Viernes, 27 de mayo de 2011 | Hoy
RESCATES
Calamity Jane Misuri, 1852 Deadwood, 1903
Por M.A.
Una mujer toma whisky, cuida a los caballos, le sonríe a la nena de la caravana que lleva una muñeca de trapo y mira con enamorada admiración a Will Bill Hickok mientras le cuenta que una de las carretas volvió a romperse. Es julio de 1876 y están en Las colinas negras. Enseguida cambia el tono de voz, les grita a unos hombres, los insulta y da un latigazo al aire, esa mujer no es otra que Calamity Jane y esa es su primera escena de Deadwood, la magistral serie creada por David Milch (y que el canal TCM está dando en la madrugada, después de la una) que recrea el momento histórico de la anexión de un pueblo fronterizo al condado de Dakota del Sur. Tiempos de saqueos y codicia entre los primeros colonos de un territorio raso serán el escenario de la intriga y el camarín del desasosiego. La Calamity de la serie es Robin Weigert, una actriz norteamericana poco conocida, la verdadera había nacido en Princeton, Misuri, en una casa con seis hijos (ella era la mayor), su madre murió cuando tenía catorce años y su padre, un año después. Se llamaba Martha Jane Canary-Burke y fue una de las mujeres exploradoras del Lejano Oeste. Cuentan que en algunas de sus misiones se animó a cruzar nadando el río Platte, que recorrió hasta enfermarse kilómetros y kilómetros para cumplir con una entrega que le habían encomendado y que siempre era capaz de continuar cabalgando aún convaleciente. Mujer con ropa de hombre, Calamity fue también cocinera, prostituta, enfermera y soldado. Muchas hazañas, muchos mitos para una leyenda femenina que encontró su propia libertad en el Oeste. Algunas voces aseguran que ganó su seudónimo gracias a haber rescatado de una emboscada a su superior, el capitán Egan, sin embargo otras mascullan que simplemente ofenderla era “exponerse a la calamidad”; sea cierta una de las dos versiones, las dos o ninguna, lo que en verdad importa es que la calamidad de Jane dibuja una silueta muy atractiva en la lista de las chicas que desafiaron las convenciones.
Después del asesinato de Hickok (Keith Carradine en la serie) en una partida de poker que se convirtió en leyenda, Jane declaró que se habían casado y que él era el padre de su hijo, un hijo al que ella había dado en adopción. Pocos han creído esta historia, pero en la década del cuarenta un hombre llamado Jean Hickok Burkhardt McCormick afirmaba ser descendiente directo de Calamity Jane y Will Bill Hickok (algunos documentos firmados en una Biblia eran su testimonio y también su prueba).
En 1884 Calamity la rugosa, la mujer de excesiva rudeza y vozarrón ebrio, vivió en Texas, se casó y tuvo una hija. Años después se divorció y volvió a los caminos que solían recorrer las caravanas. En 1903 no se recuperó de una neumonía y murió. Pidió ser enterrada cerca de Wild Bill Hickok en el cementerio de MountMoriah, siguiendo el horizonte de Deadwood.
Dirigida por David Butler, Doris Day, la mujer de la casa limpia y el trajecito ceñidamente adecuado, cayó en la redes de Calamity y la personificó en 1953 junto a Howard Keel. El afiche de la película desplegaba la figura de Day arropada por un vestuario de alegórica sobreactuación: pañuelito al cuello, sombrero, chaleco, botas, un revólver en la cintura y ajustados pantalones, esta vez el figurín Doris Day estaba lista para un rodeo. Según declaró muchas veces, entre las casi cuarenta que componen su filmografía, ésta es su favorita. Pero si de escenas y chicas en western se trata, vaya un apartado para las que algunas de las que comenzaron su marcha hacia el Oeste: Joanne Dru, que estoica y como mirando hacia la última fila de la sala llena deja que Montgomery Clift le saque una flecha india, o Shirley MacLean (la monjita prostituta) que obligada por Eastwood con la culata del revólver y la hoja de una navaja, martilla la parte de la flecha precisa que destroza su hombro para que en la canaleta sangrante la pólvora encendida la cauterice. Es que las mujeres como Calamity se vuelven irresistibles, o por lo menos la Calamity de Deadwood, donde las reglas del género no excluyen a la mejor del campamento cuando está sobria, cuando está completamente borracha o cuando pide con cara de nena disculpas por su mal humor.
El western que protagoniza Calamity (el de la ficción y el otro) golpea cada vez más cerca –un latido infalible– las tapas de un diario íntimo bien subrayado, versátil, audaz y nada previsible.
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