RESISTENCIAS El 12 de octubre ya no se festeja la raza, sino la diversidad cultural. En ese marco, las mujeres de pueblos originarios cuentan que la cosmovisión de las diferentes etnias era menos machista que la conquistadora, pero que con el tiempo el machismo también se metió en sus comunidades. Para alzar su voz tienen una radio donde demandan por sus derechos, cuentan sus ritos ancestrales y piden la inclusión de sus diferentes lenguas en la salud y la educación.
› Por Luciana Peker
Olga Silvera, Nancy López, Leda Kantor y Felisa Mendoza vinieron desde Tartagal a Buenos Aires para presentar el radioteatro Gritos del Destierro que es una historia toba y un calendario de la radio comunitaria La voz indígena. Todas coinciden: “Cumplimos el sueño de que nuestra voz se escuche”. “Las mujeres nos comenzamos a juntar con otras mujeres para elaborar documentos sobre mujer, agua, el problema del avance de la frontera agropecuaria, las tierras, la salud, la vivienda y todas pensamos que hay cosas muy guardadas de la historia y que, por eso, es importante recuperar la memoria”, rescata Olga Silvera, de la Asociación Regional de Trabajo en Desarrollo (Aretede) y técnica de terreno de la Secretaría de Agricultura Familiar (SAF).
Leda Kantor es antropóloga y también trabaja en Aretede, en Tartagal y valora que se trabaja con las mujeres en respetar la tradición oral a través de la radio y los CD para no imponerles la historia escrita pero también contribuyendo a que la cultura originaria no se invisibilice: “Se conoce muy poco de todas las matanzas en el norte. Hay que transmitirlo desde la radio para los pueblos indígenas y para construir un Estado diferente y más igualitario en donde conozcamos y reconozcamos la historia de todos. No podemos seguir creciendo si no miramos todo el pasado. Y si hoy quedan indígenas en el norte es por la resistencia de los caciques y de las mujeres”.
Felisa nunca se cortó el pelo que ahora lleva trenzado. Tiene 62 años, seis hijos, treinta nietos y cinco bisnietos. Su historia guaraní empezó cuando su mamá y su papá le presentaron a su novio y la designaron ama de casa. En su casa parió a sus hijos porque no le gusta que la manoseen los médicos. Pero también de su casa salió para defender los derechos de las mujeres. “Yo vivía en el campo y por trabajo mi esposo vino a Tartagal. Mi iniciativa fue reunir a las mujeres porque nosotras como indígenas no sabíamos que eran los derechos de las mujeres para tener la igualdad con el hombre: no ser golpeada, no ser maltratada”. Los dichos de Felisa son hechos. Ella ganó un premio presidencial que le permitió a la radio indígena equiparse. “Existe mucho machismo tanto en la ciudad como en la comunidad”, apunta con su voz finita, Nancy López, de la Organización de Mujeres de la Memoria Etnica y de la radio La voz indígena. Pero, por sobre todo, una mujer wichí que vive a seis kilómetros de Tartagal. Una mujer de 42 años y nueve hijos que tuvo que dejar de estudiar, que era su gran sueño, y ahora su gran sueño es que estudien sus hijos.
–¿Cómo se expresa el machismo en las comunidades originarias?
Nancy: –En darle menos participación a las mujeres porque, dicen los hombres, que las mujeres tienen que estar en sus casas cuidando sus hijos y ese es el trabajo de la mujer. Pero hemos visto en las reuniones que las mujeres también tienen la capacidad de defenderse. A veces la mujer sufre porque el hombre sale, pero a ella no la deja salir y está encerrada.
Leda: –La cosmovisión indígena originaria era mucho menos machista. Había una clara división de roles, pero no desigualdad. Después se fue contaminando con el machismo que llegó con la conquista.
¿Felisa, cómo era ir a la escuela cuando era chica? ¿Su papá y su mamá la alentaban? ¿Se sentían discriminadas porque no les enseñaban su lengua y su historia?
Felisa: –Nunca se habló de la historia de nuestro padre y nuestro abuelo. Y nosotras teníamos que aprender bien el castellano o si no no podíamos ir a la escuela. Yo hice hasta segundo grado, no terminé la primaria porque mi papá no quería ya. Nosotras éramos dos hermanas nomás y lo ayudábamos en el campo y él no tenía quién lo ayude. El decía que no sabía leer ni escribir y que si ya sabíamos firmar nuestro nombre era demasiado con eso.
–¿Las escuelas cambiaron y respetan más la historia y el lenguaje originario?
Nancy: –Sí, ha cambiado mucho. En el tiempo que yo iba a la escuela sentía que me discriminaban porque me veían como si fuera una salvaje. Me miraban las compañeras y me decían cosas que una no puede repetir: que era una india, que era piojosa y todo eso me decían, pero yo hacía oídos sordos y más escuchaba a la maestra. Me ponía adelante y cuando se descuidaba la maestra me pegaban en la cabeza. Pero yo le prestaba más atención a la señorita que escribía en el pizarrón. Tenía ganas de aprender. Estaba decidida a aprender. Hasta que en el quinto grado ya era grande (13 años) porque antes recién te mandaban a la escuela a los ocho años. Mis padres decían que recién a los ocho años una era más despierta y de chiquita te pegaban más en la escuela. Pero llegué hasta quinto grado. No pude hacer la secundaria porque no tenía la posibilidad. Antes no había becas. En cambio, hoy los jóvenes tienen más posibilidades. Pero a mí me mantenía mi papá (Luciano) que hacía carbón y vendía leña. A mí me compraban ropita y yo la tenía que cuidar, las zapatillas me tenían que durar, sí o sí, un año hasta que terminaba la escuela. Y lo lindo de mi experiencia es que a los 13 años ya mis compañeras me buscaban hasta mi casa (risas) porque yo tenía las tareas. Mi mamá (Gregoria) se preocupaba por peinarme todos los días porque como en esa escuela discriminaban quería que esté bien. Ella hacía todo para que yo vaya limpita a la escuela. Era muy triste. Me hubiera gustado terminar de estudiar. Me quedé con las ganas. Pero mi papá no tenía esa posibilidad. Mi sueño era ser alguien. Tener un trabajo y un seguro de vida y que mis hijos tengan ese seguro de vida. Pero, bueno, no ha sido posible.
–Nancy, ¿luchar por tus derechos te dio nuevas oportunidades?
Nancy: –En las reuniones con las mujeres salió una capacitación de radiocomunicadores. Lo pensé dos o tres veces y después me decidí.
–¿Tu marido te apoyó?
Nancy: –Resulta que yo salgo casi siempre defendiendo a los hombres porque digo que no todos son iguales. Por ejemplo mi marido (Benjamín) tiene su carácter, pero lo bueno que tiene él es que me dice “vos sos capaz y si te has capacitado para ser una comunicadora tenés que terminar y si tenés la posibilidad de hacer un programa en una radio hacelo. No tenés que quedarte en la mitad del camino”.
–¿Cómo influye en tus nueve hijos ver que su mamá se capacita, viaja y trabaja?
Nancy: –Todos mis hijos desde el mayor, de 26 años, al más chiquito, de 4 años, están estudiando. Yo a veces me pongo mal porque no me ayudan pero veo que están a la noche estudiando y hasta que no terminan la tarea no se van a acostar. Ese es mi orgullo: que ellos tengan el estudio que yo nunca alcancé.
–¿Sufrían presiones para que se casen jóvenes?
Felisa: –Nosotras antes teníamos más respeto a nuestro padre y nuestra madre. Mi esposo (Manuel) era un compañero de trabajo de mi papá (Pascual) en el Ingenio La Esperanza, en la cosecha de azúcar, en Jujuy y charlaron entre mi mamá (Juana) y mi papá y él.
–¿Le arreglaron el matrimonio?
Felisa: –Sí (risas), pero hay que respetar la decisión de los padres. El era ya un hombre grande. Yo tenía 17 y él 36 años, me llevaba 15 años. Pero bien, trabajador.
–¿Decidió tener hijos tan joven?
Felisa: –Yo tengo poquitos: cinco partos nomás. Ahora tengo dos hijos que tienen ocho cada uno.
–¿Era fácil acceder a los métodos anticonceptivos o antes era impensable?
Felisa: –Ahora sí, pero antes nos cuidábamos con medicina del campo, con yuyos (sauce) que se hace té y se toma en ayunas. Yo me cuidé así porque mi mamá se cuidó así. Mi hermana sí tuvo muchos hijos: doce. Es parte de la cultura. Por eso yo digo que las mujeres nos cuidamos de otra manera: no con cosas que nos hacen manosear. Nosotras somos muy de nuestra intimidad. Yo de los seis hijos que tengo jamás he ido al hospital: siempre en la casa. Mi marido nomás me atendía.
–¿Cómo fueron esos partos?
Felisa: –En cuclillas como me enseñó mi mamá. Y después ya entraba la abuela o la partera para bañarle con el agua caliente preparada, en el hospital no, le pasan alcohol y listo (risas). Todos mis hijos han nacido bien, de buen peso, en mi casa, y a la semana los llevé a que los pesen y les pongan la vacuna.
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