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Viernes, 27 de mayo de 2011

SOCIEDAD

Las jerarquías de la naturaleza

En Las trampas de la Naturaleza, medio ambiente y segregación en Buenos Aires –Fondo de Cultura Económica–, la antropóloga María Carman desnuda las exclusiones que impone el discurso sobre la defensa del paisajismo y la naturaleza en la capital del país a partir de las experiencias de la Aldea Gay –cercana a Ciudad Universitaria– y la villa Rodrigo Bueno –junto a la Reserva Ecológica–. Casos en los que quienes eran desplazados también tuvieron que apelar al mismo discurso para jerarquizar su reclamo de mantener sus viviendas como manera de volverse también merecedores y merecedoras de vivir en la ciudad.

 Por Veronica Gago

María Carman tiene un gesto acentuado de la escucha. Acerca el cuerpo, concentra la mirada, se dispone. Como si estuviera más interesada en escuchar que en hablar. De hecho, contesta veloz. Pasa enseguida la palabra. Imagino ese gesto físico de acercamiento y concentración repetirse muchas veces entre ella y La Pedro y el Pedro, pobladorxs de la Aldea Gay, embanderada a orillas del Río de la Plata y en los fondos de Ciudad Universitaria. También, imagino, ese gesto debe haber conquistado la confianza de los habitantes de la Villa Rodrigo Bueno, levantada a la vera de la Reserva Ecológica y al borde de Puerto Madero.

De ambos lugares, Carman –antropóloga y novelista– ha destilado su tesis sobre una Naturaleza tramposa. O dicho como lo dice el título de su libro: Las trampas de la Naturaleza. Esas por medio de las cuales el poder político y ciertos organismos ambientalistas usan el discurso verde como argumento para legitimar la segregación urbana. En definitiva, se trata de una concepción de la naturaleza que, por contrapartida, postula que los habitantes de las villas, con sus modos de vivir y de hacer ciudad, contaminan y profanan ese entorno natural del que debería disfrutar el ¿resto? de la ciudad. En el lenguaje ya está la trampa. Naturalizada. La naturaleza, con sus aves y sus especies vegetales, ¿como emoción específica contrapuesta al caos urbano?, se vería amenazada por esas especies anómalas e intrusas que, tanto en la Aldea Gay como en Rodrigo Bueno, reclaman su derecho a la ciudad. El problema, plantea Carman, es también esa zona liminal, de frontera, entre lo humano y lo animal y los modos en que la ciudad los enfrenta, los condena, los jerarquiza.

LOS NUEVOS BARBAROS

El trabajo de Carman se sumerge en dos puntos casi invisibles de la ciudad. Tanto la Villa Rodrigo Bueno (al lado de la ex Ciudad Deportiva de la Boca) como la Aldea Gay se construyeron sobre los pliegues, las orillas de Buenos Aires, en terrenos ganados al agua, en un paisaje que combina lo vegetal-animal de la ribera y el cemento urbano. Esas villas, una rodeada de un cementerio de autos y de torres de lujo, otra lindando con el Parque de la Memoria y el Parque Natural, se proyectan en las fotografías tomadas por Carman como postales de una ciudad futura o tal vez remota. Pero, sin dudas, sobre todo actual.

“Yo venía de un trabajo de campo muy largo, de diez años, con casas tomadas en el barrio del Abasto. Y el interés por contactarme con la villa Rodrigo Bueno surge a partir de que leo en el diario La Nación una nota del ex director de la Reserva Ecológica, donde contaba que la presencia de esos ‘intrusos’ afectaba la libre circulación de especies animales de la reserva.”

Esa explicitación de los habitantes de la villa como intrusos (algo que en La Nación suele repetirse sin pudor) lleva a Carman a indagar en la construcción de ese argumento, a escarbar en la imagen de ciudad que se propone y a desmontar los supuestos de ciertas sensibilidades ecológicas.

“Mi interés es cómo se construye cierta asociación entre sectores considerados ‘indeseables’, cosas y animales. Y, en concreto, en qué consiste ese mecanismo de animalizar a los sectores populares. También esa concepción de sentido común sobre la vida como línea evolucionista, con gradaciones, que va de los salvajes y bárbaros a los civilizados y que sigue operando a la hora de esgrimir motivos ‘verdaderos’ para justificar políticas de expulsión, es decir, ciertas políticas habitacionales. La cuestión es cuándo el discurso de esta expulsión toma el lenguaje del cuidado medioambiental y de la preservación del espacio público.”

¿Quienes merecen la ciudad?

Merecer la ciudad. Esa frase titula un libro ya clásico de Oscar Oszlak, que a su vez retoma una frase de un funcionario de la dictadura que sentenció que había algunxs que se la merecían y otrxs que no. “Retomamos esa frase para demostrar cómo hay una vigencia de esa lógica de ‘merecer la ciudad’ aun en democracia, aun cuando no se trate de una violencia física ostensible de las topadoras de la dictadura, sino de nuevas formas de violencia, que no por ser sobre todo simbólicas dejan de ser violencia”, explica Carman.

Esa lógica meritoria sigue siendo el entramado invisible que ordena las políticas habitacionales. “Lo que en el libro llamo ‘desalojos asistenciales’, que luego son presentados como si fueran ecuánimes soluciones para recuperar el espacio público para la ciudadanía o para rescatar metros de verde para la ciudad, en realidad operan bajo extorsiones, celebran la codicia para corromper a los delegados de las villas y para que los habitantes acepten los subsidios, bajo la amenaza de que si no lo hacen van a promover el desalojo violento, como fue el caso del Padelai” (N. de E.: ex Patronato de la Infancia, actual sede del Centro Cultural de España en Buenos Aires).

DESALOJAR Y DESAFILIAR

La Aldea Gay, desafiando desde su nombre el estereotipo de la villa, se propuso y logró organizar una cooperativa de vivienda. Carman relata en su libro el modo en que ese intento fue desarmado como paso previo del desalojo.

“Sin agua, sin luz, sin gas, además les bloqueaban la canilla cerca del Pabellón 2 de Ciudad Universitaria, entonces tenían que caminar casi dos kilómetros hasta el Pabellón 3 para llenar los bidones. En esas condiciones haber conformado una cooperativa de vivienda, con ayuda de los profesores del Pabellón 1, de algunas ong, con mucho esfuerzo de los habitantes, fue un logro inmenso. Era un proyecto súper interesante y el motivo para desarmarla, desde el poder político, fue no sentar precedentes organizativos de cooperativas en villas de zona norte de la Ciudad. Además, su desarme fue el desarme de redes que ellxs habían armado con mucho, mucho trabajo. Por ejemplo, estar a las tres y media de la mañana en la puerta de Cló Cló para levantar su basura, a las cuatro y media en tal portería y a las cinco en tal otra. Se sabe que no es lo mismo ir a cartonear mercadería en un barrio próspero de la ciudad que hacerlo en el segundo cordón del conurbano bonaerense. Además, muchísimos chiquitos cuyos padres trabajaban, pasaban todo el día en el Pabellón 2, donde tenían comedor, apoyo escolar, contención. Quienes estaban con HIV se atendían en el centro de salud de la zona, dependiente del Hospital Pirovano. Es decir, cuando los desalojan se rompen un montón de redes laborales, educativas, de salud, etc. Y esas redes fueron muy difíciles de ser reconstruidas en provincia. Todavía alguna gente sigue haciendo el trayecto hasta el centro de salud, mucha otra murió en la calle, tras el desalojo.”

En la Villa Rodrigo Bueno el desalojo no fue completo sino parcial, de quienes aceptaron el subsidio. “Allí también pasó algo parecido. Sus trayectorias muestran que hoy hay varios viviendo en la calle o que murieron en la intemperie. Es decir, la situación se repite. Y se trata de cómo los habitantes de estas villas con el desalojo son sometidos a una nueva desafiliación social.”

UN DESALOJO NATURAL

¿Cómo es que ambos desalojos intentan mostrarse como ecológicos? ¿De qué manera lxs habitantes de las villas deben también hacer uso del discurso medioambiental? ¿Cómo se disputa la legitimidad de la naturaleza?

“Lo que quise hacer, como antropóloga, es mostrar todas las concepciones locales, de los actores más relevantes de la investigación, sobre el medioambiente, o sobre la relación sociedad-naturaleza. Me refiero a los habitantes de las villas, las ong, los organismos de derechos humanos, los funcionarios del poder local. Lo que intenté mostrar es cómo a la vez que los habitantes de estas villas eran considerados antiecológicos y se construía una visión de pobres y naturaleza como mutuamente excluyentes, los propios habitantes también recurrían a argumentos ambientales para legitimar su estancia allí. No sólo diciendo que alimentaban a ciertos animales y cuidaban de otros, sino también diciendo que en realidad era el propio gobierno de la Ciudad el que, en el caso del Parque Natural que se está construyendo al lado de donde estaba la Aldea Gay, estaba talando árboles, a favor de un proyecto con mucho cemento. También esa zona y la Reserva Ecológica tienen la acusación ominosa de ser lugares donde están enterrados cuerpos de desaparecidos y de alojar restos de la AMIA. Lo que quiero decir es que también ellos retoman argumentos ambientales para construir una imagen más cotizada de sí mismos, porque si no se quedan fuera de lo que está en juego.”

La disputa por definir lo ambiental tuvo su instancia judicial. Hace poco más de un mes la Villa Rodrigo Bueno fue nuevamente noticia porque la jueza interviniente dictaminó su urbanización. Ese fallo fue apelado por el gobierno de la Ciudad.

“La jueza Elena Liberatori lo que hace es desplazar la cuestión ambiental y reubicarla como una problemática de vivienda de esos sectores. Es una nueva vuelta de tuerca. Así, tanto ella como los habitantes de la villa hablan de sufrimiento ambiental desde otro lugar, mostrando por ejemplo que el cementerio de autos que está al lado de la Villa Rodrigo Bueno, y que el Gobierno de la Ciudad se resiste a quitar la emanación de gases tóxicos y que la mayoría de los chicos tienen grandes dosis de plomo en sangre.”

¿Cómo cambia entonces el enfoque de lo ambiental? “Cuando los sectores populares son construidos como victimarios de lo ambiental se los señala como parte de una falla moral. En cambio, si ellos son víctimas del sufrimiento ambiental, la cuestión moral no aparece. A su vez, dejar ese cementerio de autos es una política del gobierno de la Ciudad, porque es parte –junto a un terraplén y otras medidas expulsivas– del intento de desalentar la vida allí”, señala Carman.

EL CONTRAPUNTO CON EL BARRIO CERRADO

Carman discute con las perspectivas que sostienen que la vida en los countries está impulsada sobre todo por el miedo y el deseo de seguridad. Su mirada, más bien, busca los ideales de vida natural y crianza al aire libre que los habitantes de los barrios cerrados encarnan. Esto no desestima el factor del temor, sino que subraya la paradójica idea de que la vida natural se contrapone a la inseguridad. Aunque Carman no concentró su trabajo de campo allí, recurrió a investigaciones de colegas como Florencia Girola para completar el problema de su interés haciendo ese contrapunto.

“La gente que se va a vivir a los countries motivada por el miedo es un porcentaje menor. Hay también una ecuación económica del tipo: ‘Me gustaría vivir en Olivos pero como no me da el dinero, compro una casa en Santa Bárbara (Tigre)’. También juega una imagen bucólica, romántica, del verde. Pero me parece que reducirlo a la cuestión del miedo es desconocer otras motivaciones de la mudanza.”

El contrapunto, en este sentido, arma una imagen más compleja sobre la noción misma de ciudad. “Son los dos extremos de la distribución de la riqueza en Argentina y, al mismo tiempo, fue un modo de tomar distancia de las investigaciones que sólo se concentran en las villas y su dimensión urbana. A mí me interesa también su dimensión cultural y la interdependencia entre clases sociales. Por eso, una clase se redimensiona en relación a la otra.”

HACER CIUDAD

Cuando se intenta erradicar las villas, se tiene un supuesto: que la villa no hace ni construye ciudad. De allí que sean vistas como un enclave del mal de una urbe. Como un sector que no corresponde. Sin embargo, los “sueños de independencia” y bienestar de los sectores pudientes, como lo señala Carman, son imposibles sin la laboriosidad de muchos hombres y mujeres de la villa, que realizan tareas de servicios domésticos, construcción y reparación.

–¿Las villas hacen ciudad?

–Por supuesto. Por un lado, porque hacen al curso diario, al dinamismo de la ciudad. No reconocer que la villa hace ciudad es no reconocer que, por ejemplo, los habitantes de la Villa Rodrigo Bueno son quienes levantan los residuos de las torres de Puerto Madero y que sus mujeres son las empleadas domésticas de Recoleta, Belgrano y Palermo. Por otro lado, desde el aspecto urbanístico, es factible su urbanización o, mejor dicho, reurbanizar porque ya existe una urbanización, porque ya existen como ciudad, aun cuando les faltan cloacas y otras cosas.

–Sin embargo, la villa sigue siendo vista como una parte radicalmente otra de la ciudad...

–Sí, pero yo no creo que sea una suerte de cultura aparte. Más que pensar en una subcultura de la pobreza, con sus propios códigos, como muchas veces se tiende a pensar la villa, yo enfatizaría que hay constantes reapropiaciones y traducciones de la cultura dominante por parte de las culturas populares. Hay elementos en circulación permanente. No me gusta pensar la villa como un enclave. Creo más bien que hay que mostrar trayectos, itinerarios, que implican estar en varios lugares de la ciudad, compartir un montón de elementos.

–Como el miedo, que es un elemento compartido según lo que anotas de tu trabajo de campo...

–Sí, siempre se tienen en cuenta los miedos de la clase media y alta, pero no los de los sectores populares, que también temen los robos, lo que les pueda pasar a sus hijos a la salida de la escuela, etc. La diferencia es que los sectores populares están más anclados al lugar donde viven, no pueden elegir mudarse, o tienen menos posibilidades para desplazarse. Con la paradoja de que al mismo tiempo ese lugar donde viven es construido como usina del miedo, el sitio de donde surge aquello para que otros tengan miedo.

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Imagen: Juana Ghersa
 
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