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Viernes, 29 de enero de 2010

Casa mudada

Espacios en transición, unos habitantes se despiden y otros llegan. Casas por donde pasó la muerte y quedó el vacío. Habitaciones a punto de ser demolidas. Ambitos que parecen, por momentos, no pertenecer a nadie. O a todos. Hacia allí se dirige La Mudadora, un colectivo de artistas que realiza intervenciones en situaciones de mudanza.

 Por Luciana Rosende

Puertas y ventanas. Pisos y techos. También chirridos de escalones y cajones que se abren. Aromas. Azulejos dibujados. Sillas, mesas y roperos con huellas del paso del tiempo. Juguetes y libros. Polvo acumulado en los rincones y ruido de vecinos. Cada elemento de la casa se convierte en pieza de arte. La casa toda se vuelve obra, justo en el instante que separa la partida de unos habitantes y la llegada de otros nuevos. Sobre ese escenario que por algunas horas –a lo sumo, un par de días– se vuelve indefinido actúa La Mudadora, un colectivo de artistas que realiza intervenciones en espacios en transición, en situaciones de mudanza.

“La Mudadora empezó en mi casa de la infancia, que tenía que venderse. Entonces convoqué a once artistas para que intervinieran esa casa, casi ex casa. Finalmente la muestra se tuvo que hacer en el medio de todo el embalaje, de los cajones de mudanza. Y para mí fue muy importante, fue una especie de elaboración o despedida”, cuenta Sonia Neuburger, licenciada en Artes Visuales y una de las fundadoras de este colectivo artístico. De repente, su casa se llenó de figuras de papel en el jardín, dibujos y pinturas sobre paredes, horno y microondas, pequeñas esculturas de arcilla en hilera a la altura de los zócalos. La iniciativa surgió así, sin querer, y se convirtió en punto de partida de La Mudadora.

LAS PAREDES SI HABLAN

Desde un departamento de dos ambientes hasta una gran fábrica vacía pueden convertirse en material de trabajo. Por las características del lugar, su historia y su gente, cada mudanza es diferente a la anterior. “Por eso lo que pasa ese día, más allá de lo que se haya organizado, también es sorpresivo”, dice Verónica Oliveri, escultora y licenciada en Artes Visuales. Efímero y experimental, lo que se exhibe en estas situaciones de mudanza apela a todos los sentidos. El olor de las tostadas que uno de los mudadores prepara en el marco de su performance en la cocina convive con la proyección de diapositivas de plantas sobre la pared blanca de un cuarto vacío, mientras un concierto de guitarra reúne a algunos de los visitantes en el baño, con la bañera como escenario.

“Siempre el trabajo es a partir del conocimiento del lugar y de trabajar con ese espacio, con las huellas, con la memoria de ese lugar, con su historia, con la gente que lo habita y lo transitó”, explica Neuburger. “Se muestra lo que el lugar dispara. Se mezcla la memoria del lugar con proyecciones imaginarias nuestras”, agrega Pablo Caracuel. Así, un antiguo vestido de novia archivado en el fondo de un armario deviene obra de arte por algunas horas o las paredes de una habitación son cubiertas por un mural a poco de ser demolidas. La Mudadora hace arte efímero, justo en el límite entre un antes y un después, “un lugar que deja de ser lo que era, pero todavía no es lo que va a ser”.

Por un rato, ese espacio que no se sabe bien de quién es, es también de todos. Dueños anteriores y futuros, así como los propios artistas mudadores, ofician de anfitriones momentáneos y abren las puertas a sus invitados. “Se genera como un espacio intermedio entre lo privado y lo público”, concluye Neuburger. Sin los lineamientos que conducen la mirada en ámbitos más convencionales, como una galería de arte, aquí la atención puede centrarse tanto en la pila de azulejos rotos del patio como en la escultura que descansa en aquel rincón. “El espectador al recorrer la casa está construyendo la obra con su recorrido, dónde fija su mirada, a qué le presta atención, dónde se detiene más”, comenta Caracuel.

RITO DE PASAJE

“No es ir a una inmobiliaria y conseguir departamentos vacíos. No es eso”, define Claudia Toro, y los demás integrantes de este colectivo predominantemente femenino adhieren con un “noooo” generalizado. “Nos interesa trabajar con el espacio pero también con toda la gente que está involucrada en ese espacio”, completa la idea Maja Lascano. Inquilinos que deben dejar la vivienda que alquilaban, dueños que se ven obligados a vender, parientes que se encuentran con la casa vacía de un familiar fallecido y hasta un hogar para madres adolescentes que deja de funcionar por falta de presupuesto convocan los servicios artísticos de los mudadores (para contactarlos: [email protected]). Personas que atraviesan, como los espacios, situaciones de transición.

Como si se tratara de un rito de pasaje, buscan que esas intervenciones artísticas marquen la apertura o el cierre de una etapa transcurrida en un espacio determinado. “Tiene que ver justamente con que la persona que convoca está también en ese espacio de transición. Ya sea una partida o una llegada, dejar un espacio habitado implica una cuestión emocional que en todos los casos se ha dado”, reflexiona Toro. Una de las mudanzas artísticas se dio en un departamento cuya dueña se había suicidado. Los familiares mantuvieron el lugar cerrado durante un año. Hasta que –Mudadora mediante– se animaron a volver. “Para la gente que nos convoca tiene un sentido reparador”, sostiene Caracuel.

La última edición de La Mudadora ocurrió, por primera vez, no en una vivienda sino en una fábrica. O lo que quedaba de ella. Arrastrada a la quiebra en los ‘90, varias veces ocupada y finalmente convertida en espacio vacío con destino incierto (salvo el área vendida y devenida modernos lofts), esa inmensa esquina de Gerli pertenece a una mujer, tercera generación de una familia abocada a la industria textil. “Hacía como doce años que la dueña no iba al lugar, y volvió –cuenta Sonia Neuburger–. Y lo que nos devolvió después de la Mudadora fue que había sentido que la fábrica había vuelto a vivir como cuando estaba funcionando.” Las performances encarnando a empleados del lugar, la intervención sonora reproduciendo el sonido de la fábrica en funcionamiento, la proyección de sombras de máquinas sobre las paredes y las fotos de ayer y de hoy se complementaban para lograr ese efecto.

TERRITORIO INCIERTO

Sonia Neuburger, Pablo Caracuel, Claudia Toro, Andrea Fasani, Marianela Depetro, Verónica Olivieri, Marcela Sinclair, Maja Lascano, Alejo Rotemberg, Cristina Coll, Juliana Ceci, Andrea Vázquez, Alejandro Husni y Marcela Rapallo son La Mudadora. Cada uno tiene una formación diferente y se especializa en un terreno particular del arte (pintura, escultura, actuación, dibujo, escritura, etc.). Pero cuando La Mudadora entra en acción esas individualidades se difuminan. “Porque la idea es algo que flota, que transita, que se mezcla, se fusiona con el otro, que se perfora por el discurso del otro permanentemente. Ese creo que es el trabajo que confluye de diversas maneras según el espacio, según el tiempo, según lo que cada uno lleva”, opina Toro. Como las indefinidas fronteras entre lo público y lo privado, también los límites entre lo individual y lo colectivo se desdibujan en estas situaciones de transición.

Y el público se suma a las indefiniciones. Como observador o como participante, recorre esas casas que el día anterior fueron una cosa y al siguiente serán otra, interactuando ante una performance, oliendo el aroma que sale de la cocina, escuchando las voces que leen o cantan, mirando a través de orificios minúsculos en las paredes o deteniéndose ante enormes murales. “En general se da una mezcla entre público que está acostumbrado a ir a muestras de arte y público que no. Se da un cruce muy enriquecedor”, opina Neuburger. Esos cruces entre lo privado y lo público, entre lo individual y lo colectivo, entre lo que fue y lo que será, definen a este indefinible colectivo artístico que sólo tiene una premisa: intervenir en plena mudanza.

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