Viernes, 15 de octubre de 2010 | Hoy
Los derechos laborales de las mujeres son un tema que nunca está entre las demandas más urgentes del movimiento de mujeres. Pero que cada vez se reclaman con más fuerza entre las desempleadas, las ocupadas, las explotadas, las que cobran menos por ser mujeres y las que tienen –siempre– doble o triple tarea cuando salen de un empleo y empiezan otra jornada laboral en la casa. Las mujeres ganan un 24 por ciento menos que los varones y sólo el 4 por ciento llega a lugares de decisión y no se cumple con el cupo sindical. Falta un largo camino que recorrer para que no sólo los derechos sino también los bolsillos y el esfuerzo sean iguales.
Por Luciana Peker
“En la década presente mejoraron sensiblemente los indicadores laborales, se incrementó el empleo y se redujo el desempleo. No obstante se estancó la tasa de actividad femenina. Aunque el aumento de la participación laboral de las mujeres, la mejora de la demanda de empleo femenino y la reducción del desempleo son aspectos positivos, la asimetría en la distribución de las responsabilidades familiares entre los miembros de los hogares condiciona las oportunidades de participación laboral de las mujeres en empleos económicamente remunerados”, estipula el informe elaborado por el Centro de Estudios Mujeres y Trabajo de la Argentina (Cemyt), realizado en julio del 2010.
El organismo se lanzó con un análisis que detalla los avances de las mujeres en abrir la puerta para salir a trabajar. Por ejemplo, “la tasa específica de actividad de las mujeres de 15 a 65 años aumentó 7,6 puntos porcentuales desde 1990 hasta 2002, mientras que la tasa de actividad de los varones, para el mismo grupo de edad, cayó 3 puntos porcentuales. Se produjo, por lo tanto, una convergencia de tasas según género que refleja una disminución de la brecha entre mujeres y varones”, señala el informe coordinado por Estela Díaz y realizado con la investigación de David Trajtemberg y Nora Goren.
El Centro de Estudios Mujeres y Trabajo de la Argentina se creó por iniciativa de la CTA para generar un espacio específico que analice y defienda la situación laboral de las mujeres. “Nos planteamos que sea un espacio que enlace las teoría con la acción política sindical”, explica Estela Díaz, que ya había sido secretaria de Género de la CTA y actualmente es la coordinadora del Cemyt.
Estela integra el movimiento de mujeres y personalmente trabaja por la despenalización del aborto. Sin embargo, en la agenda feminista los reclamos laborales son dejados de lado –por otras urgencias o falta de perspectiva sobre su importancia– y, pocas veces, se plantea la necesidad de equiparar los sueldos femeninos con los masculinos o de compartir las tareas domésticas en una democratización del hogar y la crianza de los/las hijos/as. “Desde el propio movimiento de mujeres hay una deuda con esta agenda. Entre el feminismo y los temas laborales hay demasiadas interrupciones y distanciamientos. Todavía pesa mucho la noción de que las reivindicaciones de clase impactan de igual manera en trabajadores mujeres como varones y esto no es así porque hay asimetrías muy grandes en el acceso a las mujeres en el trabajo remunerado como en la carga de las responsabilidades familiares que, mayoritariamente, sigue recayendo en las mujeres”, define Díaz.
“La agenda económica y laboral sí estuvo presente en los ochenta, sobre todo, a partir de la vuelta de la democracia. Pero después se dejó de lado”, indica la actual coordinadora del Centro de Estudios Mujeres y Trabajo de la Argentina. ¿Por qué? “No hay una respuesta única. Pero al ser el movimiento sindical tan estructurado y con una dinámica bastante patriarcal no es un ámbito que facilita la participación de las mujeres. Además, en otros espacios, hubo más logros. Pero se puede hacer una autocrítica: no se ha acompañado a las mujeres que están dando la pelea en las organizaciones sindicales. Por ejemplo, se cumple el cupo de representantes entre las diputadas y senadoras (y se peleó para que esto sucediera), pero hay muchas dificultades en el cumplimiento del cupo en las organizaciones sindicales (vigente desde el 2003) aunque todavía no hubo ni una denuncia sobre estas irregularidades. Falta dar la pelea para que se cumpla el cupo sindical y fortalecer los liderazgos de las mujeres”, remarca.
Tal vez, el único antecedente de una sindicalista con títulos en los diarios –Susana Rueda, una representante del gremio de Sanidad, que llegó a ser secretaria general de la CGT entre 2004 y 2005 y era llamada la primera dama sindical– no dejó ni muchos cambios, ni una gran defensa de los derechos femeninos. “El solo hecho de ser mujer de por sí no implica que no sea machista”, define Díaz.
Y la mayor cuenta a saldar es la desigual entrada de billetes a la cartera de las damas y las billeteras de los caballeros. “Las remuneraciones mensuales de las mujeres se situaban un 24 por ciento por debajo del ingreso percibido por los varones hacia fines de 2009, esto significa que no se ha modificado significativamente la brecha de ingresos entre varones y mujeres en comparación con el 2003. Esta discriminación salarial obedece a diversas razones, pero el mayor peso es la informalidad en el trabajo para las mujeres (casi el 20 por ciento de la población económicamente activa femenina se inserta en el trabajo doméstico) y la menor cantidad de horas de trabajo femenino”, explica Díaz. Pero no se trata sólo de deudas, sino de saldos y saltos. “Estamos diseñando un proyecto que está orientado a profundizar los temas de la negociación colectiva desde una perspectiva de género e igualdad de oportunidades. Resulta fundamental hacer más visibles las discriminaciones en el mundo laboral. Y se debe avanzar con propuestas que profundicen las responsabilidades familiares compartidas, ampliar las licencias para varones por nacimiento, adopción y cuidados familiares. También son necesarias políticas activas de cuidado infantil, promover el acceso de las mujeres a trabajos no tradicionales. Estas propuestas no agotan todo lo que puede hacerse, pero contemplan iniciativas orientadas a transitar un camino que deconstruya siglos de desigualdad.”
El 23 de septiembre la Central de Trabajadores Argentinos fue a elecciones internas para definir su conducción. El resultado de esas elecciones (al cierre de esta edición) todavía está en disputa y sin un ganador claro. Tanto Hugo Yasky como Pablo Micheli –los dos aspirantes a ocupar el cargo de secretario general– se siguen adjudicando el triunfo. Los miembros de la junta electoral que respondían a Micheli dijeron que gano él. Mientras que Yasky denunció fraude en algunas provincias y pide volver a ejecutar las elecciones en esos lugares.
“Fuimos a estas elecciones convencidos de que marcaban una nueva etapa para la Central y que era necesario que los proyectos políticos en disputa sean dirimidos con la más amplia participación de la militancia y con la voz de las y los afiliados pronunciada a través del voto directo. No obstante esta idea, es innegable que en este momento hay una situación de desgaste producto de las irregularidades que se produjeron en algunas provincias y distritos por parte de la lista 1 (de Micheli), que ha apelado a cualquier práctica para arrebatar un triunfo”, acusa Díaz.
“Seguiremos defendiendo a rajatabla que se respete la voluntad de las y los afiliados, porque de esta manera también sabemos que se fortalecerá la CTA para saldar la disputa, que fue parte de la confrontación en esta elección, de una Central que sea un espacio testimonial, funcional a un proyecto político sectario, o por el contrario una CTA que se involucra con fuerza en el proceso de transformación nacional y regional, como único camino posible para la profundización y defensa irrestricta de la democracia, la distribución de la riqueza y la justicia social”, asegura Díaz.
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