Viernes, 12 de agosto de 2011 | Hoy
RESISTENCIAS
Hoy, a partir de las 18 horas, en el Obelisco empieza la edición argentina de la Marcha de las Putas, con réplicas simultáneas en Rosario y Mar del Plata. En muy pocos meses, la acción logró levantar la suficiente polvareda para que se multipliquen las voces de la diversidad feminista. Desde el 24 de enero, día en que un policía canadiense dijo que las mujeres teníamos que dejar de vestirnos como putas si queríamos evitar los ataques sexuales hasta hoy, miles de voces, cuerpos y sexualidades se sumaron a esta convocatoria que ya pasó por Alemania, México, Brasil, Sudáfrica, Nicaragua, Australia e Inglaterra, entre otros países. Una experiencia riquísima impulsada por jóvenes feministas y otras que desde afuera del colectivo entendieron la importancia de reapropiarse de la palabra puta para llevarla tan alto y lejos donde nadie pueda tocarla (ni tocarnos).
Por Flor Monfort
El 24 de enero fue un clásico día blanco y helado del invierno de Toronto. Epoca en la que mucha gente tiene que salir con pala en mano para sacar la nieve acumulada en la puerta de su casa, otros llevan la herramienta en el auto para evitar quedarse atrapados en el camino y todos usan esos supertrajes primermundistas para soportar las temperaturas bajo cero. Caminan en orden, son gente disciplinada, no llegan tarde. En ese sabor a hielo seco, cortante, no mucho más que la piel de la cara y las manos se veían en el auditorio del Osgoode Hall Law School, una universidad de 121 años donde los jóvenes entran después del colegio y salen abogados y abogadas.
Esa mañana, el oficial Michael Sanguinetti y un compañero de él, más callado o más prudente, de la División 31 de la policía canadiense, dieron una conferencia en Osgoode. Fueron pocos los que se acercaron al auditorio para escuchar los consejos sobre seguridad, solicitados por las autoridades debido a que los asaltos sexuales, el acoso y las violaciones se multiplicaban en los campus. Sanguinetti dijo: “Yo no debería decirles esto, pero las mujeres tendrían que evitar vestirse como putas si no quieren ser violadas”. Nadie se levantó del auditorio, pero las palabras de Sanguineti tuvieron un efecto gong capaz de penetrar en los huesos y neuronas de miles de personas. De esos pocos que lo vieron en vivo, las redes sociales hicieron su trabajo y el papelón policial llegó a la prensa. Enseguida vinieron las disculpas. “Fui imprudente, me disculpo con las víctimas a las que sólo agregué dolor”, bla bla, escribió Sanguinetti en un mail.
Tarde: la Marcha de las Putas ya había empezado a rodar.
La primera fue el 4 de abril en Sackville, Canadá. Enseguida se replicó en Londres, Ottawa, Vancouver y Montreal. El facebook original (www.facebook.com/SlutWalkToronto) recoge la experiencia desde el día cero y se convirtió en un foro mundial que da cuenta de las marchas en todo el mundo. Allí se suben las fotos, se comparten experiencias en primera persona, se pueden ver videos con testimonios de mujeres violadas, instructivos sobre cómo armar la marcha en tu ciudad, miles de ideas donde el “Slut Pride” o “Pute Pride” (algo así como “orgullo de ser puta” en inglés o francés y retomando el “Gay Pride” que dio origen a la conocida Marcha del Orgullo Gay en todo el planeta) se amplifica en miles de espejos: prendedores, carteles, grafitis, remeras y el propio cuerpo, de jóvenes, viejas y algunos varones, tomando una forma más condensada en el lema que atravesó todos los encuentros: “No means No” (“No significa No”), que además funciona como un impresionante unificador de grupos de los cinco continentes que informan sobre estadísticas (48 violaciones por hora en el Congo, por nombrar un ejemplo), trabajos académicos sobre la conveniencia hegemónica de poner el peso de la culpa sobre el cuerpo y la actitud de las mujeres y poderosos análisis sobre la arrasadora mayoría de modelos masculinos impolutos y brillantes en los relatos de ficción (“¿Por qué Star Wars teme a las mujeres? Leia es la única que no es prostituta, pero incluso ella es un terrible estereotipo femenino”, dice uno de ellos). Incluso hay grupos SCAM (grupos falsos), como el SlutWalk Teheran, con la promesa de una marcha en 2012 en la capital iraní donde se suman insultos a la organización y se boicotea con información errónea. Pero en todos está presente el debate sobre la idea, los pros y los contras, las voces a favor y las no tanto de llamarnos putas a nosotras mismas, con toda la carga peyorativa, degradante y disciplinadora que lleva la palabra sobre sus letras. En todas las marchas la arenga implicó también apropiarse del término con todo lo que hay en él de temible: colores, texturas, escotes, cortos de pollera y la escritura en el cuerpo, tan propia del asalto sexual y los femicidios que “marcan” la piel de la víctima, le imponen un sello, un “hasta acá llegaste muchacha”. “Todas Putas” se escribió en la panza una adolescente de Puebla, México. En España a los portaligas sumaron los burkas, las coronas de espinas, los hábitos de monja y se hizo un simulacro de hoguera; puestas en acto de todas las mujeres, las presentes, las históricas y las que no pueden expresarse.
Para Heather Jarvis, una de las fundadores de la Slut Walk en Canadá, la cuestión es hablar de la cultura de violación. “Se ataca a las mujeres, se las marca, quema, penetra por la fuerza y luego se las juzga (porque la violación no termina en el hecho en sí sino que se extiende al aparato legal y social que lo continúa) debido a un potente engranaje que nos inculca que allí está nuestro cuerpo, disponible para ser penetrado. Hay una operación inconsciente que desmiente de alguna manera aquello de que “si vas vestida de puta te la estás buscando” y que tiene que ver con que, en definitiva, todas estamos en la mira. Así que reivindicamos la vestimenta pero sobre todo queremos alertar sobre estos cuerpos, los nuestros, y que la lupa ensanche la mirada allí donde debe estar: en los violadores y en la mentalidad sociocultural que los habilita”, explicó a principios de abril.
Su voz y la de muchas que tomaron la posta llegó a nuestro país hace algunos meses, cuando Vic Sandrini decidió adherir desde nuestro país e intentar replicar la experiencia acá. Vic vive en Córdoba y trabaja en un sindicato, después se unieron Pamela Querejeta Leiva y Nadia Ferrari, que son periodistas y miembras de la Red PAR, y por último se sumaron Verónica Lemi y Flavia Baca Hubeid, quienes encontraron el movimiento gracias a Atrévete Argentina y quedaron fascinadas y horrorizadas al ver la justificación de las violaciones en los dichos del policía y quisieron participar activamente. “Nuestros primeros contactos fueron con otros países de Latinoamérica, como Venezuela y México. Desde allá nos aconsejaron cómo encarar o comenzar con la organización. Pero después, todo fue armado a pulmón por nosotras. La artista Adriana Minoliti ayudó a pintar remeras, polleras, carteles, panfletos y como estuvo en la marcha de México, trajo algo de la experiencia. Nos parece muy importante transmitir que la marcha tiene su marco local, o sea, traer la marcha acá en todo sentido, teniendo en cuenta nuestras experiencias o las de amigas o familiares. Es importante que las mujeres que vengan se sientan identificadas, por eso también cambiamos un poco el discurso con relación a la marcha original. Allí las participantes se calzaron los tacos altos, las medias de red. Nosotras decimos que vengan como quieran, como se visten día tras día ya que, aparentemente, un pantalón y una remera ya son “provocadores”. Nuestro objetivo es hacernos escuchar y demostrar que las mujeres no nos callamos, que tenemos una voz propia y una opinión que no tiene por qué ser silenciada. Salir a la calle es parte de eso”, dice Nadia, y agrega que otros países de la región, como Bolivia y Uruguay, ya las contactaron para que sean ellas quienes las asesoren, siguiendo la idea de constante cooperación entre ciudades, países, organizaciones, colectivos y personas con ganas de activar la Marcha de las Putas.
Las opiniones en la aldea local se sucedieron en las últimas semanas. Debate que no escapa al que se dio en otros países, pero veamos lo que ocurrió acá. La diputada feminista Diana Maffía aclara que va a hacer todo lo posible por estar presente, que adhiere a sus objetivos y consignas porque éstas implican un cambio cultural, que si bien es lento debe motorizarse con acciones concretas. Sin embargo, encuentra problemas en apelar a la palabra puta. “Mi única objeción es la de adoptar el nombre que la marcha tiene internacionalmente, porque es un nombre que estuvo basado en una circunstancia y que apela a una palabra muy denigrante, y que desde mi punto de vista establece una ficción sobre las personas que verdaderamente ejercen la prostitución. Dialogando con compañeras a través de la red RIMA (Red Informática de Mujeres de Argentina), ellas me hicieron ver la relevancia que esta palabra tiene en la vida cotidiana, sobre todo para las mujeres jóvenes, porque se aplica a cualquier mujer que se salga de los estereotipos o de las expectativas masculinas. Sin embargo, consulté con varios hombres y su primera reacción fue “vamos a ir a mirar”, eso es lo que me hizo ruido desde el primer momento: ¿a quién queremos interpelar? ¿De qué manera? Es una campaña que va a tener que sostenerse mucho en el tiempo, y éstas son disquisiciones refinadas para seguir teniendo en el movimiento de mujeres, pero para eso va a ser muy importante ver el efecto de la marcha. De esa manera vamos a poder analizar mejor si usamos las herramientas adecuadas”, explica. La feminista queer Mabel Bellucci participó del debate mencionado por Maffía en RIMA y propuso hacer acciones diferentes en la misma marcha para quienes se sientan incómodas con la consigna de usar la vestimenta como herramienta de provocación. Pero empezó sus correos reivindicando la “putez” como condición de todas. “Yo soy puta, trola, chonga, trava, madre, vecina, propietaria, ensayista, torta, hija y demás yerbas” escribió en un mail, y aclaró a Las 12: “Mi malestar con las posiciones que surgió al calor del debate tiene que ver con el aburguesamiento del enfoque: ese discurso clasemediero de ‘cuidado, no me confundan’. Quizás, yo estiré un poco mi provocación, reconozco. El 5 de agosto el Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES)-Gino Germani organizó una mesa sobre Explotación y Trabajo sexual con el tema de la prohibición del rubro 59. Intervinieron las dos agrupaciones Ammar y sus referentes se opusieron a autodenominarse ‘putas’, pero tampoco se rasgaron las vestiduras. Y lo entiendo perfectamente. Estas mujeres viven en carne propia la exclusión y la desigualdad. No es lo mismo que diga yo ‘Me siento y soy puta’ a que lo diga una de ellas que experimentaron vivir y trabajar como putas. Sin embargo nadie allí sostuvo una figura de víctima, todo lo contrario. Para mí es una categoría de la que tenemos que apropiarnos, como otras tantas justamente porque todo el tiempo nos han estigmatizado desde el régimen heterosexual. Con determinadas corrientes feministas, los cuerpos aún permanecen en el closet. Las políticas neoliberales lograron instalar la data cuantitativa, el discurso tecnocrático y del relato en primera persona pasó a tercera: ‘son ellas, no nosotras’. Carla Lonzi y su grupo Rivolta Femminile, en los setenta, clamaba ‘Mi vientre me pertenece’. Entonces no sólo el cuerpo está en el closet, también el deseo, el placer, la resistencia y las ganas de explorar. Por ello, esta marcha interpela de diversas maneras: interpela a muchas como activistas y a otras como mujeres”, dice Bellucci, pero coincide en que sólo la experiencia va a determinar la verdadera dimensión del acontecimiento, sirviendo las otras marchas del mundo y tal vez las de Latinoamérica por hallarse más cerca de nuestra coyuntura, como faro para pensar en las repercusiones.
Pamela Querejeta Leiva, una de las organizadoras, menciona el debate donde otras mujeres sugirieron nombres como “La marcha de las necesitadas de protección” o “La marcha de los mil maridos”. “Deberíamos ampliar el intercambio y no crear grupos a favor o en contra, sino más bien un ámbito en donde podamos discutir qué es lo que nos pasa como sociedad, qué les pasa a las mujeres de todas las edades y cómo podríamos coordinar tareas para seguir militando por la igualdad. Nosotras adoptamos el mismo nombre que tuvo la marcha en todos los países en los que se realizó. Si le pusiéramos otro, otra sería la marcha. Ahora bien, lo hacemos porque esa palabra tiene un significado no sólo para quienes decidimos organizar la marcha, sino para quienes adhieren y para quienes no. Hoy llamar a alguien ‘puta’ es sinónimo de prostituta. Una ‘puta’ hacia el común de la sociedad es quien se viste con pollera corta, tal vez se platina el pelo, usa escote, se maquilla y se pone unas botas altas. Para nosotras, es una persona que quiere verse bien y hace un libre uso de su sexualidad. Es una mujer que puede ser universitaria y tener los mejores promedios, sin embargo en ese imaginario social, sólo es una mujer que por verse así merece ser menospreciada. Si decidimos vernos así, nadie debería usar la palabra ‘puta’ para insultarnos, mucho menos si decidiéramos por propia voluntad ejercer la prostitución. Esto es para todas las mujeres. Quitarle la connotación negativa es apartarle toda negatividad y violencia. Mientras deje de tener el efecto ofensivo, dejará de ser usada despectivamente”, explica y destaca que nadie tiene que quedar afuera de la convocatoria, sino que cada cual puede intervenir como quiera. Rescata en este sentido la experiencia a la que convocó la organización el martes pasado, donde se reunieron a estampar telas, cartones y papeles con el “No es No”. La artista Mariela Scafati, parte del movimiento “Serigrafistas queer”, estuvo en la movida: “Muchas no nos conocíamos, algunas llegaron solas a estampar su remera y todo el tiempo se habló de las consignas. Había mujeres de todas las edades, autoconvocadas y de agrupaciones que van a participar desde sus militancias particulares. Fue muy interesante, mientras hacíamos las serigrafías, debatir sobre lo que nos pasa y lo que va a pasar. Por la experiencia de afuera, es todo ganancia, visibilidad, agite y fuerza femenina. No puede salir mal”, dice entusiasmada por el intercambio previo, una suerte de ensayo de lo que va a pasar en la marcha que cargó las pilas para los últimos días.
María Gold, activista femme y fundadora de la Asociación Argentina de Femmes, está a favor de la marcha pero no de la consigna. “Tiene que haber marchas, pero no me gusta el ‘No es No’, me parece cerrado, no te ampara, siento que decir ‘No es No’ te tira un mensaje enjaulado: si tengo cinco años y me pongo una mini y un par de tacos tenemos un problema, porque el ‘No es No’ no existe, puede venir un adulto mayor, me puede violar y listo. Lo cierto es que no tenemos autonomía por una cuestión familiar y social y es muy conflictivo dominar el lenguaje cuando el deseo no tiene palabras ni para sí ni para no. No tiene esa configuración porque también hay ‘más o menos’: el deseo no es absoluto. Me parece que tenemos un derecho sobre nuestro cuerpo que nos es muy difícil ejercer. No tenemos las leyes para ejercer ese derecho. No somos libres, pero esto es mundial. La verdadera libertad es que una pueda elegir lo que hace con su cuerpo. A mí me interesa más el mensaje de Dorothy Allison, ‘nacemos para ser penetradas’, entonces, que reivindicar nuestra feminidad sea nuestro poder y no nuestra debilidad, una manera de decir ‘Mi cuerpo es mío. No me invadan’”, dice Gold y aporta el Act up de Sarah Schulman, “los cambios más grandes se lograron desde grupos muy chicos de personas”, como la Marcha del Orgullo Gay en nuestro país, que cada año convoca más gente, más diversidad. Gold aclara que apoya la marcha porque en definitiva “no hay nada más subversivo que una mujer con autoestima”.
Siempre hubo mujeres que pagaron con su vida el hecho de ejercer el control sobre sus destinos con total autonomía. Los viajes son un ejemplo donde se visibiliza el límite que la sociedad parece poner sobre las narices de las que no quedan atadas a lo que se espera de ellas: que se casen, se reproduzcan, sean incapaces de subirse a un micro “solitas”, anden por el mundo con marido, amigo, padre, hermano... “Los cuerpos de Cassandre Bouvier y Houria Mounmi hablan”, dijo el perito luego de hacer las autopsias de las turistas francesas encontradas el 29 de julio en la quebrada de San Lorenzo, en Salta. Fueron violadas, arrastradas, golpeadas y finalmente asesinadas a quemarropa, pero el caso se resume a un crimen sexual “aislado” dejando afuera los acentos más importantes del femicidio, que en lo que va del año sumó más muertes que en el mismo período del año pasado: 151 mujeres. Nikola Henkler, Annagreth Würgle y Perine Bermond son algunas de las causas más resonantes de los últimos años, algunas con resolución legal, otras jamás esclarecidas. Historias que se reconstruyen a medias; la de Perine sugería que bailar tango la conectaba con muchos hombres a los que llevaba a su casa, la de Annagreth que se había separado de su novio en la mitad del camino y que eso la había puesto en peligro, de Nikola no se supo más nada. La trata reduce a las mujeres que secuestra con un operativo de “ablande” donde las amenazas, torturas y violaciones son el punto de partida para la dominación absoluta, un procedimiento que está visibilizado pero multiplica sus redes sin control y con connivencia del poder. Otra explicación es difícil deducir frente a la impunidad que se traga cientos de mujeres por año.
“Por un lado, probablemente éste sea el mejor contexto social para la diversidad sexual que se haya dado jamás. Ganado a pulso por el movimiento feminista y lesbianista. Sin duda. No nos han regalado nada. Y, como siempre, la reacción de la bestia contra esa amenaza que, por el simple hecho de existir como bolleras, suponemos para su modelo hegemónico heteronormativo, en el que se sustentan el patriarcado y el capitalismo. Porque chicas, hermanas, la guerra continúa. Eso sí, nosotras siempre nos lo pasamos mejor”, dice Itziar Ziga desde uno de sus blogs, (hastalalimusinasiempre.blogspot.com). Catalana de 36 años, Ziga es la autora de Devenir perra y Un zulo propio, dos libros donde despunta su concepto de manada y se define como transfeminista, una corriente que redobla la apuesta: “Como marginales de las cloacas, noctámbulas, monstruas, abyectas, temibles, hambrientas, apocalípticas, criminalizadas, gore, despelujadas, mamarrachas, radioactivas e irreductibles, somos zombies. Zombies del sistema”.
No por nada algunas de las berlinesas que se sumaron a la Marcha tenían ese atuendo fantasmal. Ejercemos cargos de poder, pero al mismo tiempo es una época en la que somos duramente castigadas, y como siempre, vivimos en una lucha sin tregua por demostrar que tenemos las mismas capacidades. La Marcha de las Putas será un paso más para seguir reafirmando a las zombies que, aunque castigadas, no andan errantes.
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