución para controlar las condiciones de higiene y la utilización del preservativo. Pero las organizaciones de defensa de las trabajadoras sexuales lo acusan de sólo preocuparse por el bienestar de los extranjeros que cada año llegan al país para embarcarse en el turismo sexual, un negocio que mueve millones de dólares. Por otro lado, el gobierno de la provincia de Gauteng llegó a proponer que se adopte una ley que ordene la creación de barrios abiertos a la prostitución, como sucede en Holanda, y la implementación de un registro obligatorio que obligue a las profesionales del sexo a realizarse análisis médicos regularmente y a pagar impuestos. Con la esperanza de que así puedan trabajar con mayor seguridad, muchas de ellas, hartas de ser maltratadas, violadas y golpeadas por clientes y policías, apoyan la iniciativa, que sin embargo no ha prosperado.
La violencia sexual afecta a las sudafricanas de todas las clases sociales y profesiones. El corresponsal en Sudáfrica del diario británico The Guardian, David Smith, revelaba a mediados del año pasado, que mientras aumenta el número de mujeres que trabajan como camioneras de larga distancia, también aumentan los ataques sexuales contra ellas. Si el llamado sexo débil ha accedido a esta profesión altamente masculinizada sólo se debe a que en las últimas décadas los choferes de camiones han contribuido a acelerar la propagación del VIH, indica The Guardian. Las largas distancias a recorrer y el fácil acceso a las trabajadoras sexuales que caracterizan a este oficio itinerante han provocado una explosión del virus, que llegó a principios de los ’80 a la región de los Grandes Lagos y no tardó en propagarse a través de los medios de transporte y el comercio. El VIH ha causado tales estragos entre los camioneros –se estima que alrededor de 3000 choferes mueren cada año a causa de esta enfermedad– que este gremio ha decidido reclutar mujeres que sepan conducir vehículos pesados. Los salarios atractivos –alrededor de 410 euros, una suma nada desdeñable en ese país– y el hecho de que puedan trabajar de noche mientras de día cuidan a sus hijos provocaron un boom de camioneras, a las que se considera como más eficaces que los hombres para ocuparse de ellas mismas y de sus vehículos. Sin embargo, se trata de una profesión peligrosa: además de los accidentes de ruta –acicateados por el alcoholismo, otro de los flagelos de este país–, los asaltos a mano armada y la violencia sexual son moneda corriente. Un estudio realizado por la Universidad de Kwazulu Natal reveló recientemente que la mayoría de las choferes mujeres no llevan armas en sus cabinas. Ante la perspectiva de un ataque en plena noche y en rutas desiertas, sólo les queda “cerrar bien la puerta y cruzar los dedos”, declaraba la autora del estudio, Clara Rubincam, a The Guardian.
En Internet se puede ver un perturbador video colgado a fines de junio del año pasado y en el que víctimas de la violencia sexual dan su testimonio. Se trata de sudafricanas que han sufrido las cada vez más comunes “violaciones correctivas”, ataques de hombres a lesbianas a las que “hay que enseñarles lo que es natural”, indica uno de los entrevistados, elegido al azar en una barriada de Johannesburgo, y cuya opinión aparece también en el video. “En Sudáfrica tenemos una altísima tendencia a la violación”, declaraba a The Guardian Rachel Jewkes, del Consejo de Investigaciones Médicas sudafricano. “Aquí la masculinidad se basa en la jerarquía de género, los hombres se creen con derechos sexuales por sobre las mujeres. Esto está anclado en el ideal de virilidad africano.” Sin embargo, las mujeres no son las únicas víctimas: según el estudio realizado por este organismo, uno de cada 10 hombres declaró haber sido obligado a tener relaciones sexuales con otro hombre. En una cultura donde la homosexualidad es tabú, la mayoría de ellos ni siquiera piensa en la posibilidad de hacer la denuncia policial. El ejemplo del actual presidente sudafricano, Jacob Zuma, tampoco ayuda a revertir este pavoroso panorama. Antes de su elección, en el 2005, Zuma fue enjuiciado por la violación de la hija de un amigo suyo, seropositiva y activa militante en una agrupación de lucha contra el VIH y que, contra todos los pronósticos, tuvo el valor de acusar a su agresor. Durante el proceso, los partidarios de este líder comunista manifestaron delante de los tribunales al grito de “Quemá a la puta, quemá a la puta”. Finalmente, el ahora mandatario fue absuelto porque el juez consideró que la relación sexual había sido consensuada. Para Jewkes, en ese país, “el espacio para debatir temas de género es aún más estrecho que el de hace unos años. Necesitamos que nuestro gobierno muestre liderazgo para que cambien las actitudes. Necesitamos que los hombres sudafricanos, de todos los cuadros y niveles, asuman su responsabilidad en esta cuestión”.
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