Viernes, 4 de mayo de 2012 | Hoy
ESCENAS
La espiritualidad, la ilusión de conjurar el envejecimiento, el reciclaje de los materiales cotidianos como tópicos de un futuro posible que está a la vuelta de la esquina.
Por Sonia Jaroslavsky
La obra 2040 de la actriz y directora Elisa Carricajo es de alguna manera la continuación de su obra anterior Dos mil treinta y cinco (2008). El espectáculo, que se presenta en El Camarín de las Musas, transcurre en el año 2040 en la casa de Silvia (a cargo de Mónica Raiola), una mujer de ochenta y ocho años que luce como alguien de cincuenta. Junto a ella vive su hija Abril –interpretada por Paula Acuña–, que ha dedicado gran parte de su vida a la investigación y el estudio como miembro de un grupo que acaba de abandonar. En el momento en que transcurre la acción tiene un único paciente-alumno: Julien –Julián Tello–, un joven de veintitrés años que también se alejó del mismo grupo al que pertenecía Abril.
Elisa Carricajo explica que el hecho de nombrar a las obras con el año en el que transcurren la libera de la responsabilidad de explicar que se sitúan en el futuro. “Es una información paratextual, algo dicho antes de comenzar, algo que predispone la mirada. Los elementos que aparecen pueden ser leídos desde ahí y no desde la ciencia ficción exclusivamente.” La idea de jugar con un futuro cercano posibilita para Carricajo la reflexión del presente, “qué cosas podrían crecer, qué de lo que está sucediendo hoy podría generar imágenes extrañas: una mujer de ochenta y ocho años que se conservó como cuando tenía cincuenta (en 2040) o una mujer transgénero embarazada (como en Dos mil treinta y cinco)”.
A la pregunta sobre su interés en el futuro, responde: “Me interesa más que nada la biotecnología, y la idea de un futuro cercano con cuerpos diferentes. Cuerpos que no serían posibles hoy en día pero que podrían serlo en unos años. Cuando pienso en el futuro lo que más me llama la atención son esas cosas, y a la vez esas son las cosas que pensadas de antemano resultan extrañas y que después se incorporan como una maraña de elementos afectivos, cotidianos, vinculares y pasan más inadvertidas. También para no pensar la biotecnología como algo solamente bueno, ni tampoco demonizarla, me interesa abordarla más bien como un elemento más que está en juego y que constituye cada vez más nuestra identidad”.
Tanto el personaje de Abril como el de Julien pertenecen a un grupo sobre el que deliberadamente la obra omite mucha información. Ellos realizan una labor terapéutica que desconocemos, aunque tiene referencias a diversas prácticas: constelaciones familiares, psicomagia, danzas sagradas de Gurdjieff, elementos de yoga, pero fundamentalmente se concentraron en Lygia Clark, una artista plástica brasileña del movimiento tropicalista, que dejó el arte para dedicarse a la terapia. Carricajo explica que “es también una idea sobre cierta tendencia actual, de un crecimiento del estudio de temas espirituales sobre todo vinculado a prácticas terapéuticas. La idea del vínculo terapeuta-paciente permite desdibujar algunas fronteras rígidas como la idea de joven-viejo, quien sabe-quién no sabe, quién tiene la verdad, eso se mueve todo el tiempo entre los tres personajes”.
Con el personaje de Silvia, la madre, se incorpora el tema del envejecimiento y cómo detenerlo, a partir de una cápsula conservadora en la que duerme (pero no vemos). “Esa idea está tomada de las cámaras hiperbáricas de oxígeno y de algunos otros tratamientos que tienden a conservar, a diferencia de las cirugías estéticas que intervienen sobre el cuerpo. Me pasaba viendo películas de estrellas de Hollywood que están como conservadas y empecé a observar que, si bien las caras parecen más jóvenes, los ojos tienen algo que se condice con el resto de la cara. Hacia el final de la obra se desarrolla el tema de la dependencia extrema de la cámara conservadora.”
La escenografía de la obra, en manos de Paco Fernández Onnainty, está realizada a partir del uso de materiales reciclados, sobre todo se destaca el plástico. Aborda la idea de objetos no diseñados sino más bien objetos indescifrables reutilizados. La directora explica que es una opinión sobre la producción de residuos y la sensación de que en breve “vamos a tener que empezar a darle alguna utilidad a las cosas que descartamos”. La música brasileña atraviesa toda la obra. Se escuchan bellos temas como: “A pesar de você” y “Construcción”, de Chico Buarque; “Sonho Meu”, en versión de María Bethânia y Gal Costa; “Atrás da porta” de Elis Regina; “O que será”, en versión de Chico Buarque y Milton Nascimento, y “Aquarela”, de Toquinho. “La música brasileña es la música de Silvia, la madre, que de esa forma impone su presencia y su modo de entender el mundo. Silvia tiene en muchos sentidos una juventud que se niega a abandonar, una decisión de no envejecer. Me interesó dramáticamente ponerlas en un contexto temporal que generara un distanciamiento, una época en la que eso fuera lo viejo.”
2040 (Dos mil cuarenta). Sábados a las 20.30. El camarín de las Musas. Mario Bravo 960. $ 50 y $ 35.
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