Viernes, 11 de mayo de 2012 | Hoy
PERFILES > MORIA CASáN
Por Roxana Sandá
A sala llena, como más le gusta. Así se regodeó en la última semana de la Feria del Libro la multipropósito, multirrubro, múltiple choice “autoprocreada” Moria Casán para presentar su autobiografía que de arranque ilustra una tapa a cabeza rapada, no en clave skinhead, que bien podría serlo por su declarada pertenencia ideológica hacia la derecha, sino “porque tanto tiempo mostrando mi cuerpo, que ahora había necesidad de despojar el rostro, despojar el alma”, confesó a la entrevistadora de Este es el show, uno de los programas satélite de Ideas del Sur, empresa que mucho tuvo que ver con la factoría del libro, ya que uno de los productores con más horas-aire mencionado, nombrado e invocado de la historia de la televisión argentina (casi tanto como el “Gonzalito” de Feliz Domingo), El Chato Prada, fue quien le sugirió a Moria que su trayectoria estaba a punto caramelo como para sacar un libro de MeMoria (sí, es el título), ¡si hasta en el término de ese género literario estaba sustanciada su identidad artística! Qué ojo para los negocios, los muchachos de Tinelli. Qué muñeca para el reciclaje perpetuo, el de la diva ortomolecular, como viene definiéndose desde tiempo atrás, para sostener el canje de un novedoso tratamiento que mueve buenos dineros y tiene encantada a la farándula. “Siempre escribo, desde chica. Han descubierto un gran valor literario en mi persona. Gracias a la editorial (Planeta) y al público, que una vez más me eligió”, dijo, sosteniendo un gran abanico negro en el living de Este es el show, a Denise Dumas, esa especie de Heidy tóxica que agregaría en tono amoroso “¡Qué linda quedás pelada!” y a un José María Listorti que leyó la contratapa del libro entre exclamaciones de ¡upa! y ¡tomá mate!, las bajadas de línea que cotizan en el universo “Josema” para referirse a tópicos jodidos, como el de “vivió momentos de enorme crudeza y perversión”. Sin mencionarlo, por lo menos en ese momento, Listorti se refería a uno de los capítulos del libro donde la Casán cuenta cómo fue abusada por su abuelo cuando era niña. El casillero que le faltaba llenar. “El abusaba de mí sin penetrarme. Lo hacía todas las tardes, mediante un juego bastante simple y efectivo: yo lo tocaba y él me tocaba a mí. Cuando empezó a hacerlo yo tenía 9 años, y creo recordar que la costumbre se extendió hasta que cumplí los 12 (...) Siempre me dio ternura ver cómo salí sin la ayuda de nadie. Me voy a las lágrimas y se me quiebra la voz.” Al rato se ríe, se agita, cambia el disco mental, hace un chiste al público, derrapa, salta al juego de palabras, uno de sus ejercicios preferidos, bromea con sus amigos “mariquitas” presentes en la sala, aquellos que lagrimean por las verdades que lanza desde el escenario esa compañera de ruta entrañable. Curioso, con tanto síntoma a flor de piel, a ella nunca la acusaron de ser poseedora de un trastorno bipolar urgente de ser medicado. Y se está hablando de la misma prensa canalla y/o cholula que escupe sobre la grandiosa salud mental de la Presidenta. Antes bien le festejan el disparador que siempre manejó a cuatro manos y la suben estratégicamente a cualquier colectivo: una candidatura política, la cara visible del boliche Gaysoline, promotora de una playa nudista donde se hacen sueltas de tetas, la sociedad con Luciano Garbellano, la condición de geisha defensora del porro, la que entrevistó a toda la dirigencia política sobre una cama, la que se acostó por dinero, la que tuvo sexo con mujeres o cogió con la mente, como dijo de su relación con Mario Castiglione, el padre de su hija Sofía Gala. “Qué soy, scout, girl scout o boy scout”, se increpa. Y casi de inmediato se responde que “si las cosas fueran fáciles de encontrar, no sería bueno buscarlas”, en una frase que la pinta y la define. Pero para todo hay un límite, como le dijo Charly García a Rodrigo el día que el bailantero le propuso que tocaran juntos, y Moria Casán tocó esa cuerda hace tres años, cuando protagonizó una situación lamentable en un programa de Roberto Pettinato que se emitía por América. La autodefinida hombre, mujer, puta, puto, travesti, perra fingió un orgasmo después de basurear a una fotografía de Hebe de Bonafini, que le estaba mostrando el conductor. Y el territorio que eligió para meterse, el de las Madres y los pañuelos blancos, es una zona de la que no se retorna. Jamás. Más atrás, en 2006, la hilacha ya había empezado a deshilacharse. Ocurrió en el programa Habitación 414, mezcla de reality show y ciclo de entrevistas a “famosos”, también de América. El periodista Osvaldo Bazán se sentó frente a ella y le pidió su opinión sobre el pasado trágico de la dictadura en la Argentina. “No me quiero meter con el tema de los desaparecidos (...). Tengo muchos amigos, y amigos de mi padre, que era militar, muertos por la subversión. La gente de los desaparecidos piensa que sólo es un horror lo de los desaparecidos, y yo pienso que es un horror lo que pasó del otro lado”, manifestó luego de proclamarse como “una persona de derecha de toda la vida”. “¿Cómo te sentías durante la dictadura?”, repreguntó Bazán. “Cómoda, muy cómoda”, respondió Moria, inquieta y pidiendo que no editaran ese fragmento de la entrevista. Terminó echando al periodista de la habitación con toda una despedida: “Es un horror de los dos lados; los señores cumplieron con lo que había que cumplir. Acá hubo una guerra...”. Esta semana, ríos muy diferentes sonaron en la agenda de la estrella, nada que ensombrezca lo que ya no va a aclarar, porque es imposible que eso suceda. Acaso la respuesta a ese make up de amianto que la recubre se halle, una vez más, en la contratapa de su libro. “Yo no me hago preguntas porque nunca miro para atrás.”
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