Viernes, 4 de mayo de 2012 | Hoy
RESISTENCIAS
Alicia Peressutti es la responsable de la ONG Vínculos en Red, con sede en Villa María, dedicada a la denuncia, asistencia y formación en casos de trata de personas, aunque su tarea más urgente sea la de estar disponible para quienes pueden sobrevivir a la esclavitud y facilitar las herramientas fundamentales para que puedan recomponer su subjetividad. “Lo que cualquier persona necesita es ser amada y eso no siempre se consigue mediante un gabinete interdisciplinario.”
Desde hace 14 años Alicia Peressutti trabaja contra la trata de Villa María, una ciudad de 100.000 habitantes ubicada sobre el río Tercero, en Córdoba, en la llamada ruta de la soja, por donde pasan cada temporada millones de toneladas rumbo a los puertos exportadores. A la vista, una extensa costanera donde se hace el festival de peñas, una sucesión de árboles floridos y baldosas pintadas de colores. Escondidos a la primera mirada turística, los lupanares y los departamentos donde las mujeres son explotadas. Alicia conoce las marcas indelebles de la prostitución: hasta 2008 supo meterse en los prostíbulos, “o llegar muy cerca, siempre hay formas”, dice con tono misterioso sobre el trabajo de la ONG Vínculos en Red. Ese año publicó su primera novela, Buscando a Ana, la historia de una víctima de trata a la que le arrebatan su hija. Con ese libro destinado a adolescentes se terminó el anonimato, pero no el trabajo. Su celular es un patrimonio colectivo al que acuden mujeres que han sido rescatadas, o pudieron huir, por recomendación de otras organizaciones del país, fiscales comprometidos con la tarea de desbaratar las redes y porque, a esta altura, su labor se convirtió en un secreto compartido. La ONG constituye, entre otras cosas, un nexo entre mujeres que necesitan adónde ir para recuperar su vida con familias cristianas dispuestas a alojarlas. En la actualidad, hay 36 chicas acogidas en esas viviendas. Su proyecto es más ambicioso, “faraónico”, admite. Quiere construir una casa de refugio para 60 personas en un predio que le cedió a la ONG el Concejo de Villa María, donde las mujeres puedan vivir por sí mismas mientras reconstruyen todo aquello que la prostitución les quitó: la autoestima, la intimidad, la posibilidad de progresar con un trabajo.
De todo eso y mucho más Alicia habla de manera aluvional, mientras derriba cualquier mito “romántico” para contar con nombre propio las vidas que vio sucumbir a la explotación sexual. Como la de Karen, que se suicidó la primera semana de marzo, a los 24 años, porque no pudo superar las marcas de la trata. Su nombre deberá mantenerse en secreto porque la familia –el padre de Karen– no consentía de ningún modo que ella siguiera comprometida con Vínculos en Red. En Córdoba, antes de cumplir los veinte años, Karen fue captada por un hombre que la enamoró, la forma más común de entrar al sometimiento. Fue esclava en lugares VIP donde cada cliente pagaba 2500 pesos la hora. “El que va ahí es el más perverso. Y quién puede pagar eso, ponete a pensar. Son hombres poderosos, empresarios, funcionarios políticos de primer nivel, legisladores”, señala. Sola en una familia que Alicia define como “patriarcal”, Karen la llamaba a veces para compartir su desesperación. “Me duele, me duele, Ali”, le decía a través del teléfono desde Córdoba. En la madrugada del primer día de marzo se tiró de un tercer piso, cansada de pelear con esos fantasmas.
Para Alicia, es importante alertar que la mayoría de las víctimas de trata llegan por captación, aunque un secuestro como el sufrido por Marita Verón tenga mayor impacto público. “A ella la levantaron de la calle por la fuerza y se la llevaron, como a Florencia y a muchas otras. Pero la mayor parte de las captaciones se hacen en la adolescencia, cuando las chicas son vulnerables”, afirma. Es enfática para decir que “la mafia siempre nota cuando hay una chica vulnerable, y no sólo en lo económico, porque se especializa en el vampirismo de otras personas”. Está convencida de que ninguna mujer elige la prostitución. “Una vez estaba con una chica estudiante de Medicina que aseguraba hacerlo porque era un buen ingreso, sin conflictos. Y después de tomar muchos mates en mi casa, me contó que su papá, que era un médico importante, la abusaba de niña. Siempre hay algo, estoy convencida”, subraya. Y cree que la falta de autoestima es condición y consecuencia. La primera tarea, entonces, es recuperar la autoestima: las víctimas han escuchado con palabras y golpes que “sólo sirven para putas” de sus explotadores, y seguirán escuchando por años que hubieran podido “limpiar pisos” en lugar de hacer “eso” de muchas otras personas. No será fácil que vuelvan a confiar, pero Alicia apuesta a que estudien, que puedan poner su peluquería o centro de estética. Y quiere, en esos terrenos municipales que les cedieron, construir una planta de reciclado para poner los primeros ladrillos de la independencia económica por construir. “La autoestima es lo primero que hay que quebrar en una mujer para someterla. Y meterles la vergüenza, porque eso no lo podés contar, no lo podés decir, es algo sucio que te va a acompañar toda tu vida. Como el peligro, porque cuando una chica se sube a un auto, o a un camión, no sabe qué va a pasar. Y el estigma de puta es para siempre, por eso yo digo que son marcas en el alma que nunca se borran”, dice Alicia, que se define como “hiperactiva y disléxica”.
Será esa hiperactividad la que convierte a esta mujer de un metro ochenta en un torbellino. Alta, contundente, tiene unos ojos claros que se llenan de lágrimas con facilidad, varias veces en una misma tarde. Su agenda lleva a preguntarse cuántas horas tiene el día de esta mujer. En Inescer, un instituto terciario público de Córdoba, trabaja por la tarde. Para realizar los viajes que la ONG le demanda, se toma los días de vacaciones diseminados a lo largo del año y pasa el verano atendiendo la escuela. Antes y después es productora televisiva. Vende publicidad para el programa que su compañero de vida, Omar Picatto, tiene en el canal de Villa María. Lo hace en la calle, caminando para encontrar a los clientes, nada de cuentas de grandes anunciantes. Y uno de sus orgullos es, justamente, que Vínculos en Red, la ONG de la que es la cara visible, no recibe dinero del Estado ni de organizaciones internacionales. “Somos todos voluntarios y voluntarias que no cobramos ni cobraremos un peso. Lo hacemos de corazón”, define a quienes se unieron para desarrollar las tres líneas de acción: denuncia, asistencia y sensibilización con formación.
De las denuncias prefiere hablar poco, pero dice que este verano fue “difícil, con muchos casos”. Cree que el trabajo de la ONG en ese aspecto es mejor mantenerlo al resguardo de las redes de trata. “Ningún fiolo está solo, están conectados en todo el país. Cualquier chica que haya sido explotada puede contar cómo se reúnen entre ellos, cuáles son sus códigos y cómo se cubren. Esas pequeñas redes forman una gran red. Por eso nos enojamos cuando desde los gobiernos, los jueces o la policía nos dicen que no existen redes de trata”, dice Alicia. Apenas desliza que los alertas les llegan desde los lugares más insospechados, como una peluquera que fue a atender a un grupo de chicas a un lugar que le resultó sospechoso.
Una vez que las chicas pudieron escapar, o ser rescatadas, de la explotación sexual, Vínculos en Red hace un nexo con las familias cristianas que las alojan. Reciben pedidos para chicas de Misiones, o de Río Gallegos, y ellas las ubica con grupos familiares de distintos lugares, sin relación visible con la ONG. ¿Esa asistencia no las expone a una mirada moralista que pueda horadar aún más su autoestima? No, asegura Alicia. “Las personas para salir adelante necesitamos amor. Lo único que queremos en la vida es ser amadas, y de eso se trata, no sólo de la tarea de un gabinete interdisciplinario”, dice antes de contar que comenzó su camino con las Hermanas Adoratrices. “Aprendí mucho de las hermanas, la tolerancia, el respeto, el amor”, subraya. Y enseguida se define como cristiana, católica y feminista, sin contradicción.
El último año llovieron los reconocimientos. El Inadi la distinguió como “Heroína cotidiana” y el Concejo Deliberante de Villa María, como ciudadana destacada. Le ofrecieron candidaturas a concejala, pero declinó, porque le apasiona la tarea de la ONG, que integran “unas 30 personas en todo el país”. A ella, en cambio, la emociona el homenaje que le hizo la semana pasada un grupo de mujeres de barrio de su ciudad. Le regalaron un reloj y un ramo de flores. Lo cuenta y muestra la piel de gallina que estremece sus brazos grandes. De los ojos caen lágrimas. “Lo que les habrá costado juntar la plata para el regalo”, dice en el comedor de su casa, un lugar de puertas abiertas como su teléfono, que suena y suena. En la larguísima conversación dirá que no es valiente, pero sí tiene “mucho miedo de ser cobarde”.
Alicia vive en el barrio Parque Norte de Villa María, de casas bajas, construidas con el mismo modelo y reformadas con el esfuerzo de sus propietarios, que combina calles de tierra mejoradas con otras pavimentadas. Algunos nombres llaman la atención: Jorge Cafrune, Juan Manuel Fangio, Luis Sandrini. La casa de Alicia está en plena obra, hay albañiles trabajando sobre una escalera de cerámicos marrones que conecta por afuera el chalet con la radio comunitaria que construyen, con entusiasta colaboración de estudiantes de la Universidad Nacional de Villa María. En el comedor todo es movimiento: Yaco, el hijo menor, de ocho años, está empeñado en faltar a la escuela y quiere el aval de su mamá antes de que llegue el padre. Entre corridas y reclamos, muestra orgulloso un par de esposas que le regaló un comisario, uno de los pocos aliados en la fuerza policial que encontró esta integrante de Vínculos en Red. Su madre se agarra la cabeza y lamenta que el menor justo sueñe con esa profesión que ella y su compañero rechazan. Nero, el perro casi galgo, casi pitbull, ronda en busca de unas piernas para apoltronarse.
En tanto, Alicia atiende el teléfono, paciente. Algunas llamadas son para preguntar por el Diplomado de Género que se inicia el mes próximo con el aval de la Universidad, otras para averiguar datos más sensibles. Desde la ONG también impulsan el Diplomado en Trata, que este año se replicará en Santa Fe. Otra tarea es el Congreso Nacional sobre Trata que se realiza todos los años. En eso está ahora, en la organización de esa actividad que será el 5 y 6 de septiembre, con convocatoria amplia a todas las organizaciones del país. El año pasado el Congreso desbordó las instalaciones de la Universidad de Villa María y para este consiguieron “casi prestado” un salón, mientras buscan los pasajes y los alojamientos para más de 600 personas. Crear conciencia sobre la extensión y funcionamiento de la trata es una de sus premisas.
Por eso escribió varios libros. “Una monjita me preguntó un día por qué no contaba esas historias que tanto me conmovían. Todos mis libros están basados en hechos reales”, dice sobre su orgullo: los títulos que llevan “miles” de ejemplares vendidos aunque la noche anterior a la presentación de Buscando a Ana pensó se llenarían de tierra en su casa. Alicia lo explica desde su propia historia. Nació en Ucacha, cerca de Villa María, en una familia muy pobre, que la dejó desvalida a los 16 años. Recuerda con mucho amor a su padre y a su abuela, María, que siendo analfabeta le enseñaba a escribir para vencer la dislexia. También a su maestra rural, que usaba fichas en su educación, teniendo en cuenta que era imposible enviarla a una escuela especial. “Y de tanto escribir, salí escritora”, dice ahora. Esclavas, Lágrimas de sangre (cuenta una historia de tráfico de órganos), Días de esclavitud, Desde las sombras son los títulos de los libros que se leen con un nudo en la garganta. “Escribo para contar, porque necesito escribir. Pero no quisiera premios por estos libros, porque todos cuentan historias reales, que no deberían existir”, dice Alicia acerca de la tarea que la mantiene despierta sobre la computadora de su casa hasta la madrugada. Ella se ufana porque sus cuatro hijos saben que no cocinará como las mamás de las publicidades de televisión. Además de Yaco tiene a Piero, de 16 años, y Bruno, de sólo cinco meses más, adoptado por pedido expreso de una madre que quería asegurar el futuro de su “negro”. Gino es el mayor, tiene 19 años y una novia, Jessi, que es parte de la familia.
Piero es el que más resiste la vida inusual de su madre. Por eso, Alicia decidió que debía ver con sus propios ojos lo que ella combate. En un viaje, lo llevó a la zona de prostitución infantil y le mostró cómo los adultos pagaban para irse con niños y niñas. Logró que Piero dejara de quejarse por las llamadas nocturnas, las salidas a deshora y los viajes frecuentes, así como las constantes visitas a su casa.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.