Viernes, 14 de octubre de 2011 | Hoy
MONDO FISHION
Por Victoria Lescano
Ataviada con un vestido de silueta lápiz, una joya con forma de gafas doradas dispuesta cual pin en el cuello a la base y el rostro engalanado con gafas para ver de marco plateado –el modelo Divita de su catálogo, que culmina en puntas onduladas que simbolizan su estilo–, la diseñadora de anteojos y óptica Carla Di Sí toma un sorbo de capuccino. Es la mañana de inauguración de su nuevo local en Gurruchaga 1677. Está sentada en una banqueta blanca y la rodea un kit de armazones y moldes para anteojos en papel. Ella hace enunciaciones sobre el modus operandi en la realización de las colecciones integradas tanto por anteojos de sol como de armazones para receta. En la conversación de tono casual, Carla hace alusión al fresado y al pantógrafo, una técnica y una maquinaria imprescindibles en la trama de la realización de anteojos que por regla general realiza en acetatos de celulosa italianos.
Pertenece a una familia con un largo recorrido y tradición en ópticas: en 1946 su abuelo de origen italiano fundó la Optica Florida en el microcentro, que luego fue denominada Optica Di Sí. En el local, hay una foto del álbum familiar enmarcada y que la muestra en la infancia junto al abuelo y allí el quid de la pasión de esta diseñadora y fetichista de las gafas: a los cuatro años se calzaba anteojitos de visión para corregir un astigmatismo óptico. Carla recuerda con dicha la elección de cada modelo de su niñez y especialmente un modelo Fiorucci que fue elegido durante unas vacaciones con la familia. “Cuatro ojos ven más que dos” es el slogan que se repite en sus campañas y que, sin duda, construyó en base a su orgullo cuasi nerd en la elección de cada par de la infancia y los diseños de la adultez.
Su local de Palermo es una caja blanca consagrada a los anteojos y a los armazones y, a diferencia de las tiendas mainstream y de otras boutiques consagradas a gafas, no abundan los negros ni los marrones; por el contrario, Di Sí propone el uso de marcos rosados, color piel, de rojizos perlados... Los suyos son casi los tonos de un muestrario de rouges y ella predica el uso de formatos que exalten los gestos y exhiban la cara y los ojos, en lugar de ocultarlos. Es imposible ir de incógnito con un par de gafas Di Sí. Levemente extravagantes pero bellos, sus modelos Puntas, Tortugas, Browvo, Caravan se exhiben desde racks de madera cual piezas de un vestidor consagrado a lentes y a armazones.
En la popa del local, hay un simulacro de pequeño laboratorio y gabinete científico con una lámpara retro, herramientas de medición, ecuaciones de cálculos de rigor en su metier. No es arbitrario que un rato más tarde Di Sí, enuncie: “Los anteojos no son un accesorio sino parte del guardarropas”. Cuenta que luego de iniciarse en la empresa familiar –allí fue tanto vendedora como responsable de producto, se graduó en el oficio en la Universidad de Morón– recuerda el momento en que rescató docenas de cajas con anteojos retro del depósito familiar y decidió armar su primer proyecto propio: en 2002 abrió su primera tienda en Palermo, situada en la calle Gorriti, donde supo compartir locación con la firma de ropa Spina Cruz. Allí vendía tanto los rescates familiares como extravagancias de la distribuidora de anteojos Luxottica, y también de Yves Saint Laurent, a quienes representó y para las cuales hizo recorridos de venta por el circuito de las ópticas de Capital Federal y el Gran Buenos Aires. “Fue un gran aprendizaje trabajar para esas firmas antes de lanzarme a la producción propia, aprendí que la gente buscaba otros modelos de anteojos”, señala y cuando concluye su presentación recomienda a las invitadas al ágape nunca, jamás, tirar ningún par de anteojos del acervo familiar, sino atesorarlos.
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