SOCIEDAD
Darse crédito
Pionero en la nueva alianza social entre clase media y clase baja, en el Club de Trueque “Esperanza”, de San Telmo, conviven habitantes de inquilinatos con vecinos de coquetas casas recicladas que se han quedado sin un peso. La actividad, allí, se inscribe en la explosión del hábito de trocar, haciendo coincidir lo que a uno le sobra con lo que al otro le falta.
› Por Soledad Vallejos
Cualquiera pensaría que esa chica de menos de 20 espera a sus amigas para pasear por el shopping. Pero lleva un tupper enorme, repleto de sandwiches, cara de cansancio, y casi media hora esperando en una fila que viene creciendo hace rato. Detrás de ella, una mujer de treinta y pico, con reflejos rubios que parecen extrañar la peluquería, intenta calmar a un niño algo impaciente por la espera y el calor. La cola es larga, más de media cuadra de socios que conocen los beneficios de llegar temprano y primerizos ansiosos por participar de una vez. Apenas han pasado las seis, falta cerca de una hora para que el Nodo “Esperanza” (“Todos tienen nombres por el estilo”, dirá la coordinadora. “Esperanza, renacer...”) del Club del Trueque tenga su segundo encuentro semanal, el de los viernes, en este bar de San Telmo. Durante el último mes, casi 6 mil personas acudieron puntualmente a las dos horas de trueques del barrio para ofrecer lo que les “sobra” a cambio de conseguir algo de lo que definitivamente les falta. Esa es la cifra que calculan los coordinadores, todavía sorprendidos por los impactos de una crisis tan impresionante que ha logrado unir a quienes prendieron la luz de alarma cuando no pudieron pagar el analista con quienes temen ser desalojados de un hotel porque el Estado no paga las facturas. Los números nacionales, aproximados, que baraja la Red del Trueque Solidario no son menos apabullantes: sólo durante el 2001, 275 mil nuevos socios se sumaron a los 100 mil previos, con lo que actualmente los nodos (así se llaman los centros de trueque) son unos 3 mil, en lugar de los 800 que existían al iniciar el año pasado. Probablemente, eso explique que estas reuniones muevan cerca de 600 millones de pesos. En 1999, las operaciones realizadas equivalían a los 90 millones, una cantidad muy cercana a la facturación que computaba, por entonces, una empresa como Canale.
La campana de largada suena a las siete de la tarde: a partir de ese momento, jamás antes, empiezan a correr los “créditos”, unos billetitos muy parecidos a los del Estanciero, pero con banda de seguridad que permiten efectuar las transacciones en este circuito informal. El sistema es simple, y se rige con las mismas reglas que cualquier operación comercial, sólo que sin intervención de la moneda oficial. “La gente va trayendo lo que tenga, lo que pueda traer, y le pone un valor en créditos. Va a venir otra gente a la que le haga falta, o le guste, y se lo va a llevar pagando determinada cantidad de créditos. Con esos créditos, vos podés comprar otra cosa que te haga falta”, explica Analía, la coordinadora de este nodo. Con su inscripción, cada nuevo socio recibe 50 créditos con los que empezar a participar, a evaluar cuándo una tasación es exagerada o justa, a imaginar qué puede ofrecer en ese mercado y qué puede conseguir. Al menos a fines del año pasado, se calculaba que había en circulación unos 25 millones de créditos. Analía cuenta que en los últimos tiempos, con el crecimiento sostenido de interesados y nuevos participantes, hay quienes creen ver cierta desesperación por conseguir algo, lo que sea, de manera gratuita, que reciben esos créditos iniciales y luego no saben cómo continuar, pero ella insiste en que “se otorgan como para que la gente se empiece a mover. Se dan para producir algo, y de alguna forma devolvérselo al nodo, es para ver qué se puede producir a través de esos 50 créditos”. El hecho de que la cantidad de asistentes no disminuya, en todo caso, habla de una continuidad y de cierta adaptación a las normas del trueque, a la adquisición del status de “prosumidor”: el término con el que Alvin Toffler, en La tercera ola, definió a alguien que consume, pero también produce. Media hora antes de que los socios comiencen a trocar, Analía recorre la cola, mapa del bar que presta las instalaciones en mano, y pregunta socio por socio qué han venido a ofrecer. De acuerdo con el rubro, asigna un número de mesa. “Todo lo que es comida va al fondo del local, porque se va enseguida y se junta mucha gente”, explica a alguien que quería otra ubicación. En la puerta, María del Carmen, una coordinadora de otro nodo que suele colaborar en éste, cobra la entrada (1 crédito, con lo que se cubren gastos de papelería del Club y de la limpieza del bar ese día), indica dónde queda la mesa asignada y recoge algunos datos. “Karina, ropa y comida, nodo Esperanza.” “S-t-a-c-y, ropa.” “Oscar, cuadros. Sara, de La Boca.” La señora que empuja el changuito dice su nombre en voz demasiado baja, pero enseguida muestra los paquetes, agrega “te traje ropa”, aclara “yo también estoy en la ruina”. Como con los anteriores socios, María del Carmen termina el trámite dándole un número para el sorteo de la noche. “Ay, el 110... ojalá gane la mercadería, porque no tengo ni para comprar.” Es viernes, hoy el ganador podrá llevarse una canasta con veinte productos básicos; si fuera lunes, todos codiciarían un pollo al horno con papas, suficiente para cuatro personas. “Es un sorteo de algo precario, digamos, pero vos ves la felicidad de esa persona que gana como si se hubiera ganado 5 mil pesos; es una cosa...”
Un año atrás, cuando empezó a funcionar este nodo, “era una cosa superchiquita, de cinco personas. Y de a poquito veías que cada vez venía más gente, más gente”. El lugar es pequeño, pero usando todas las mesas, el sector de la parrilla y hasta el recodo de una escalera, hoy unas 150 personas logran trocar sus bienes. A las siete en punto, la fila que empezó a formarse frente a los cajones de verduras, a medida que la gente ingresa, empieza a moverse. También unos cuantos optan por llevar tarta (“1 crédito la porción, 2 por 1 y medio”, oferta el cartelito), cuatro milanesas de soja por 3 créditos, o media docena de empanadas por 5. En los demás sectores, que ofrecen ropa nueva y usada, cortinas, libros infantiles y de texto, tazas de plástico, enchufes, cepillos de dientes nuevos, cosméticos, todavía no hay nadie. En algunas mesas, donde hay familias enteras o amigos que se hacen compañía, se turnan para llegar a tiempo antes de que se acabe la comida. Analía, la coordinadora, dice que siempre es así, que “San Telmo es un barrio carenciado, y la gente se agolpa trayendo lo que fuera para llevarse algo de comida a la casa. La comida es una de las cosas que más sale, pero últimamente hay muy poco. Ya, de entrada, la gente sabe quién trae empanadas y se van todos detrás, a buscar, duran cinco minutos y eso es mucho. A veces, cuando notamos este tipo de cosa, que hay pocos alimentos, hacemos una vaquita entre nosotros, con Rubén (su marido) y María del Carmen, y compramos algo. La otra vez, compramos harina, y era... Vos te ponés a pensar y es un paquete de harina, nada más, pero para ellos era un montón”. Ella reconoce que no es un rasgo específico de este nodo, a decir verdad: a nivel nacional, el 60 por ciento de los bienes trocados son alimentos, un 20 por ciento vestimenta, 10 por ciento servicios y el resto de todo un poco.
Sobre una de las paredes, cerca del rincón de la escalera que le ha tocado en suerte al peluquero, algunos socios anuncian sus servicios en la cartelera: enfermería, computación, plomería, un estudio de abogados, una psicóloga social que brinda “apoyo familiar”, un laboratorio fotográfico, un taxi. “Hay varios rubros –comenta Analía–, y lo bueno es que esos servicios pueden pagarse con créditos. Entonces, podés acceder a servicios muy interesantes. Yo, la otra vez, me tuve que hacer una operación, y para eso me pedían una serie de estudios, de análisis clínicos. Pude pagar todo en créditos.” Al tratarse de una red que conecta nodos de distintos sitios, los créditos obtenidos en una zona determinada pueden utilizarse en otra, dependiendo de lo que se esté buscando, “hay mucha rotación, gente que viene de todos lados, y por eso yo pude hacerme esos estudios en un laboratorio de otro barrio”. En este sistema de trueque en particular (el de los nodos que integran la Red del Trueque Solidario), el dinero sólo es utilizado en casos extremos: compra de materiales, o insumos para realizar determinado trabajo. El resto, la mano de obra, sólo puede cobrarse en créditos.
A lo largo de los últimos años, en la zona de San Telmo, tal vez con más claridad que en otras del sur de la ciudad, resulta muy evidente la convivencia de clase media (o media alta) con clases populares: en una misma cuadra pueden encontrarse casas antiguas recicladas con detalles exquisitos e inquilinatos con habitaciones compartidas por familias enteras, tiendas de delikatessen y supermercados de descuento que sólo ofrecen segundas marcas, vidrieras con prendas hipermodernas y boutiques de precios ínfimos. En esa zona, los consumos solían ser claramente diferenciados, segmentados, algo que últimamente está desapareciendo. En el Club del Trueque también puede intuirse este cambio: señoras de barrio elegantes comparten espacios con chicas que han llegado al país en épocas de convertibilidad, una decoradora de interiores, o adolescentes que participan para colaborar o porque “está todo muy mal en casa”. Los acentos se mezclan en el aire con la misma facilidad con que todos empiezan a reconocerse como víctimas de la crisis. Rubén, marido de Analía y uno de los impulsores del nodo, viene advirtiendo, de un tiempo a esta parte, una creciente, innegable, participación de la clase media. “Te das cuenta por el tipo de cosas que traen para trocar. Acá, en general, participaba gente de los hoteles de la zona, que iban a Cáritas, buscaban ropa de la que donan y la arreglaban para traerla. Ultimamente empezó a haber ropa de marca, usada pero en bastante buen estado, muy de clase media. Otra cosa bastante significativa fue lo que pasó después de los saqueos. A tres cuadras de acá, saquearon un local de Puma, en los días de la renuncia de De la Rúa. Unos días después, cuando se hizo el Club, acá aparecieron productos Puma nuevos, impecables. Los cambiaron por comida.” Al no haber circulación de dinero propiamente dicho, el circuito del trueque puede permitir una cierta subsistencia, pero definitivamente no logra solucionar el problema de la pobreza estructural: en líneas generales, la economía formal sólo admite que los pagos de, por ejemplo, impuestos o servicios públicos, se realicen mediante dinero. Entonces, ese pacto privado entre prosumidores, el circulante de esa economía informal que sus fundadores prefieren calificar de “social”, no tiene la misma validez fuera del Club. O eso parecía hasta hace no mucho tiempo. En la provincia de Santa Fe, sin ir más lejos, un pequeño pueblo de 11 mil habitantes llamado Calchaquí impulsó la creación de nodos a mediados del año pasado. Llegado diciembre, el éxito del trueque fue tal que el propio municipio comenzó a aceptar el pago de tasas, derechos comerciales y otros servicios en créditos. También se sumaron algunos comercios y, según declaró el secretario de gobierno local, algunos funcionarios reciben parte del sueldo en créditos. No son pocas, por cierto, las localidades que ya se han incorporado al sistema ni las que están a punto de concretarlo. Y también han surgido clubes de trueque, asesoramiento argentino mediante, en países como Paraguay o Japón.
Los nuevos pobres, de acuerdo con un estudio que la consultora Equis dio a conocer esta semana, no son pocos: el 60 por ciento de la población que vive actualmente bajo la línea de pobreza proviene de la clase media.Distribución regresiva del ingreso mediante y una pobreza estructural que obliga a casi 4 millones de personas a vivir en la indigencia (cuando las necesidades básicas no son satisfechas), algo de ese panorama es lo que puede verse en el ambiente de kermesse barrial de este nodo. Eso es lo que comentaba Rubén con sus observaciones sobre la creciente participación de la clase media en el trueque. Es lo mismo que empezó a ver cuando se iniciaron las asambleas barriales, también en el bar. “Ya que teníamos el espacio, empezamos a hacer una pequeña reunión con la gente más cercana”, recuerda Analía, “María del Carmen, Cristina, la otra coordinadora, Rubén. Y ahí quedamos en que lo bueno sería empezar a convocar a la gente, pero espontáneamente, nada de partido político ni nada por el estilo sino el vecino. Convocamos a esa reunión repartiendo unos volantes.” Ese primer día respondieron unas 60 personas. “Había de todo –cuenta Rubén–, y veías situaciones muy diferentes. Había una señora, por ejemplo, que estaba muy angustiada, como quebrada. Es gente que no está acostumbrada a no poder pagar la luz, que no sabe qué hacer porque se la van a cortar. O porque no pueden pagar el analista. Y además de esa gente, estaban otros con el problema inmediato de la vivienda, familias que no tienen casa, que el Gobierno de la ciudad les pagaba el hotel pero ahora, por todo esto, ya ni eso, y están por quedarse en la calle.” Los de clase media, acota Analía, “estaban todos con una situación parecida: no tener un peso, clase media con un título universitario, que tenían un trabajo y los terminaron echando, no pueden pagar esto, no pueden pagar aquello”. Esa asamblea sigue reuniéndose, como sucede con las de otros barrios, y mucha de la gente que acude al Club del Trueque sigue sumándose.
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