Viernes, 8 de junio de 2012 | Hoy
PERFILES > MICHELLE WILLIAMS
Por Guadalupe Treibel
Una noche de junio de 2003, Jen Lindley murió. Cuando acaecía el final de la tira adolescente Dawson’s Creek, los guionistas decidieron que alguien tenía que morir, y ésa era ella. Jen tenía un pasado de adicción, problemas de pareja, cinismo hasta los poros; había sido una 24 Hour Party People de la crème neoyorquina, una rebelde sin causa. ¡Hasta madre soltera! ¿Le quedaba mucho por hacer? No. Entonces, pum. Muerta. Y he aquí la ironía: aunque el personaje –Jen– fue el único en estirar la pata, la actriz que lo interpretó –Michelle Williams– fue la única que sobrevivió al estrellato adolescente. En menos de una década, Williams se volvió rutilante, actriz de culto, favorita del indie, profesional de raza.
Trabajó con tipos como Wim Wenders, Todd Haynes, Charlie Kaufman, Ang Lee o Martin Scorsese; fue nominada a premios Oscar y su filmografía cuenta con títulos como Regreso a la montaña, I’m Not There, Wendy y Lucy y Blue Valentine. Un enmarañado de papeles que, casi siempre, la encuentran en pieles nostálgicas de mujeres complejas. Una senda que la aleja años luz de aquel primer rol televisivo como la púber que perseguía al hijo de David Hasselhoff por las playas de Baywatch. “Cuando hacés un rol sexy, lo hacés para los hombres. Eso es algo que hay que vigilar –dice Williams a la hora de explicar por qué nunca se concentró en hacerdelinda–. Claro que la sexualidad ha sido parte de mi trabajo; pero nunca he sido sexy.”
De hecho, ya a los 18, durante una pausa en las grabaciones de Dawson’s, MW descartó el rol de porrista en un film que prometía muchos billetes y, en cambio, hizo una obra de teatro cruda, violenta y emotiva llamada Killer Joe, en Nueva York. “Ahora veo un link en esa decisión y donde estoy ahora”, ofrece ella. Y el toque dorado no pasa inadvertido. “Hay algo especial en Michelle. Es como si cruzaras a Brigitte Bardot y Clint Eastwood. Tiene cierta cualidad de cowboy. En cierto sentido, es como Montana; tiene un vasto paisaje interno y, una vez que te deja entrar, acabás admirando las cordilleras”, definió su coestrella de Blue Valentine, Ryan Gosling.
El paralelismo no es arbitrario: MW nació en un pueblito rural de Montana en 1980, aunque –con sólo 15 años– ya se hubiese emancipado de sus padres para intentar triunfar por su cuenta en Los Angeles. “Fue por cuestiones prácticas: así podía trabajar horas de adulto”, concede quien, de chica, tenía posters de Montgomery Clift en sus paredes. Quien, desde hace tiempo, colecciona ediciones raras de libros, tiene a la poeta Mary Oliver como favorita y usa vestidos vintage de los años ’30 porque ama “las cosas viejas y bellas que cuentan una historia... aunque sea una historia triste”.
En Argentina, acaba de llegar a los cines Mi semana con Marilyn, donde Williams hace una excepcional Monroe. “Apenas terminé de leer el guión, supe que quería hacerlo. Pasé meses convenciéndome de no intentarlo pero, en realidad, nunca tuve opción”, dice sobre la película que recrea el turbulento rodaje de El príncipe y la corista, de 1957.
“Si ni siquiera hay un olorcillo a mito, las cosas se vuelven mucho menos interesantes”, le aconsejó Philip Seymour Hoffman sobre cómo encarar a la diva. Y ella sacó lustre al lápiz y tomó nota. Entonces puso mito, puso niña, puso ángel, puso inseguridad, actriz y mucho más. Porque con Williams, el resultado nunca es epidérmico; con Williams, uno recibe todo el paquete.
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