Viernes, 16 de julio de 2010 | Hoy
MONDO FISHION
Por Victoria Lescano
Primeros días de julio y cual ilustra el film The Devil wears Prada, la troupe de la moda acostumbra a hacer maletas con sus mejores galas, guardar estiletos y hasta clavarse algunos tacos y hacer zancadillas entre unas y otras para dar con sus ansiadas invitaciones a tal o cual desfile, y en lo posible ante el flash de la primera fila.
Aconteció otra semana de alta costura. Todos los elogios de la prensa internacional fueron primero dirigidos a John Galliano y a su colección para Christian Dior. El tópico fue la exaltación del mundo floral: las editoras y cronistas que en sus habitaciones dieron entre el arsenal de sobrecitos y bolsas con invitaciones y regalos excesivos ramos de flores atados con rafia, luego en la pasarela volvieron a sorprenderse con el himno floral de la colección de John Galliano para Christian Dior.
“Elegí la naturaleza, pues es la más sabia de las maestras”, sentenció el excéntrico John y desplegó vestidos de noche en amarillo y azul, vestidos de tafetán con margaritas pintadas a mano y un vasto imaginario con citas a imágenes de los fotógrafos Irving Penn y Nick Knight. El sombrerero chic Stephen Jones hizo los tocados emulando flores reales y ficticias para la ocasión.
Locación desfile de Chanel por Lagerfeld, 6 de julio y en el Grand Palais. Allí un león fue el elemento fundamental de la puesta en escena y luego motivó una parodia, en el saludo final, cuando un modelo salió con versión de león con carita de peluche digna de un film para niños.
Según los dichos del reportero Tim Blanks, así como Lagerfeld, quien con frecuencia insiste en que muchas de sus colecciones toman forma durante sueños, la más reciente pareció producto de una pesadilla, durante el sueño. El crítico habló de elementos oscuros, infiltrados en la colección, de los colores, marrones, azul marino, los bordados y matices extremadamente barrocos incrustados como si fueran joyas en algunas prendas –remitirse a vestidos que resultan kitsch para ostentar el etiqueta de madame coco–. Aunque sí hubo tailleurs en negro, marrón y remixes de tonos, con variaciones sobre el clásico conjunto de chaqueta que simbolizó la apropiación de básicos y clásicos del placar de los amores de mademoiselle Coco.
El 7 de julio, la pasarela de Jean Paul Gaultier destacó el trenchcoat en negro y en blanco, pero también hizo lugar a sus gustos más disparatados y provocadores: los vestidos de cuero sadomaso, los tailleurs rockeados emulando su rescate de la campera. Perfecto para las pasarelas de alta costura durante 1990, la exaltación de medias de red por doquier, tocados de color verde loro o peinados en punta simulando sombreros.
Unos días antes de la saga de alta costura, en el contexto de las resort collections –léase pasarelas de ropa para las vacaciones de los ricos–, Miu Miu, la marca más accesible de Prada, aludió a mujeres “sensuales, insolentes y con humor”. Como correlato de las sentencias de Miuccia, la creadora de la marca, irrumpieron citas a Yves Saint Laurent, a los tricots y las rayas de Sonia Rykiel, además de un arsenal de estampas de fresas y de corazones, que le daban una aire retro y naïf. Sí resultó más atractiva la colección de Antonio Marras para Kenzo, pues aludió a su etapa fok de antaño pero remozada. Abundaron los coloridos, ya en foulards rescatados de archivos, fabulosos vestidos con estampas florales y paneos revisionistas a fragmentos de kimonos.
Pero rebobinando al haute couture parisino y a la maison Givenchy, en manos del barroco diseñador italiano Ricardo Tiscci, en los primeros días de julio hubo vestidos con flecos y barroquismos por doquier (no en vano fue el favorito de Michael Jackson para idearle vestuarios para el escenario del show que no fue). De Tiscci cautivó el uso y abuso del encaje chantilly del modo en que sólo un creador italiano puede abordarlo y con reminiscencias del estilo Versace. Se vieron cascadas con degradé de plumas, que oscilaron en una colección cuya paleta de colores aludió al blanco y al crudo. Sin embargo, consultado sobre los disparadores de la colección, Tiscci no vaciló en argumentar: “Frida Kahlo y sus obsesiones, la religión, la sensualidad y el cuerpo”. Sus modelos emularon a Frida’s en blanco níveo y, despojadas de su gusto por los excesos cromáticos pero atiborradas de pasamanería.
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