SOCIEDAD
LA SORPRESA CARRIO
Por primera vez en una elección nacional una mujer puso en jaque a unos cuantos hombres, colándose entre los candidatos del justicialismo y del establishment. Sigue siendo gorda pero ya no podrá decir que es periférica y marginal, hizo una elección que la posiciona como la líder de una fuerza en crecimiento. Y todo eso, en gran parte, gracias a las mujeres.
Por Marta Dillon
Es cierto, a Elisa Carrió se la puede nombrar por su apodo familiar y nadie dudaría de quién se trata. Pero también es cierto que esta mujer no ha perdido su apellido a medida que ganaba espacio en el firmamento político. La razón es sencilla: Carrió no alude a ninguna otra persona más que a ella misma. No hay confusión posible, su apellido le pertenece, no hay un padre ni un esposo que haya legado el peso que tiene ese nombre en la escena política nacional. Ella es la primera mujer política que ha competido de igual a igual en una elección presidencial por fuera de los partidos tradicionales y sin padrinazgos de ningún tipo. Por sí solo éste es un hecho histórico, pero además, y también por primera vez, el liderazgo de esta mujer fue sostenido de manera transversal por mujeres de todas las clases sociales y en las geografías más distantes. Ellas fueron las que hicieron la diferencia, en una elección atípica en la que Carrió festejó a pesar de haber salido cuarta. Consiguió una base de casi tres millones de votos, habiendo invertido en la campaña menos de la cuarta parte del dinero que el resto de los candidatos con chances.
–Según los datos que nos llegaron de nuestros fiscales, ganamos en el 90 por ciento de las mesas femeninas; por lo menos en aquellos lugares en donde obtuvimos más del 10 por ciento de los votos.
La ex candidata está feliz de haber dejado atrás esa categoría, paladeando de antemano el placer de apoderarse de su tiempo, antes dedicado a la campaña. En los próximos dos años al menos, Lilita promete no postularse a nada.
–Me parece que la gran diferencia que hicimos con el voto de las mujeres es uno de los avances más cualitativos de esta elección. Porque hasta ahora a una mujer que era candidata el círculo machista le decía no puede, no puede ser. Y ahora hubo una defensa de las mujeres en la posibilidad de elegir a otra que nunca renunció a su condición, a ser quién es. Y esto rompió el techo de cristal para siempre.
–¿Para siempre?
–Sí, porque ahora puedo ser yo o puede ser cualquiera. Ahora está claro que una mujer puede disputar poder sin las armas de la política tradicional. Y esto es lo que también se les demostró a los hombres.
Junto con las miles de boletas ya inservibles quedaron en el piso los fragmentos del techo cristal según Lilita Carrió. Ese límite invisible que se les impone a las mujeres con vocación de poder, más cuando hacen evidente que piensan ejercerlo sin perder su conciencia de género. En sus discursos, durante su ecléctica campaña –en la que hubo renuncias, rupturas con sus aliados, silencio casi absoluto en los medios electrónicos–, Carrió apeló a ese saber a veces inconsciente de las mujeres, a veces invisible, a veces ni siquiera considerado como un saber, que es el de la resistencia. “Cuando una se apropia de la capacidad de resistir el poder de las imposiciones masculinas, de la educación, de los maridos, después es fácil creer que una puede oponerse a poderes queparecen intocables”, dijo alguna vez. Y más de una mandó a los hombres a cambiar pañales como sugerencia para aprender de qué se trata tener que atender las urgencias de la vida cotidiana y de la vida pública al mismo tiempo. Su insistencia tuvo resultados, aunque muchos –dentro de su mismo partido– sugieren que no debería haber sido tan dura con el género masculino. Lo cierto es que en zonas tan distintas como San Isidro o algunas circunscripciones populares de Capital como el Bajo Flores –siempre según los datos de los fiscales generales–, Lilita estuvo primera en las mesas femeninas y tercera en las de varones.
¿Hubo entonces un voto de género capaz de desdibujar los límites ideológicos? ¿O es que en la elección de las mujeres por otra mujer hay una definición que también es política? Lo personal es político, dice uno de los axiomas tradicionales del feminismo, y uno de los análisis posibles sobre la aceptación de Carrió entre sus congéneres es el modo en que ella puso en juego su vida privada en sus discursos a lo largo de su corta vida política –no más de ocho años–. Que se ha divorciado dos veces, que ha sufrido violencia en sus matrimonios, que tiene dificultades para compartir tiempo con sus hijos. Que se ha quedado sola por restarle tiempo a su familia. Todos esos datos han surgido de su propia boca con mayor o menor frecuencia, con más o menos detalle según el auditorio. No es una madre ejemplar, y eso consuela a la mayoría de las mujeres de carne y hueso que saben que el ideal endulcorado de la madre tanguera ya no existe.
–Somos conscientes de que nos votaron muchas más mujeres que hombres, pero sin duda también es un voto ideológico. Son mujeres que piensan como nosotras pero conscientes del valor de defender a una mujer. Y de hecho en el ARI también hay una mayoritaria composición femenina.
–¿Cree que el haber expuesto su vida privada ayudó a captar el voto de las mujeres?
–No lo sé. Sé que soy una mujer que trabaja, que no tiene tiempo para arreglarse el pelo la mayoría de las veces, que tengo problemas y me la banco, que tengo que estar al frente de una casa y de una fuerza política.
–¿Fue una operación consciente poner de manifiesto esos detalles?
–Por supuesto, porque si no lo que hay es un distanciamiento entre el liderazgo y la mujer en su rol cotidiano. Entonces las mujeres dicen yo no puedo ser esto porque la otra tiene condiciones que no puedo alcanzar, tiene el estatuto de la excepcionalidad. Entonces lo que yo hice fue oscurecer mi costado académico, intelectual, etcétera, y robustecer mi costado cotidiano. En realidad porque supe que en esta lucha no soy sólo yo, sino muchas más. Yo podría haber aparecido como la gran intelectual, ajena y lejana del mundo cotidiano. Pero elegí ser lo que también soy. A pesar de que no sé cocinar.
–¿Por qué cree que es, como dijo, la primera en romper el techo de cristal?
–Yo no soy la primera, soy la avanzada. Pero no soy sola. Es la historia de las Madres de Plaza de Mayo, de Martha Pelloni, es la mujer luchando en las calles. Lo que pasa es que hay una instancia, como le decía hace varios años a Elisa Carca (N. de R.: hoy senadora de la provincia de Buenos Aires), en que las que tenemos que tomar las banderas de las que luchan somos las que estamos en cargos políticos. Ellas luchan hasta acá, pero las que actuamos en política tenemos que ser las continuadoras para traducir esa lucha y llevarla a otro terreno. Eso es lo que me permitió a mí luchar desde la diputación y avanzar para romper otro techo de cristal. El que dice que los que luchan no pueden gobernar.
Elisa Carrió está tan tranquila en estos días que hasta se da el lujo de posar para las fotos, algo que nunca le gustó demasiado. Pide un instante para maquillarse, se mofa de ella misma diciendo que ahora sí está verdaderamente sexy –todo lo que hizo fue ponerse polvo y un lápiz delabios suave– y que ya no necesita de ese pañuelo al cuello que unos días atrás se le ocurrió propio del vestuario de una mujer presidente. Desde que terminó el escrutinio que está contestando preguntas de la prensa, pero ahora sin urgencia puede demorarse en repasar los últimos años de su vida como si hubiera terminado la primera película de una saga que no se sabe cuándo va a terminar. Se acuerda de hechos que sucedieron en el 2002 como si hubieran pasado diez años –como para cualquier ciudadano argentino– y repasa las idas y vueltas de su candidatura.
–¿Vos te acordás de lo que eran esas reuniones? –pregunta a esta cronista recordando su fugaz encuentro en el mismo ámbito con Luis Zamora y Víctor De Gennaro–. Me hicieron suspender la campaña para no romper el espacio, me dijeron que la marcha iba a ser por la renovación de todos los mandatos y después resulta que no se bajaban del “Que se vayan todos” y se perdían horas discutiendo si era a las cuatro o a las cuatro y media. Al final terminaba diciendo a todo que sí sólo para que no me tuvieran de rehén en discusiones eternas. Y lo peor es que perdía votos en el interior, que le tiene pánico a la izquierda tradicional, con esas asociaciones.
–Pero usted dice que representa a la centroizquierda. ¿Cómo iba a ahuyentar votos reuniéndose con esos sectores?
–Hubo buena parte del voto de la centroizquierda, sobre todo la que no divaga, la que no hace análisis de cinco horas de café. Creo que representamos a la centroizquierda esperanzada, crítica pero consciente de la necesidad de un crecimiento transversal y sostenido.
–¿Podría definir ese espacio según usted lo entiende?
–Lo que define la centroizquierda es, obviamente, la lucha por la justicia, por la verdad. Y obviamente también por la igualdad. Si tuvieras que definir un socialismo democrático hoy tendrías que decir que la pelea por la igualdad, por los derechos humanos, por la verdad, no termina nunca, sólo cambia de escenarios. En esto hay pragmáticos. El problema de la Argentina es que hay mucho progre desesperanzado, envuelto en especulaciones aritméticas sobre los menos peor y pasan horas en el café sin salir a militar. Hay gente que ha perdido la conciencia de la fuerza de las almas y esto lo probamos nosotros. Y eso que hubo muchos días tremendos.
–¿Cómo cuáles?
–Me refiero a levantarte todos los días y encontrarte con tapas de diarios que te auguran los abismos más profundos. A luchar con un régimen entero al servicio de un candidato oficial o del establishment. Y sin embargo yo creía. Y en eso me ayudó mucho el modo en que hice campaña, yendo a cada lugar, caminando, recorriendo. Porque a mí me alimentaba la gente, los que estaban deprimidos eran los que se alimentaban de los diarios. La verdadera militancia estaba feliz, como yo. ¡Es tan fascinante pelear contra el régimen! Resulta que me querían derrumbar y les crecí de nuevo.
–¿Cree que hubo sorpresa por la gran cantidad de votos que tuvo en sectores bajos?
–Yo no me sorprendí. Cómo me iba a sorprender si era lo que más deseaba. Que nos iba a votar sólo la clase media era un prejuicio progre. Primero dijeron que era mediática, pero una figura meramente mediática no recoge los votos que tuvimos en Florencia Varela. La relación es más profunda y más resistente de lo que todo el mundo piensa.
–¿Tiene militantes para capitalizar esos votos para la construcción de su fuerza en esa zona?
–Pocos, pero están las mujeres que aun sin estar en el ARI hacen funcionar el boca en boca y eso es invalorable.
–En definitiva, ¿puede hacer una lectura de la composición de sus votos?
–En primer lugar se nota que no es un voto gorila, demostramos que se puede hacer una síntesis entre lo mejor de Alem y de Evita, algo que vengoproponiendo desde el principio y se trata de un discurso que reúne la ética del cumplimiento de la ley con la inclusión social. Y eso es superador de viejas antinomias. Y expresó el voto de conciencia, porque los que nos votaron lo hicieron en contra de la manipulación de los medios y del poder de los aparatos.
En los próximos dos años Elisa Carrió no será candidata, ni siquiera a diputada para renovar su banca. No sabe de qué va a vivir en adelante, ahora depende de su dieta pero no intenta imaginar nada más allá de los pocos días de vacaciones que la esperan. Empezar desde la nada es el desafío que más le gusta y a eso se acostumbró desde adolescente, cuando a los seis meses de casada y con un bebé de pecho cerró la puerta de su domicilio matrimonial sin mirar atrás.
–Para poder seguir construyendo esta fuerza yo me tengo que correr, mi figura es muy fuerte y tapa otros liderazgos que tienen que crecer en el partido.
–Entre ellos muchas mujeres, seguramente. ¿Qué cree que aporta específicamente un liderazgo femenino?
–Mucho de lo que aportamos: en principio las mujeres caminamos por fe. Por fe política, religiosa o por lo que sea. Pero creen sin ver, y aun viendo muchas veces desdibujas un poco las cosas para poder seguir creyendo. Eso nos permitió transitar momentos muy difíciles donde todo el mundo se caía. En segundo lugar las mujeres somos desarmadas, sabemos pelear en muchos ámbitos a la vez y en las situaciones más difíciles con el alma. Esta campaña tuvo mucho de eso, de ese doble y triple rol de estar con tu hija, en campaña, en el acto y con los amigos. Porque así es la vida cotidiana, vos no vas a estar en campaña con un hombre como la hicimos nosotros, recorriendo el interior en auto, sumando a las amigas en los trayectos para poder hablar, con tu hijo y con el perro. Eso lo hacemos las mujeres y de hecho yo mezclé todo. Esas cosas hacen de la política algo muy parecido a la vida cotidiano. Y lo tercero y muy valioso es poner en la agenda pública estas cuestiones que antes hacían a lo privado. Si hablamos en términos teóricos, estamos hablando de la racionalidad comunicativa, que tiene que ver con un universo en el que el diálogo no sólo se habilita con la racionalidad instrumental sino con la racionalidad del sentido común de los valores, del afecto. Y eso, sin duda, lo entendemos mucho mejor las mujeres.
–¿Qué cree que esperan las mujeres de Usted?
–Las mujeres no, todos. Lo que pasa es que las mujeres somos las que creemos que es posible. Como las trabajadoras de Brukman creen que es posible y por eso luchan. Creo que todos esperamos un clima cultural, moral, de verdad, de justicia y de instransigencia en este sentido. Si fue posible instalar la peor cultura que fue la menemista creo que es posible establecer lo opuesto: la conciencia de que mientras haya un pobre hay una causa por la que pelear. Y por eso me considero romántica. Porque es lo más fuerte en contra de la posmodernidad pragmática.
–Lo que no se puede esperar de usted es que cambie de opinión con respecto a la despenalización del aborto.
–Yo no voy a cambiar mi forma de pensar que ya la expresé claramente. Pero en el ARI hay otras posturas y yo las respeto. El debate se da más alla de mi posición.