Viernes, 12 de agosto de 2011 | Hoy
INTERNACIONALES
Durante los 18 días que duró la revolución egipcia que terminó con una dictadura que llevaba 30 años en el poder, las mujeres irrumpieron en el espacio público, después de organizarse a través del ciberespacio, exigiendo democracia pero también derechos propios que todavía están pendientes: acceso al trabajo y la educación y una vida libre de violencia en un país donde más del 80 por ciento sufre acoso sexual a diario.
Por Carolina Bracco *
Ciudadanas de segunda en sus países y estigmatizadas por Occidente, las mujeres árabes han sido víctimas no sólo de los estereotipos, sino también de sus propios gobiernos, sociedades y tradiciones. Esto ha generado en Occidente la sensación de que las mujeres árabes se han mantenido –y aún se mantienen– al margen de los asuntos públicos. De ahí que la mayoría de los medios cubrieran su participación en la revolución en Egipto con sorpresa.
Dicha “sorpresa” responde, en parte, a una ceguera sobre el papel de las mujeres y su participación política desde comienzos del siglo XX, pero también a una polaridad inmanente en Egipto.
El acceso masivo a la educación y al mundo del trabajo no ha generado cambios sustanciales en la sociedad egipcia, que desarrolló nuevas prácticas y mecanismos que perpetúan el sistema patriarcal y mantiene a las mujeres ocupando los roles tradicionales.
A su vez, la participación femenina en el espacio público, junto con la crisis económica que impide a la mayoría de la población casarse y formar una familia generó un fenómeno mayoritario que empieza a ser visibilizado: el acoso y la violencia sexual. En su informe del año 2008, el Centro Egipcio por los Derechos de las Mujeres sobre el tema demostró que el 83 por ciento de las egipcias y el 98 por ciento de las extranjeras habían sido víctimas de acoso sexual, mientras que la mitad admitió serlo diariamente.
Todo esto pareció estar en pausa durante los 18 días de la revolución egipcia en los que egipcios y egipcias lucharon codo a codo para culminar con la dictadura de Hosni Mubarak luego de casi 30 años en el poder. Ni acoso sexual ni discriminación de género tuvieron lugar cuando todo el pueblo egipcio se alzó a reclamar dignidad, justicia y libertad. Sin embargo, el fin de la autocracia no decantó en una inclusión de las demandas femeninas de igualdad sino que dejó en claro cuán arraigadas se encuentran las diferencias y cómo éstas pueden amenazar los logros de la revolución.
Durante muchos años, los y las activistas en Egipto lucharon por los derechos humanos, incluyendo en su lucha los derechos de las mujeres y la justicia social. Para ello, intentaron hacerse de los métodos clásicos: el sufragio, los medios y las manifestaciones públicas. Pero las votaciones eran fraudulentas; los medios estaban controlados y las manifestaciones públicas se volvían violentas, significando para las mujeres acoso sexual, vejaciones y violaciones.
En lo que respecta al feminismo, eran casi nulos los espacios de libre accionar desde que primero la esposa de al Sadat, Jihan y luego la de Mubarak, Suzane, cooptaran dentro del ámbito gubernamental todas las instituciones y asociaciones que se ocupan de la reivindicación y defensa de los derechos de las mujeres estando, además, completamente alejadas de la realidad social de las mujeres egipcias que son víctimas de la violencia de género, la miseria y el analfabetismo.
Estos dos hechos lanzaron a las jóvenes egipcias en la última década a ocupar un nuevo espacio que ya nadie podría arrebatarles: el ciberespacio. El “ciberactivismo”, una actividad compartida por jóvenes de ambos sexos, tuvo especial relevancia para las egipcias, que hicieron de él un lugar de encuentro, discusión y lucha política.
Los blogs, junto con las redes sociales como Facebook y Twitter, se convirtieron en vehículos de transmisión opositora y de denuncia del gobierno, generando un espacio virtual de encuentro para los jóvenes egipcios que comenzaron a organizarse, unidos por la frustración y hartos del amordazamiento del que habían sido víctimas a lo largo de todas sus vidas.
Esta tendencia comenzó a tomar fuerza a mediados de junio del año pasado, luego de que la policía alejandrina torturara hasta la muerte al joven Khaled Said, de 28 años. Si bien esta práctica era común en las cárceles de todo el país donde rige una ley de emergencia desde 1981 que permite abusos policiales desmedidos, la muerte de Khaled Said despertó la conciencia de los jóvenes; primero alejandrinos y luego de todo el país, al comenzar a sentir que lo que le había sucedido a Khaled Said podía sucederles a cualquiera de ellos. De allí que la página de Facebook que abrieran se llamara “Todos somos Khaled Said”.
Esta página –que cuenta con una versión en inglés y otra en árabe– se convirtió en lugar de referencia y confluencia de los jóvenes que comenzaron a enviar videos y denuncias de abusos policiales y de los matones del gobierno.
A mediados de enero de 2011, siguiendo el ejemplo de Mohamed Al Bouazzizi que desatara la revolución tunecina, cuatro egipcios se quemaron a lo bonzo buscando atraer la atención ante la situación de miseria y frustración en la que se encontraban ellos junto a 3/4 de la población egipcia.
El 25 de enero de 2011 Khaled Said hubiera cumplido 29 años. Ello fue lo que originó la convocatoria ese día, luego de una larga serie de manifestaciones reclamando justicia por el alejandrino brutalmente reprimido por la policía. La convocatoria se esparció como pólvora por las redes sociales impulsada por una activista de derechos humanos y cofundadora del Movimiento 6 de Abril: Asma Mahfouz.
En su mensaje le pedía a la gente que no tuviera miedo, que salieran a la calle con ella el 25 de enero, que había mucha gente en Egipto y que podían protegerse los unos a los otros contra las brutalidades del régimen, que no había motivos para seguir viviendo con miedo; que era el momento de recuperar su dignidad como pueblo.
El 25 de enero miles de egipcios y egipcias acompañaron a Asma. Durante los siguientes días, llegaron a ser millones. A los pocos días el gobierno, desconcertado, desconectaba Internet y los teléfonos. La gente respondió saliendo a la calle y exigiendo la renuncia del presidente, que desató una ola de violencia que acabó con la vida de más de 850 personas.
Sin duda, el gran triunfo del ciberactivismo fue el de atraer a los sectores más alejados y reticentes a participar en manifestaciones públicas: las mujeres adultas de todos los estratos que acompañaron masiva y pacíficamente día y noche las protestas.
Imágenes de estas mujeres participando en las manifestaciones impregnaron la prensa extranjera que, como decía al comienzo, parecía no dejar de sorprenderse de la participación femenina en las protestas. En consonancia con las prioridades de ese momento, las mujeres no participaban en la revolución en pos de conseguir o reclamar derechos en términos de género sino como ciudadanas en reclamo de mejores condiciones de vida, de justicia social; contra la tortura, contra las leyes arbitrarias, en tanto parte de la comunidad y del país y no de un grupo discriminado.
Lo que se destacó de las manifestaciones es que mujeres y hombres convivieron en aquel improvisado campamento que se montó en la Plaza Tahrir, epicentro de las revueltas que sacudieron al país, durmiendo uno al lado del otro y, sin embargo, no se registraron incidentes relacionados con el acoso sexual o violaciones que, como decía, es un fenómeno muy extendido en el país. Esto fue celebrado por las mujeres creyendo que una nueva era de igualdad y libertad llegaría también para ellas.
Luego de 18 días de lucha en las que un ambiente de libertad y fraternidad se vivía y se respiraba, la autocracia llegaba a su fin.
Pero el mismo día en el que Mubarak se alejaba del poder un hecho enturbiaría el escenario de algarabía y emoción que caracterizó a la plaza Tahrir el 11 de febrero: el asalto sexual y violento sufrido por la periodista de la CBS Lara Logan. Desde un primer momento comenzaron a tejerse toda clase de intrigas sobre el hecho, hasta que recién a fines de abril ella misma rompió el silencio en el programa 60 minutos de la CBS. Allí contó cómo al apagarse la cámara con la que estaban filmando fue distanciada de los tres hombres que la acompañaban (dos del equipo de producción y un intérprete egipcio) por una masa de hombres que comenzaron a manosearla violentamente para luego despojarla de sus ropas, golpearla con las varillas de las banderas y violarla con sus dedos vaginal y analmente durante al menos 20 minutos, cuando fue rescatada por un grupo de mujeres y militares que la reunieron con el equipo de producción del canal. Momentos después, Logan partía a Estados Unidos donde permaneció hospitalizada hasta el 16 de febrero.
El asedio a los periodistas extranjeros y egipcios durante los días de la revolución fue constante: arrestos, destrucción de equipos, intimidación violenta era practicada por la policía, los matones y los simpatizantes de Mubarak. Sin embargo, lo que la historia de Lara Logan puso sobre el tapete fue uno de los tabús más grandes de Egipto: el acoso sexual, que como mencionaba anteriormente, se encuentra ampliamente extendido pero poco aceptado, tanto por hombres como por mujeres.
El acoso y la violencia sexual es probablemente el mayor problema que sufren las mujeres en ese país. El último año, gracias a la iniciativa de un grupo, se ha creado el “Harrasmap”, un blog que toma denuncias anónimas online y vía mensaje de texto de las víctimas de acoso sexual, generando así una base de datos que ubica las zonas de mayor propensión para ser evitadas.
Una vez más, el ciberespacio ha generado una zona de libre tránsito de denuncias en donde las mujeres pierden el miedo. Sin embargo, esto encuentra su límite en la cantidad de mujeres que carecen de los recursos necesarios para efectuar las denuncias y, además, son analfabetas.
Luego del acontecimiento de Logan, volvió a presentarse en la plaza Tahrir el acoso y la violencia de género, las mujeres volvieron a ser víctimas del acoso acostumbrado, desde miradas lascivas y comentarios obscenos hasta ataques directos a jóvenes egipcias y extranjeras.
El punto más álgido de esta triste situación se vivió el 8 de marzo, en una manifestación convocada en conmemoración del Día Internacional de la Mujer y en demanda porque se incluyan más y mejores derechos para las mujeres en la nueva Constitución.
Pero el escenario empeoraría al día siguiente cuando los militares y los matones del Partido Nacional Democrático de Mubarak desalojaron la plaza, destruyendo las tiendas de campaña y carteles que todavía se encontraban allí.
Decenas de personas fueron arrestadas y llevadas al museo egipcio, que hace las veces de centro de operaciones y tortura del ejército. Allí fueron interrogados y torturados los detenidos. Las mujeres solteras, además, fueron sometidas a pruebas de virginidad con la amenaza de que si descubrían que alguna de ellas no lo era sería acusada de prostitución.
El hecho tuvo repercusión internacional recién a fines de mayo, cuando uno de los altos cargos militares admitió que se habían realizado las pruebas diciendo: “Esas chicas que fueron detenidas no son como su hija o la mía, son chicas que estuvieron acampando con manifestantes [hombres] en la Plaza Tahrir, y en esas carpas encontramos cócteles molotov y drogas (...) no queríamos que dijeran que las habíamos atacado sexualmente o violado durante su detención, por lo que quisimos probar que no eran vírgenes cuando las detuvimos. Y ninguna de ellas lo era”.
A pesar de la intimidación y la humillación a la que fueron expuestas las detenidas, muchas de ellas publicaron en sus blogs, cuentas de Facebook y Twitter lo sucedido, despertando la solidaridad de sus compañeros y compañeras. Una de ellas incluso decidió hablar en público, en una reunión que congregaba a varias agrupaciones políticas donde fue filmada y el video circuló por las redes sociales hasta llegar a The New York Times. Su nombre es Salwa al Housiny Gouda, una peluquera de 20 años cuyo valiente testimonio alentó a otras jóvenes a denunciar públicamente lo ocurrido. Según relató a Amnistía Internacional, los soldados la obligaron a desnudarse, la golpearon, le aplicaron descargas eléctricas y luego la sometieron a la prueba de virginidad por quien decía ser un médico, mientras los soldados la fotografiaban con sus celulares.
Luego de estos y otros sucesos que atentan contra la propia seguridad y los derechos humanos –y que recuerdan demasiado a las prácticas represoras y criminales del régimen Mubarak–, los egipcios han vuelto a lanzarse a las calles, temiendo que los logros de la revolución les sean arrebatados.
Las medidas adoptadas por el Consejo Superior de las Fuerzas Armadas (SCAF, por sus siglas en inglés), en el poder desde la renuncia de Mubarak han resultado tan ambiguas como excluyentes, despertando el temor y la impaciencia en la juventud revolucionaria, que luego de un primer período de confianza en los militares ha comenzado a reclamar la celeridad de las reformas.
Se creó así un comité especial para redactar un borrador de una nueva Constitución (para sustituir a la anterior, arbitrariamente reformada por Mubarak) pero se excluyó a las mujeres.
La notable ausencia femenina en los nuevos estratos del poder provisorio no hacen más que perpetuar el sistema de injusticia de género que ya ha sido denunciado por algunas reconocidas feministas, como Nawal al Sadawi.
Desde febrero comenzaron a llamar la atención sobre ello con el temor de que las egipcias corran la misma suerte que sus hermanas argelinas en la guerra de la independencia (1954-1962), cuando luego de luchar en las filas del Frente de Liberación Nacional éste les dio la espalda.
Para evitar esto, sería fundamental lograr un cambio en la legislación, específicamente el Estatuto Personal Musulmán (1), conocido como derecho de familia, que las feministas egipcias intentan desde hace más de un siglo reformar.
El documento promueve y estructura un modelo de familia que se remonta a principios del siglo pasado, basándose enteramente en una lectura patriarcal de la jurisprudencia islámica y cristiana en el caso de la minoría copta y otras minorías cristianas de Egipto. Dicha ley, que legitima la autoridad y el poder del hombre, mantiene un sistema “tradicional” de desigualdad de género; donde el esposo es el jefe de familia, con todos los derechos, privilegios y prerrogativas, pero también con deberes –económicos– de protección y sustento. La mujer, así, queda subordinada, debiendo obediencia a su marido y estando a su servicio en compensación por la protección y el sustento recibido, esté de acuerdo o no.
Con la justificación –o la excusa– de que se basa en la ley religiosa inmutable, a lo largo de los años sólo han conseguido mínimos ajustes en la ley que no perturban el modelo de familia patriarcal.
Así, el derecho de familia es un documento no sólo autoritario sino también anacrónico y disonante con la realidad, a la vez que anula la dimensión económica de la mujer.
Disonante con la realidad, aunque no con las mentalidades locales, que mantienen a las mujeres en los lugares tradicionales, lo que produce una tensión entre realidad y tradición que debe ser subsanada. La revolución se anticipa como un primer movimiento en este sentido, aunque queda por verse si podrá sostenerse hasta avanzar en términos de igualdad e inclusión.
La ausencia femenina en los comités de reforma legislativa y los acontecimientos del 8 de marzo no envían señales de optimismo, aunque la fortaleza y la valentía de esta juventud revolucionaria que sueña con un Egipto más justo, libre e igualitario tiene hoy la oportunidad de incluir a todos los egipcios y las egipcias en ese sueño, y hacerlo realidad.
Politóloga (Fsocuba), doctorada en Culturas Arabe y Hebrea (Universidad de Granada).
(1) Ley de Estatuto Personal para los musulmanes y Ley de Estatuto Personal para no musulmanes, en lo esencial recoge las mismas restricciones para la igualdad de las mujeres en el plano jurídico.
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