Viernes, 17 de septiembre de 2010 | Hoy
EL MEGáFONO)))
Por Cristina Zurutuza *
La sexualidad nos atraviesa a todos los seres humanos. Somos cuerpos sexuados desde que nacemos. Pero eso no significa que alguien deba estar siempre disponible para los deseos sexuales de cualquiera. Y es aquí donde la sexualidad se cruza con las costumbres y estereotipos culturales. En Argentina, en particular en Buenos Aires, los varones suelen confundir señales; una minifalda, una mirada directa a los ojos, una simpatía sin inhibiciones... y se supone que esa chica o mujer “tiró onda”, y si se niega a los requerimientos masculinos, es rápidamente tachada de “histérica” y denostada en rueda de amigos o públicamente.
La sexualidad ha perdido solemnidad (lo que es bueno) pero en ciertas ocasiones o contextos se ha banalizado; y eso es malo. De hecho, no siempre se toma seriamente el tema del acoso sexual en el trabajo. Cuando el acoso se produce en ambientes laborales, puede convertirse en un infierno. En particular, cuando el requerimiento viene de un superior jerárquico, por ejemplo: el pedido de favores sexuales a cambio de conseguir o conservar un puesto de trabajo. Pero también se da en compañeros o colegas que pueden ejercer acoso y crear atmósferas persecutorias o discriminatorias hacia la víctima.
Todos y todas sabemos que existe cotidianamente, pero, por lo general, suele motivar bromas o comentarios menores, o culpabilizar a la víctima. Sin embargo, expertos indican que las consecuencias a largo plazo del acoso sexual pueden ser tan devastadoras como las de la violación sexual.
En EE.UU., la ley de empleo lo define como cualquier interés o comportamiento sexual inoportuno y/o indeseado en el trabajo, cuando transforma el lugar de empleo en un ámbito intimidatorio u hostil para la víctima. Una organización de enfermeras de Irlanda, citada por la Comisión Tripartita de Igualdad de Oportunidades (CTIO) del Ministerio de Trabajo lo define como la conducta no correspondida ni deseada, de carácter sexual, que resulta ofensiva para la otra persona y causa que esta persona se sienta amenazada, humillada, o avergonzada.
¿Cómo defenderse? Dependerá de los contextos y situaciones, pero, en general, es bueno dejar en claro las propias intenciones y deseos –con firmeza– pero sin enojo –si fuera posible–. Tener testigos, no quedarse a solas con el acosador, generar un clima público de la situación. Puede llegarse a plantear una queja ante superiores o el sindicato; pero hay que tener en cuenta que enfurecerse o tener reacciones violentas puede generar represalias o agravar la situación.
Por eso, es importante para la víctima construir alianzas y un contexto de compañeros/as que la ayuden a visibilizar la situación con claridad pero sin violencia. Si bien el típico acoso suele definirse como tocamientos o manoseos, puede incluir comentarios sistemáticos groseros o lascivos, bromas intencionadas de carácter sexual, alusiones humillantes reiteradas que resalten partes del cuerpo, etc. En realidad, es la víctima quien debe dejar en claro que estas conductas le resultan humillantes o violatorias de su intimidad.
¿Por qué hablamos en femenino? Porque los estereotipos culturales tienen inercia y las mujeres siguen siendo objeto sexual de los varones, mucho más que los varones de las mujeres. En definitiva, el campo de la sexualidad sigue siendo uno de los terrenos propicios para desplegar actos y conductas discriminatorios hacia las mujeres.
¿Y en el mundo de la diversidad? Claro que es posible el acoso sexual entre gays o lesbianas; siempre la víctima es quien está en situación más vulnerable. Porque no se trata de sexualidad, sino de poder.
* Licenciada en Psicología, doctoranda en Ciencias Políticas.
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