Viernes, 18 de marzo de 2011 | Hoy
MUESTRAS
Por primera vez, Rosana Fuertes y Daniel Ontiveros, artistas plásticos con 25 años de casados, realizan una muestra juntos en la que, desde la historia compartida, miran al futuro.
Por Dolores Curia
Son 45 metros lineales de muestra, 10.070 piezas, construidas por Rosana Fuertes y su compañero, Daniel Ontiveros, a lo largo de una década de trabajo. Es además la primera vez que todo este extensísimo material se presenta en el país donde fue gestado, o sea, éste. Y también la primera vez en 25 años de casados que exponen juntos, más allá de las muestras colectivas que los incluyeron. Sobran, entonces, los motivos para acercarse al Mercado Central y ver Con ojos de futuro. Sueños compartidos, inaugurada el 17 de marzo.
Miles y miles de piezas de madera se multiplican geométrica y demencialmente por las paredes, como células de un tejido humano e histórico que se pierde por los puntos de fuga de los pasillos. Las piezas multicolores con pañuelos-pañales lo han invadido todo, se reproducen y expanden, apabullan en su extensión. También apabulla pensar que cada una representa a una persona que no está, y ahí se queda, como huella, como cicatriz de nuestra trama colectiva incompleta. Junto con los pañuelos de Rosana, están los retratos de Ontiveros hechos con carbonilla y lápiz sobre papeles que, por su desgaste sepia, parecen estar dando cuenta del paso de los años: del tiempo que Daniel lleva confeccionándolos y también de la edad de las fotosmodelos para estos retratos, que artista reprodujo uno por uno a mano alzada: “Para muchos de los dibujos tomé como modelos las caras que iban apareciendo en los recordatorios de Página/12. También hay una foto de Néstor Kirchner cuando tenía 20 años, con pelo largo, anteojos. Hoy –se refiere a un sábado de lluvia que nos reunió en un bar de San Cristóbal, oh casualidad, en la misma esquina de la encerrona a Rodolfo Walsh, figura que podría tranquilamente aparecer en los retratos de los que hablamos– acabo de hacer uno que es una reedición de un autorretrato que me hice a los 16 años en 1979”, cuenta el pintor. En los años ‘80 Daniel trabajaba en una feria haciendo retratos en vivo de los paseantes: “Hay algo de ese gesto en estos dibujos, de hacerlos como si el modelo estuviera presente”.
Tanta obra se hizo desear y esperó la gran oportunidad gran para salir a la luz, que llegó de la mano de una invitación de las Madres de Plaza de Mayo en el marco del 35º aniversario del golpe. El momento no podría ser más propicio.
Pintora y pintor van juntos y a la par en la lucha, en el trabajo y en el amor. Por eso la idea de “sueño compartido” para ellos también alude a un proyecto de familia, un proyecto artístico y un proyecto político que empezaron a acompañar desde que volvió la democracia, allá en su Mar del Plata natal. Explica Rosana que “con esa cantidad (de piezas) la imagen toma una potencia increíble. Esta versión, al tener tanto color, lejos de ser trágica, es muy energética. No es triste porque se enmarca en el proyecto de las Madres de Sueños Compartidos que tiene que ver con mantener vivo el recuerdo de los que no están gracias a esas casas, a esos hospitales que construyen. La obra de Sueños... es muy vital. Por eso queríamos que la muestra tuviera esa impronta, esa fuerza, para estar en concordancia con semejante proceso”.
Ella, en 1996, obtuvo la tan preciada Beca Guggenheim y en 1998 la beca para la creación en Artes Plásticas de la Fundación Antorchas. El obtuvo esta última en 2007, la beca de la Fundación Antorchas en 2004 y en 2008 fue declarado “Personalidad destacada de la Cultura” por la Legislatura de la Ciudad. Pero todo empezó en los años ‘80 cuando se conocieron en la Escuela de Artes Visuales de Mar del Plata. Algunos meses duró el flirteo entre desencuentros burocráticos y viajes que los separaron. Daniel recuerda cómo el recientemente fallecido Sergio Avello, con el que por esos años (y después también) eran carne y uña, funcionó de Celestina entre ambos, alentando a Daniel para que la invitara a salir. “En esa época casi todas las tardes nos juntábamos a estudiar en lo de Sergio y una vez me convenció de que la invitara a mi cumpleaños, teníamos 18 años. Rosana vino y desde ahí nunca más nos separamos.” Una convivencia solo fracturada momentáneamente por Malvinas. Experiencia que luego resonaría en muchas obras de Ontiveros que parecen referirse con ironía y también dolor a cierto triunfalismo pseudo patriótico militar.
Daniel volvió de la guerra y se casaron. Poco después, estallaba la primavera alfonsinista y, cuando la magra vida cultural costera comenzó a ahogarlos, armaron las valijas y encararon para Buenos Aires. Durante los años que vivieron juntos en La Feliz, Rosana fue docente de escuela primaria. Algo habrá mamado de su madre que también era maestra, de su infancia en el taller de costura de su abuela y de sus seis tías de las que recuerda cómo medían, dibujaban con tizas y recortaban. Hay en su estilo una confluencia de lo manual, del mundo de la iconografía pop e infantil y de un conceptualismo del sur.
No bien el dúo puso el primer pie en el suelo porteño nació un cuarteto fantástico, que formaron junto a José Garófalo y Diego Fontanet: el grupo Nexus. De esos años data la obsesión de Fuertes por las series warholianas y la multiplicación logarítmica hasta la locura. De esa época es “Pasión de multitudes”, una colección de setenta y dos camisetas de fútbol reales e imaginarias: corrían los plásticos y estridentes años ‘90, eso explica cómo entre las camisetas se colaban logotipos de cadenas de hamburguesas, tarjetas de crédito y hasta la insignia de KKK. Producto de esos años fue también la muestra que copó Ruth Benzacar con cientos de bolufrases desopilantes y textuales emitidas por mamarrachos políticos y estrellas del mundo del arte. A todos estos dixit la artista los fue recolectando de las declaraciones a la prensa gráfica (termómetro certero de un clima de época) y acomodando en el espacio de la galería bajo la mirada perpleja de Miguelito, el personaje de Quino.
“Producimos individualmente pero siempre en sintonía y conversación. Trabajamos en el mismo lugar que es casa y taller al mismo tiempo. Intervenimos muchas veces en la obra del otro, la discutimos, intercambiamos. Nunca fue tema de conflicto entre nosotros el trabajar juntos y vivir juntos”, jura Rosana y convence hasta al más incrédulo. Esa misma labor de pintura, recortes y trazos que ahora hacen tiempo (casi) completo en la cocina, muchas de las veces junto a sus hijos, durante muchos años fue alternada con otros trabajos: bancos, escuelas y hasta el puerto de Buenos Aires los vio pasar por sus filas.
No faltaron lapsos en los que la producción de obra decreció hasta llegar a cero, cuando fue necesario poner el pecho a los tiempos que corrían y atropellaban: “Con la crisis del 2001 prácticamente dejamos de pintar. Nosotros vivimos siempre en la zona sur de la ciudad. Nos tocaban el timbre varias veces por día pidiendo comida. Veíamos pasar todo el día un ejército de cartoneros. Nos pareció más urgente hacer algo para cooperar con eso que pintar.” Entonces pusieron a andar un merendero en Constitución al que de a poco se fueron sumando amigos y artistas. Recuerdan cómo, en medio de la hambruna generalizada y en una especie de humorada negra: “El C.C. Recoleta montó Arte al plato, una muestra que mezclaba arte culinario con obra visual. De bastante mal gusto, a mi entender. Entonces colgué –relata Daniel– un cuadro ahí mismo con la imagen del merendero, con un teléfono y un texto que pedía donaciones, y muchos nos empezaron llamar. Con lo que aportaba León Ferrari pagábamos el gas, por ejemplo”.
El día de hoy los encuentra trabajando en este proyecto que aspira a llegar a las 30.000 piezas-pañuelo y formando parte activa de “Artes Visuales con Cristina”, un grupo que nuclea 150 artistas, historiadores y curadores reunidos para apoyar el proyecto de país iniciado en 2003. En relación a esto resume Daniel: “Las artes visuales fueron tradicionalmente un espacio elitista, tanto por cómo funciona el mercado hasta por la ubicaciones de los museos. Hay una distribución geográfica muy cerrada y circunscripta a ciertos barrios. Todo esto no significa, obviamente, que no haya habido militancia pero, en general, las artes visuales han estado siempre diseñadas y direccionadas para marcar una diferencia de clase. En parte también porque es un trabajo solitario, individual. Nosotros toda la vida fuimos tratando de activar de distintas maneras pero éste es un momento especial, en el que es más fácil y multitudinario hacerlo”.
Con ojos de futuro. Sueños compartidos podrá verse hasta el 31 de marzo en el Mercado Central (AU Riccheri y Boulogne Sur Mer, Tapiales)
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