Viernes, 20 de enero de 2012 | Hoy
EXPERIENCIAS
Son miles de mujeres que encontraron la oportunidad de apropiarse de su destino a partir del trabajo y del estudio, dos bienes que construyen libertad y dignidad. Sin límites de edad, las cooperativistas del programa Argentina Trabaja aprenden a leer y escribir y completan primario y secundario en sus propios barrios, al tiempo que amplían sus derechos, revalorizan su rol en la familia y en la sociedad y ponen freno a abusos y maltratos.
Por Noemi Ciollaro
“Nadie se imagina lo que es no saber leer ni escribir; cada vez que tenía que firmar algo me moría de vergüenza; cuando iba a la escuela de mis chicos a retirar los boletines, le pedía a una vecina que me leyera. Muchas veces mentí al buscar trabajo, decía que sabía leer y cuando me descubrían desaparecía...” Ana María Quiroz (53), tucumana, vive en Adrogué, Almirante Brown.
El censo nacional 2001 registró que en la provincia de Buenos Aires había 181 mil adultos analfabetos; Ana María era uno de ellos, hasta que en abril del año pasado comenzó a estudiar impulsada por una vecina y compañera de trabajo. Ambas están integradas al programa Argentina trabaja, enseña y aprende que apunta a que los cooperativistas, además de obtener un trabajo remunerado, puedan alfabetizarse y recibir educación primaria y secundaria en sus propios barrios e incluyendo a familiares y vecinos.
El conteo de 2001 precisó también que en la PBA se contabilizaron 1.184.789 adultos con educación primaria incompleta y 1.141.319 con secundaria sin terminar. Cuando se puso en marcha el programa de Ingreso Social con Trabajo Argentina Trabaja, se censó educativamente a quienes se anotaban, y los ministerios nacionales de Desarrollo Social, Educación, Trabajo y Economía diseñaron planes de alfabetización y finalización de ciclos primario y secundario para los cooperativistas, sus familias y los vecinos de los barrios bonaerenses, aunque no integraran las cooperativas. Se estima que en la actualidad el alumnado de los programas Encuentro (alfabetización básica desde 15 años); Fines 1 (ciclo primario completo, desde 15 años) y Fines 2 (secundario completo, desde 18 años) superan los 30 mil, con más del 60 por ciento de mujeres.
A partir de esa evaluación de niveles los equipos técnicos y pedagógicos concluyeron que resultaba casi imposible que quienes habían quedado fuera del sistema formal volvieran a cursar en las escuelas comunes por los límites de edad, lejanía, incompatibilidad con horarios laborales y, en alto porcentaje, por sentimientos de vergüenza e incomodidad ante los demás.
De allí surgió la decisión de que las sedes de enseñanza fueran clubes de barrio, sociedades de fomento, iglesias, instalaciones municipales y espacios cercanos y conocidos. De esta forma los docentes especializados llegan a los barrios y las clases se desarrollan en ese ámbito no formal. A su vez, la alfabetización parte de “saberes conocidos y cotidianos en el contexto social”. Aquello que hace varias décadas atrás se dio en llamar educación popular, modalidad aniquilada por la última dictadura militar junto a docentes, religiosos y militantes sociales.
“Me crié en Tucumán en una familia muy humilde, era la mayor de siete hermanos. Mis padres trabajaban en el campo y yo en casa y cuidando a mis hermanos. Siempre quise ir a la escuela pero sólo los más chicos estudiaron, así pasa cuando uno es pobre. A los 16 me casé, nos vinimos a Buenos Aires, llegaron los hijos y los nietos. Todos tienen estudios”, recuerda Ana María.
Desde hace un tiempo trabaja en una cooperativa en limpieza y mantenimiento de plazas y espacios verdes, “ya no había hijos que cuidar y quería ayudar a mi marido. Mi vecina Redolinda me contó que era alfabetizadora, y que daba clase a un grupo de cinco vecinos de la cooperativa. Empecé en abril, íbamos dos veces por semana tres horas, durante seis meses. Redolinda nos daba tarea, teníamos que repasar, buscar palabras y anotarlas, traer preguntas. Muchas veces me ayudaban mis nietos. Matemáticas me costó menos, una siempre hace alguna cuenta. Lo que no voy a olvidar nunca es la emoción que sentí cuando escribimos una carta por primera vez. Se la mandé a mi hermana a Tucumán”, cuenta.
Su nieto de 15 años le entregó el diploma de alfabetizada, “le prometí seguir hasta terminar primario y secundario y a lo mejor me animo con la facultad, ahora sé que puedo. Ya no soy una nadie, una nada”, dice.
La docente y fundadora de Ctera, Mary Sánchez, coordinadora nacional del programa de Educación para las Cooperativas, subraya que “lo diseñamos planteándonos que la educación, la enseñanza y el aprendizaje no están sólo en el edificio escolar. Hay que ir a buscar a chicos y grandes adonde están, llevarles a los docentes a los barrios y partir desde su contexto social. ¿Quién puede creer que los chicos que dejan la escuela después de varios fracasos van a volver? ¿O que los adultos que perdieron el tren hace años van a terminar su escolaridad como el que tuvo todas las posibilidades? Este sistema educativo que contempla sus necesidades y saberes los suma de inmediato”, dice.
Sandra Aiger (45) trabaja y estudia en el barrio San Martín de Florencio Varela, cursa la primera materia del Fines 1 para completar su ciclo primario. “Trabajo en una cuadrilla de mantenimiento y limpieza del barrio. Los compañeros que están en el último nivel del Fines 2 preparan chicos para exámenes y dan clases de apoyo escolar. Funcionamos en la Sociedad de Fomento y somos veintitrés adultos estudiando”, cuenta. Sandra está casada y tiene tres hijos de 20, 18 y 11 años, asegura que “soy otra mujer, antes de la cooperativa y de estudiar estaba en mi casa encerrada, limpiaba, planchaba y cocinaba. Con el trabajo y el estudio empecé a conocer a otra gente y otra vida, me vinculé, hacemos trabajo solidario y empecé a descubrir que yo sé y puedo ayudar a otros”, dice.
En 2001 la familia quedó sin nada cuando el marido perdió el trabajo y nació su hijo menor, “nos vimos en una situación horrible, haciendo trueque, aislados. La cooperativa fue de mucha ayuda en muchos sentidos porque no es asistencia, tenés que trabajar si querés cobrar. No es regalo, es trabajo. En la cooperativa me di cuenta de que no tengo estudio, recién empiezo el secundario y veo que mi vida no es las ollas y la escoba; tenemos cátedras, capacitaciones en derechos ciudadanos. Tengo 45 años y es la primera vez que me intereso por lo que pasa conmigo y con los demás, que la vida no es sólo mi casita. Empecé a tener conciencia y pude explicarle a mi hija que votó por primera vez qué significa votar, antes yo no sabía. Mi marido cambió, se plancha la ropa, se hace la comida, y estamos mejor, ve que soy capaz y que estoy contenta”.
Laura Mascarucci (25), es de Ciudad Evita, La Matanza, trabaja en desmalezamiento y plantación de árboles, y con su secundario finalizado, está cursando la diplomatura en Economía Social que se dicta en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQui), propuesta impulsada por los ministerios de Educación y de Desarrollo Social para optimizar la formación de los cooperativistas del programa Argentina Trabaja. “Somos muchos los que estamos cursando en la UNQui, yo casi no lo puedo creer. Soy casada, tengo una hija de 2 años, y también estaba encerrada en mi casa, deprimida, me sentía fuera de todo, hasta de mi propia familia, mi marido trabaja pero yo no aportaba nada. Siempre fui muy solitaria, el primer mes en la cooperativa no hablaba, ni me importaba qué les pasaba a los demás. Era yo y mis problemas, ése era mi mundo. La necesidad me fue empujando a hablar y mis compañeros, mujeres y varones, empezaron a ayudarme a comunicarme y a incluirme. Con el estudio pasaba lo mismo, me sentía muy insegura tanto en lo físico como en lo emocional, rechazaba a los demás. Ahora mis profesores me dicen que no soy la Laura que entró y apenas los miraba, ahora ayudo a mis compañeros. Como mujer también cambié mucho, bajé 40 kilos, el intercambio con todos fue dándome seguridad, fui sabiendo que puedo y que me dan la oportunidad de demostrarlo. Estoy feliz por mi hija y por mi marido, él está feliz, ahora me ve arreglada, de aquí para allá, con 40 kilos menos. Antes vivía en ojotas y camisón, ahora no hay más tiempo para estar en camisón...”
Belén Barrera (27) trabaja en el Comedor Comunitario y Centro Cultural La Colmena del Sol, en Los Polvorines, Malvinas Argentinas. “Es un lugar que construimos con nuestras propias manos, todas las tardes los chicos del barrio vienen a tomar la leche. Y ahí nosotros hacemos el secundario. Vengo de una familia de militantes comunistas, soy del Movimiento Territorial de Liberación, en 2001 andaba cortando el Puente Pueyrredón, y en el Ministerio de Trabajo, pidiendo trabajo y comida. Mis padres y yo éramos vendedores ambulantes”, cuenta. A los 17, Belén y su marido Daniel, también militante, ya tenían a sus dos hijos, hoy de 9 y 10 años, “antes me preguntaban ocupación y decía ama de casa, ahora digo que soy estudiante y cooperativista. Quiero ser periodista, estoy terminando el secundario y mi papá también. Sí, mi viejo y yo vamos juntos al colegio, ¿qué te parece?”, pregunta divertida.
“Cuando apareció el Argentina Trabaja en el barrio, pensamos que era puro chamuyo... Pero era verdad, no dependemos de los punteros ni tenemos que ir a escuelas nocturnas lejos de nuestros barrios. Los profesores son piolas, muy conscientes de lo mucho que le cuesta a alguna gente animarse a estudiar, por vergüenza, por temor a pasar por tontos, porque son mayores. Adultos que nunca pensaron que iban a volver a trabajar y menos a estudiar”, afirma.
Belén dice que se siente más segura, valorizada y reconocida, aunque sus hijos la retan cuando no saca buenas notas. “‘Ma, cómo te vas a sacar un seis’, me dijeron cuando me descubrieron un trabajo que yo había escondido, ¡si no con qué autoridad les digo que estudien más! Muchas veces me acompañan al colegio, nos compramos las carátulas juntos, y cuando empezaron las clases fueron con mi papá a ayudarle a elegirle los útiles y le dijeron ‘abuelo, la cartuchera te la vamos a comprar nosotros’; le regalaron una de Boca, y mi papá estaba a punto de llorar... Ya cumple 56 años y está haciendo el Fines 2.”
Elsa Arce (46) es de Lanús y cursa el Fines 2; su cooperativa se dedica a rehacer las plazas del distrito. “Yo me encargo de hacer los dibujos. Estoy tan contenta de poder estudiar. Antes de las cooperativas siempre trabajé como empleada doméstica y niñera. Vivo con mis padres que ya están viejitos. Me cambió mucho esto, primero no estaba muy segura de entrar a estudiar, no me animaba, pero un día amanecí preguntándome por qué no lo iba a hacer, si me daban la oportunidad. Y aquí estamos, dándole para adelante con mis compañeros, nos ayudamos entre todos. Y la gente se acerca, nos va conociendo, nos ve haciendo cosas por el barrio y también estudiando y muchos terminan viniendo a la escuela a estudiar”, dice.
Daniela (21) es también de Lanús y terminó su primaria hace días; tímida y pícara dice “yo voy a decir la verdad, abandoné la primaria de chica, iba a la escuela a boludear y no aprendía ni estudiaba nada. Ahora me puse las pilas y empecé a estudiar, mi hermana me preguntó si quería y me anotó. Yo antes me quedaba en mi casa, no hacía nada de nada. Soy soltera, somos once hermanos y ahora la mayoría estamos haciendo la secundaria. Cuando me quedaba sola y sin nada que hacer me sentía re mal, esto me cambió mucho; soy la más chica y mi mamá quería que estudie, ella es vendedora ambulante, ahora en casa trabajamos todos. Nuestros padres están muy contentos de que estudiemos. Además, nueve de los once hermanos somos mujeres y ¡ninguna tiene un hijo!, así que ellos están recontentos”, cuenta.
Sobre el fin del encuentro con Las 12 las chicas se envalentonan y comentan que muchas mujeres se han separado después del Argentina Trabaja, mujeres golpeadas que vivían “encerradas en su mundo y en su drama, postergadas, no tenían otro futuro que el de que las cagaran a palos y estaban bloqueadas. Ahora un montón dijeron basta, yo me planto, yo soy dueña de mi cuerpo, de mis años, de mi casa y ahora tengo sueldo y puedo bancar a mis hijos; y el tipo se va o lo echan y saben que cuentan con el apoyo de las compañeras”, relatan en grupo. “Además, también empezaron a venir especialistas a darnos charlas sobre nuestros derechos, sobre nuestra sexualidad... ¡No hay que tener vergüenza de decirlo, chicas! Vamos, que muchas mujeres no sabíamos qué era el placer de tener una buena relación, porque el hombre nos trataba como un objeto. Ahora nos hablan de nuestros derechos, de que podemos decidir cuántos hijos queremos tener, cómo cuidarnos. Ahora nos despertamos y somos polvoritas, y viste que la pólvora es como un buscapié...”, dice Belén eufórica.
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