Viernes, 11 de junio de 2010 | Hoy
VIOLENCIAS
En estas últimas semanas, la figura de Victoria Vanucci ganó protagonismo por cumplir con los tópicos de lo que se simplifica últimamente como “mujer golpeada”. Sobre todo, el de merecer el escarnio de panelistas y opinadores. La producción que la muestra con “los estigmas de la violencia” colabora con ese lugar común de que la víctima es la culpable.
Por Liliana Viola
Con un formato que mucho tiene que envidiarle al legendario programa, animador de la moral infantil, Titanes en el ring, la factoría Tinelli construye una versión para adultos de las luchas cuerpo a cuerpo entre el bien y el mal. No es catch lo que bailan, pero tampoco es baile, acá estamos para entretenernos, no para hacer las cosas bien. La consigna tácita, sin por qué descalificar, nos ubica cómodamente en los sillones de un entretenimiento para perder la cabeza y en familia. Si antes los padres explicaban “ojo, que no es pelea de verdad”, hoy no les sería tan sencillo tranquilizar a las criaturas que llevan dentro. Ni los mismos protagonistas parecen discernir qué parte responde al contrato y qué parte sale de las tripas de cada luchador de la vida. Como antaño y para el rabillo del ojo, el ring deja al aire pieles y musculaturas, despliegue de una estética entre lo amateur y lo chanta, que, después de todo, es el alma del torneo. Con coachs que cranean las “coreo” como antes había sparrings para secar sudores, troupe de jurados arbitrarios y personajes satélites pasibles de pasar al elenco o principal (como Tito, el guardaespaldas de Fort que tiene el don de no emitir sonidos, talento que aporta cierto remanso). Claro que ya no son dos potencias maniqueas que entre Doble Nelson y patada voladora van mostrando lo que es Fair Play y lo que es trampa. El lugar del bien y del mal se ha democratizado en programas subsidiarios y en manos del pulgar de los panelistas, la argumentación de cada personaje, los imprevistos, las ofertas de una revista para una sesión de fotos. Los espectadores ya no están en este juego sólo para mirar. Se les exige una reflexión, una ética sobre los temas de la agenda Tinelli. Los temas de educación sexual y educación cívica, son ahora carne del show.
El ring en tiempos
de derechos humanos
El hecho de que esta especie de remake ocurra hoy, en una televisión anclada en la lógica del reality, y cuando los temas de la agenda progresista ingresaron en la conversación cotidiana y en el debate parlamentario (casamiento entre personas del mismo sexo, adopción, derecho al aborto, trata de blancas, violencia de género, educación sexual, políticas sanitarias con relación al VIH) impuso un cambio en el elenco de luchadores. Donde estaban la viudita misteriosa, la Momia y el payaso Pepino, hoy figuran “el sidoso”, “el potus quilombero”, “el que se la lastra y se atrinchera en su closet”, “las mujeres compradas y luego despreciadas por el millonario enamoradizo”, “la pareja en crisis”, “el hombre maduro recién divorciado”, encarnado por el propio Tinelli en las primeras entregas del ciclo este año con pasos de comedia ilustrativos. La última adquisición es “la mujer golpeada”. Apagada la lucha Alfano-Pachano que impuso una breve clase fuera de registro sobre lo que es el HIV, quién se contagia, cuánto y cómo, impartida por el propio conductor leyendo un informe de Fundación Huésped, el foco se trasladó a los efectos del machismo en las relaciones humanas. Pachano había ejercido el suyo con Alfano, quien atascada en su nicho de villana no pudo quejarse ni de los insultos ni de los golpes que quedaron bajo la alfombra de Ideas del Sur. Fort tomó la posta con su parodia del Don Juan que cambia de objeto amoroso en cada programa, pero por poco creíble y por puro exagerado cargó con la acusación de haber asesinado a fuerza de estrés a su productor. Demasiado riesgo para insistir por ese lado. En ese panorama llega la Vanucci con un matrimonio en crisis, un marido al que le dicen Ogro y que ya fue acusado de golpeador por su anterior esposa. Ella cumple, sin saberlo, con el manual de la mujer golpeada para un show. Parece pedir ayuda, parece querer contar algo que le está pasando y a la vez defiende a su marido, trata de cumplir, de no enojarlo. El resto, compañeros, opinadores y panelistas de programas satélites parece cumplir con el manual de una sociedad que perpetúa la violencia machista. No le creen, le exigen que reaccione, quieren que muestre las marcas de los golpes, les molesta que se reconcilie, quieren que sufra, que pida ayuda. Ella lo denuncia en la Fiscalía Nº 5, de Beruti y Coronel Díaz. Para que le crean o para detener a su marido. ¿Quién distingue entre lo que está en el contrato y lo que gritan las tripas? Tinelli aviva el fuego. Coquetea, le pregunta si el Ogro estará celoso, si para ella la profesión no es más importante que los designios de un marido. Ella responde como quien habla con un conductor, con un jefe, con un contratista, con el dueño de un circo. Los columnistas analizan el diálogo entre la bailarina y el jefe y determinan que ella está provocando la ira de su marido. Entonces llega la advertencia de una panelista del montón: “Vas a terminar como Alicia Muñiz”. Ninguna referencia a que Alicia Muñiz no murió porque se dejaba golpear sino porque la golpeó su marido. La preocupación por el final trágico no lleva a ninguno de estos panelistas a tratar de neutralizar al supuesto futuro asesino. Nadie lo nombra. La advertencia se repite como preámbulo de “nosotros lo anticipamos”. Ella se lo está buscando y eso enardece a los comentaristas que parecen pedirle al Ogro que reaccione de una vez. La revista Caras saca esta producción de fotos donde la viudita misteriosa lo único que ha hecho es ponerse el vestuario que le corresponde a su rol en este circo. El texto que acompaña la erotización de la golpiza, con sus connotaciones de sacrificio religioso, narra como un cuento de hadas los pasos que con menos glamour narran las crónicas policiales para justificar lo que caractulan como “crimen pasional”
Vanucci recita, seguramente sin saberlo, el discurso circular de una mujer que cree que en parte se merece lo que tiene: “Lamentablemente, son cosas que pasan en nuestra intimidad y tenemos que ser maduros, saber manejarlas y controlarnos. (...) Jamás pensé que sería violento. Al ver que no paraba y era más y más, tomé la decisión. Soy consciente de que mi esposo no actúa como debería hacerlo”. Así como también “lo que no te mata te hace más fuerte”, y “soy muy fuerte para bancarme todo lo que me toca, porque sé que lo elegí yo”.
La producción de la revista Caras no es un paso en falso, por más que enardezca a los opinadores y supuestos defensores de esa nueva construcción vacía que con tanto dramatismo llaman “la mujer golpeada”. Es simplemente un paso más dentro de la banalización, que por desidia o falta de voluntad no aprovecha estas escenas para generar una discusión por fuera del circo. Ya que hay tantos programas parásitos de Tinelli, ¿por qué no hay ni uno solo dedicado a usar estas imágenes tan caras al morbo para generar una discusión caliente y profunda?
Estas imágenes festivas no dejan de gritar entre líneas, una realidad que no por poco cruenta es menos escandalosa: la gran mayoría de las mujeres golpeadas no se muere como Alicia Muñiz, muere de vieja.
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