Viernes, 17 de diciembre de 2010 | Hoy
SOCIEDAD
Después de los muertos y los heridos, lo peor que dejó el conflicto en el Parque Indoamericano es la constatación de que la xenofobia no es patrimonio de nadie, ni siquiera de Mauricio Macri. Sus declaraciones fueron como una puerta abierta para que se manifestara un odio la mayor parte del tiempo enmascarado en frases hechas y peligrosas como “tengo un amigo boliviano” o “adoro a mi mucama paraguaya”. No es una novedad, pero el odio antiinmigratorio se muestra con toda su crueldad. Vale la pena al menos recordar quién queda en casa cuando las mujeres de clase media salen a trabajar: la mitad de las empleadas domésticas, en Buenos Aires, son extranjeras.
Por Luciana Peker
En 1941, Otto Frank pidió la visa a Estados Unidos para poder emigrar y escapar del nazismo. No le dieron permiso para cumplir con las leyes migratorias. El relato de Anna, escondida en la llamada “casa de abajo”, con palabras de niña y un final sin palabras en un centro de concentración nazi, se convirtió en el decálogo universal de todo eso a lo que la humanidad quiere decirle “Nunca más”.
Y todo eso se habría evitado con fronteras amplias que mirasen menos a su ombligo y más a la humanidad de buscar una vida mejor. Así como lo hizo la actriz mexicana Zalma Hayek (que suele ser mirada y no por su ombligo) que confesó –bah, confesó es un verbo que le ponen los cronistas que consideran el pasado de Zalma como un prontuario y no el antecedente lógico del glam latino– que fue inmigrante ilegal en Estados Unidos antes de convertirse en estrella de Hollywood.
En estos días, Mauricio Macri no sólo reprimió a las personas sin vivienda que residían en el Parque Indoamericano, también encendió la mecha de la xenofobia siempre cruel y latente, cuando dijo que no podía hacerse cargo de todos los problemas latinoamericanos y que el punto no era la inmigración pero sí la ilegalidad.
“Quise velarlo acá porque este lugar fue su último sueño. Acá llegó feliz, entusiasmado. Y acá lo traigo nuevamente, congelado, todo cortado y sin uñas a mi maridito. Como a las ovejas lo carnearon”, contó Elizabeth, la esposa de Juan Castañeta Quispe, el inmigrante boliviano baleado y velado en el Parque Indoamericano.
Quispe también se llama Mariluz, una mujer peruana de 28 años, con tres hijos, que le cuenta a LasI12: “Trabajé en costura en talleres textiles, de 8 a 8, con cama en los talleres. No tenía las cosas adecuadas. En invierno no tenía para bañarme con agua caliente, era duro”. Ahora no tiene trabajo y vive en una pieza de una casa tomada en el Abasto. Vive con miedo y sin aire. Ni para rondar con sus tres hijos. “Algunas personas te dicen: ‘Bueno, dejen de tener hijos’. ¿Y por qué la clase media alta puede tener hijos? Está bien, ellos pueden pagar una empleada que los cuide. Pero una también tiene la necesidad de tener hijos.”
¿Quién no tiene una empleada boliviana?
–La mujer que cuida a mi hijo es boliviana y yo la adoro –dijo en defensa de Mauricio Macri la legisladora porteña y PRO Paula Bertol.
La inmensa mayoría de las mujeres que trabajan lo hacen porque otra mujer, boliviana, peruana, paraguaya, está detrás para cuidar de los hijos propios. Es difícil que una mujer de clase media salga a trabajar sin contar con una empleada doméstica. Y es fácil también escuchar comentarios que las califican según su nacionalidad –las peruanas son más cultas, las paraguayas limpian mejor, y así– como si se estuviera hablando de especies y no de personas particulares que dejan a sus propios hijos para cuidar a otros. Quien se sienta develado/a por esas frases repetidas seguramente dirá que es sin mala intención, que, como la legisladora del PRO, adora a su empleada. Habría que preguntar con más cuidado cuántos días libres se les da y si tienen la oportunidad y el tiempo para tramitar sus documentos. Según el informe Situación laboral del servicio doméstico en la Argentina –elaborado por el Ministerio de Trabajo– casi la mitad de las trabajadoras domésticas son migrantes: un 28,7 por ciento viajó desde otra provincia y un 12,6 por ciento proviene de otro país.
Pero si a América la conquistaron con espejitos de colores, el discurso xenófobo no sólo es malo, además, le falta mirarse al espejo. “Mucha gente xenófoba que seguro hoy está criticando a las inmigrantes debe tener hijos que se fueron a Europa a hacer la gran carrera de mesero como hicimos muchos. Llegamos con el estigma del ‘argentino igual culto’ y para los europeos somos igual que los ‘bolitas, los paraguas, los peruca’, o cualquier latinoamericano más. Y en Londres supuestamente no te discriminan pero los laburos que conseguís son los que ellos no quieren hacer”, desnuda la locutora Fernanda Villanueva.
En España, también la violencia de género se siente más fuerte contra las de afuera, que pagan no sólo derecho de piso. La activista Montserrat Boix relata: “Se han realizado pocas acciones específicas para apoyar a los colectivos de mujeres más vulnerables, lo que está provocando que aumente el número de asesinatos entre las mujeres migrantes”. ¿Y qué las hace más vulnerables? Montserrat describe: “Falta de información de sus derechos, dificultad en la comprensión del idioma, miedo a denunciar ante el temor de ser expulsadas del país, las condiciones en las que viven, el desarraigo y las condiciones de precariedad laboral y de vivienda”.
“Ser norteamericana acá te abre puertas, hace que la gente tenga confianza en vos solo por saber de dónde sos, que la gente quiera conocerte y que se brinde de otra manera. Está claro que el argentino no tiene el mismo nivel de interés o de solidaridad con los migrantes que vienen de los países vecinos que con los norteamericanos o franceses, españoles, holandeses y, por lo tanto, es mucho más difícil ser una migrante boliviana”, puntualiza Wendy Gosselin, que vive y trabaja de traductora en Argentina desde hace trece años.
“Necesitamos saber sobre nuestros derechos de inmigrante, de personas, porque una va al hospital y te tratan mal o te dicen ‘no hay más turno’. Y a veces una dice ‘soy extranjera, está bien`. Pero está escrito en los derechos universales que todos tenemos el mismo derecho”, dice Mariluz Quispe. Dice y da la teta. Dice y cría. Dice y espera, exige, necesita, que la escuchen a ella, una de las muchas Quispe, una de las Quispe que hacen la Argentina.
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