Viernes, 18 de marzo de 2011 | Hoy
EL MEGáFONO)))
Por Gabriel Brener (*)
Manuel tiene 5 años, es domingo y va para la cancha con su papá, se detienen en un kiosco por una gaseosa y lo tienta una atractiva muñeca con los colores de su equipo. El kiosquero interrumpe su deseo y con su mejor sonrisa pedagógica señala que es para una nena. Ya en la cancha de su equipo del alma, subiendo con prisa los escalones de la popular, Manuel tropieza y se golpea una rodilla. Un testigo de su llanto lo palmea en la espalda y lo arenga: “¡Vamos, nene, que los hombres no lloran!”. Luego de un rato la impaciencia del empate se apodera de la hinchada y entonces el cantito de siempre crece como una ola... “A estos putos les tenemos que ganar.”
Al día siguiente, Manuel llega a preescolar con su bolsita celeste, igual que sus amigos. Las cuelgan en percheros diseñados por sus maestras, con leones para ellos y flores para ellas. Lo masculino y lo femenino no es algo que venga dado, aunque algunas situaciones parezcan tan naturales como la puesta del sol. Se trata de una construcción que tiene mucha historia y que siempre está condicionada por el contexto en que se vive. Que un pibe vaya a la cancha con su papá, que la muñeca sea para una nena, que haya colores o animales para ellos y para ellas, que llorar no es cosa de nenes son patrones culturales que se van aprendiendo.
En las escuelas existe lo que se conoce como currículum formal u oficial. Pero también existe lo que se conoce como currículum oculto que los adultos transmiten cotidianamente sin ser absolutamente conscientes de dicho pasaje. Allí se ponderan las desiguales relaciones de poder entre varones y mujeres, padres y madres, pobres y ricos como una cosa natural.
A lo largo de la historia, la Iglesia, la familia, la escuela, los medios de comunicación, entre otros, han contribuido en la construcción de estereotipos de género a través de creencias, modos de nombrar, configuración de las relaciones sociales y de las formas de ejercicio del poder, estableciendo jerarquías a varones y a mujeres desde muy pequeños. Estas jerarquías han cobrado mayor o menor institucionalidad, pero han sido igualmente eficaces para quebrantar deseos, interrumpir proyectos, secuestrar oportunidades, en especial, al grupo de las mujeres.
En mi experiencia como director de una escuela secundaria en la provincia de Buenos Aires recuerdo a más de un profesor que consideraba a las alumnas en inferioridad de condiciones, naturalizando así las calificaciones diferenciadas. Por eso, la perspectiva de género, la historia de lucha de tantas mujeres y su notable protagonismo social y político, así como la ambición por construir una sociedad cada vez más igualitaria y más justa, quizá nos permita también explorar otras formas de construcción de masculinidades que rompa con los estereotipos de modelos “exitosos” del mercado o de la más rancia tradición machista.
Hay que pelear para que puedan multiplicarse los hombres comunes y corrientes que se animan a jugar de igual a igual, con quien sea, ofreciendo a los más pequeños una masculinidad que pueda negociarse a gusto de cada quien, leyendo cuentos y diciendo “te quiero”.
(*) Licenciado en Educación y especialista en gestión y conducción del sistema educativo. Capacitador y asesor de docentes y directivos de escuelas y coautor de Violencia escolar bajo sospecha.
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