Galletitas, hebillas, chicles
Lo primero que le vino a la cabeza, después de escuchar montones de relatos de su madrina, fue que participando podía “hacer algo y disfrutar”. Patricia dice que es “clase media, pero...” y señala una caída tan libre como poco imaginaria con la mano desocupada, porque la otra no deja de sostener el paquetito de galletitas caseras que ofrece por 1 crédito. Está inscripta en la facultad, quiere ser contadora, y con 19 años sabe que su carrera, en realidad, es contrarreloj: “Todavía me mantienen mis padres, pero no sé por cuánto tiempo más podrán”. Esta vez, la primera que participa efectivamente y por cuenta propia en el Club del Trueque, pudo traer lo que cocinó a la tarde, unas galletitas de vainilla con glacé, pero más adelante ya tiene previsto ofrecer las hebillas artesanales que hace con su madre. “Hoy no pude, y además quería ver cómo era, pero después voy a traerlas. Porque antes las vendíamos a algunos negocios, pero ahora ya no compran nada.” En su impulso, la curiosidad de Patricia terminó arrastrando hasta el nodo a Marita, una amiga que acaba de vender todo su stock de chicles, “golosinas que había en casa, que habíamos comprado para nosotros”. Por la madre de una amiga “que está bastante mal”, Marita había escuchado algo sobre el circuito del trueque, no demasiado, pero sí lo suficiente como para proponerle a su padre, proveedor de alimentos para colegios, que un día de estos le dé algo de mercadería para trocar, “a él le sale barato, porque hace mucha cantidad, así que acá puedo ofrecerlo barato”. Es una manera de ayudar, explican, y de llevarse lo que les gusta. “No creo que la gente de nuestra edad sepa mucho sobre esto, pero se van a enterar. A mí me re-gustó la idea, y además re-conviene.”
Nota madre
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