Viernes, 22 de enero de 2010 | Hoy
EL MEGáFONO)))
Por Maria de los Angeles Fernandez-Ramil*
La derecha chilena acaba de ganar las elecciones presidenciales, la quinta desde que se recuperara la democracia en 1990. No faltan los que afirman que, dados los consensos políticos existentes en Chile en materia económica y la amplia tradición de cooperación política, resulta indistinto quién gobierne. Aunque se acepte que ello pudiera ser cierto, existe un sector que resultará perdedor con este resultado y ésas somos las mujeres. A pesar de ello, buena parte de la población femenina no lo entendió así. Las mujeres votaron menos por Frei que por Piñera, tanto en primera como en segunda vuelta. Habrá debates acerca de si las chilenas experimentaron una regresión hacia el voto conservador, tendencia que se había manifestado desde que se recuperara la democracia hasta que, con Bachelet como candidata, hubo un cambio.
No deja de resultar irónico que Eduardo Frei, el candidato del oficialismo, ya no pudiera capitalizar en primera vuelta no sólo el hecho de que la primera mujer que llega a la presidencia del país procediese de su propio sector, sino que los avances experimentados en materia de género en la historia política reciente de Chile se deben a la gestión de la Concertación. Antes de 1990, nacían en Chile tres tipos de hijos (naturales, legítimos e ilegítimos), se pagaba la asignación familiar al padre, las mujeres trabajadoras estaban imposibilitadas de amamantar a sus hijos, las trabajadoras de casa particular carecían de fuero maternal, la participación laboral femenina alcanzaba al 31 por ciento, se exigía el test de embarazo para postularse a un empleo, el acoso sexual parecía como algo obvio, la violencia familiar era invisible, el embarazo limitaba tanto el trabajo como la continuidad de los estudios, no existía un sistema de protección preferencial e integral para la primera infancia, la ley de matrimonio civil no contemplaba el divorcio y se utilizaba el fraude de las nulidades y así suma y sigue. La mirada femenina comenzó a estar presente en las políticas públicas desde 1990 a la fecha, no antes. Es cierto que podría haberse andado más rápido, pero también es cierto que, antes de recuperar la democracia, lo que existía era un páramo sombrío para las mujeres.
Michelle Bachelet supone un antes y un después en materia de equidad de género, no tanto quizá por la producción legislativa de su gobierno, sino por haberle dado estatura de Estado a estos temas a través de su discurso, por haber reivindicado la experiencia femenina a través de su liderazgo y haber nombrado gabinetes paritarios. Quizá las mujeres de la Concertación acuñaron el término “ni un paso atrás” para la actual campaña pensando en el retroceso posible que experimentarían en el Ejecutivo, al asumir un varón, puesto que no es una medida ni obligatoria ni vinculante. A ello se suma que no existe en Chile una ley de cuotas, lo que lo convierte en una anomalía en la región. Sin embargo, frente a una derecha cuya visión de la situación de las mujeres en la sociedad se establece en base al orden de género tradicional y su adscripción a las funciones de esposa y madre únicamente, la consigna cobra un sentido dramático. Junto con un evidente retroceso, es probable que debamos asistir al regreso de un discurso paternalista y condescendiente en estos temas, así como a un freno a las reivindicaciones de reconocimiento y autonomía de las mujeres.
* Politóloga chilena, Directora Ejecutiva de Fundación Chile 21. www.chile21.cl
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