Viernes, 20 de enero de 2012 | Hoy
PANTALLA PLANA
La ambiciosa serie Grimm reversiona con ingenio creciente y evocadores decorados algunos de los cuentos populares colectados por los famosos hermanos del título, sumándoles una supuesta mitología de origen, que tiene descendientes en la actualidad, lo que provoca enfrentamientos entre el Bien y el Mal.
Por Moira Soto
Los clásicos cuentos de hadas inventados por la imaginación popular y transmitidos oralmente siguen brindando estímulos a los creadores de ficción en el cine, la tele, el teatro, la historieta, la novela... Los hacedores de la serie Grimm –Stephen Carpenter, David Greenwalt, Jim Couf– le buscaron la vuelta a muchos de esos relatos tan revalorados por Bruno Bettelheim (Psicoanálisis de los cuentos de hadas), encontrando algunas vertientes originales, a través de una temporada de 22 capítulos (en principio, iban a ser 13, pero la aceptación del público hizo subir la apuesta).
Dos ideas paralelas circulan con desigual fortuna, según el capítulo de turno: por un lado, el joven policía Nick se entera ya desde el arranque, gracias a la data que le tira su moribunda tía Marie, que pertenece al clan de los Grimm cazadores y que su misión es atrapar a criaturas dañinas, al igual que lo hicieron sus ancestros; al mismo tiempo, Nick descubre que tiene el poder de ver la bestia horrible que hay en algunas personas y así saber cuáles son los enemigos. Por otra parte, en cada entrega se reescribe alguno de esos cuentos que los Grimm recopilaron subrayando sin remilgos la crueldad que supo suavizar Perrault. Caperucita, La reina de las abejas, Barba Azul, Los tres chanchitos, Rapunzel figuran entre las adaptaciones libres y contemporáneas ya emitidas por Universal Channel.
Seguramente los guionistas tuvieron en cuenta que Jakob y Wilhelm Grimm, filólogos y refinados escritores de comienzos del XIX en Alemania, estaban convencidos de que todas esas historias del mundo maravilloso del folklore europeo eran de origen ario. Y es más que probable que por ese motivo hayan elegido como locación la ciudad de Portland –considerada un pequeño reino ecológico en la actualidad– que no por azar tiene su HP Lovecraft Film Festival y cuya población es en más de un 20 por ciento de origen alemán (casi todos los apellidos que se escucha mencionar en la serie son germanos).
La fase iniciática del detective Nick tiene lugar entonces sin preámbulos y a toda marcha, cuando comienza a ver algunos rostros que se deforman horriblemente al gesticular (vía efectos digitales de diseño algo tosco, es de lamentar), a la vez que recibe la herencia familiar de su tía (“recuerda siempre quién eres y confía en tu instinto”) que le lega un coche con una caravana poblada de libros antiguos sobre diversas especies de criaturas monstruosas, en parte humanas, en parte animales. Y también un armario repleto de armas de la Edad Media... En el transcurrir de los distintos episodios hasta este momento, han ido apareciendo variados y sugestivos objetos (tótems, escudos, lanzas primitivas, relojes cucú) que remiten a un pasado misterioso y brutal que va encontrando su réplica en sucesos de la actualidad.
Si bien hay que reconocer que David Giuntoli es nulo como actor y carente del más mínimo carisma, y que en general la serie no propone ningún intérprete de alta gama, también vale señalar que algunos secundarios sustanciosos compensan con creces. Tal el caso de Silas Weir Mitchell encarnando a Monroe, un lobo feroz en recuperación. Con un físico muy apropiado para su personaje, este actor transmite con finos matices no exentos de humor las vivencias y pulsiones contradictorias de su lobito, regenerado hasta ahí. En el primer capítulo, consagrado –no podía ser de otra manera– a Caperucita, en la primera secuencia, una chica de buzo rojo con capucha sale a correr por el idílico bosque escuchando Sweet Dreams en su iPod y se detiene cuando ve en un recodo del camino un bibelot infantil. Nunca lo hiciera, pero ya sabemos que en los cuentos de aprendizaje, los chicos se equivocan. Esta joven muere despedazada, pero en la segunda parte, con la ayuda del olfato de Monroe, una niña secuestrada por el mismo lobo que mató a la primera (que retiene a la segunda en un sótano decorado como la ilustración de una vieja edición del cuento), se salva, no sin que antes sepamos que en el roperito hay unos cuantos buzos colorados colgados.
Aunque para entrar a cualquiera de los capítulos que faltan vendría bien un modo de empleo sobre las especies en acción (ziegevolk, por caso, significa cabra y alude a los faunos seductores de ninfas, pero también al coleccionista de esposas, Barba Azul), la verdad es que Grimm destila en sus mejores momentos un encanto inquietante, como para dejarse llevar por las sorpresas, seguir la sencilla trama policial y descubrir que el Flaustista de Hamelin puede ser un DJ que toca la Danza Macabra de Saint-Säens y es hijo de un exterminador de ratas.
Grimm, los viernes a las 21 por Universal Channel
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