Viernes, 17 de agosto de 2012 | Hoy
SOCIEDAD
¿Qué tan activa es su vida sexual? ¿Con qué frecuencia tiene usted un orgasmo? ¿Tiene sexo por diversión, por amor o en busca de reproducción? ¿Cuánto duró su período más largo de abstinencia? Estas preguntas, propias de tests de revistas seriadas, globalizadas y “femeninas” se escapan de ese universo no tan acotado para permear la vida social de cualquier mujer, tiñendo de sospecha a aquellas que no contesten de acuerdo con la expectativa. Porque hoy una buena reputación implica acción, alta frecuencia y habilidades particulares, so pena de soportar la mirada torva de las pares o posibles parejas, so pena de recibir aquel estigma de la “malcogida” que, aun estando viejo, sigue gozando de buena salud. De uno a diez ¿cómo calificaría su vida sexual? Si usted contestó esta pregunta es porque sabe de qué se trata la presión que impone que no sólo hay que tener sexo, sino que además hay que hacerlo bien (?)
Por Flor Monfort
Un grupo de amigas se junta a cenar. El estado civil es diverso, hay mujeres con hijos, casadas, solteras, alguna estrena novio y otra se acaba de separar después de seis años. Algunas son bisexuales y muchas tuvieron experiencias con mujeres alguna vez en su vida. Tienen más de treinta y saben que el status de pareja es circunstancial: cuando una está recontracasada, la otra llora una ruptura, pena por la soledad o se planta en la meseta de la convivencia. Lo que no pueden evitar es hablar del tema, y el sexo es un pivote de la conversación. La performance sexual, cuántas veces, si se hace después de tantos años, qué pasa con las que no lo hacen y cómo una leve presión se instala como un dedo sobre una herida cuando no pasa nada y el tiempo se escurre. Esta nota las obliga a pensarse desde afuera, “hablando” sobre sexo, preguntando y cerrando alguna conclusión sobre las preguntas: ¿coger es un símbolo de pertenencia?, ¿es una vergüenza “pasar” del sexo o hay que hacerlo en cada oportunidad que se presenta?, ¿es tan fácil acceder a una noche de intercambio de fluidos?, ¿el sexo es un pasaporte para el amor o una simple distracción, necesaria y casi biológica?
Para Marina Barne, 34 años, “coger es un imperativo, para mí el sexo es una necesidad casi terapéutica. No consumo drogas, no fumo, no tomo, no me interesa comer compulsivamente, entonces en el sexo me evado, y la verdad es que me da un poco lo mismo coger con cualquiera: si me gusta, si se bañó, si no es un aparato para moverse, me da casi igual, pero una semana y media sin coger me parece una eternidad. Me siento completa a través del orgasmo, no de la paja, y no creo que la soledad sea una cura para nada, me parece que ése es el verdadero clisé: que hay que estar sola para empezar una relación”, dice y repasa su actividad sexual desde que se separó de su último novio, hace cinco meses: en cada lugar que está, trabajo, cumpleaños, red social o mismo en la calle, la aventura del levante se le presenta posible. Para ella es una cuestión de actitud y el sexo casual, si bien la puede complicar cuando se le chocan los planetas, es un buen remedio hasta que aparezca otra posible relación digna de fidelidad, o al menos de intentarlo. Fer Della Costa, bar tender de Casita Brandon, ve pasar cientos de parejas ante sus ojos y es testigo de infinidad de flirteos de todos los colores del arco iris. Si bien reconoce que en el ambiente lgbt puede haber cierta flexibilidad para acceder al sexo espontáneo, para ella existe una presión aguda sobre todxs, pero no por coger propiamente sino por hablar de sexo, por pasar lo privado a un plano público, como si eso demostrara de alguna manera que no tenemos nada que ocultar. “Da exactamente lo mismo el ámbito en el que te muevas y la orientación sexual que tengas. Habiendo vivido afuera, señalo que esto lo veo como algo muy argentino; la privacidad de con quién y cuánto cogemos no es que no se respete, sino que vivimos en una cultura donde “lo normal” es hablar de esto como una forma de decir “ey, yo soy parte”. El sexo, el levante, el flirteo, es todo parte de un código que no admitimos pero que definitivamente está instaladísimo. En lo personal no siento una presión por coger: cojo con quien y cuando yo quiero, la presión diría que pasa más por cuántas personas quieran acostarse con unx que con cuántxs unx se acuesta. Es como una especie de posición social o alto rango jerárquico el hecho de ser más o menos deseadx en tu circulito de gente. A veces me da la impresión de que la gente te considera una persona más completa si estás en pareja. Residuos del Vaticano: pareja, casa, coche. Pero si esa presión es real como a veces la percibo, no llega a afectarme en lo absoluto, quiero conocerme un poco más y luego me plantearé conocer a otra persona, quizá”, dice. Romina Resuche tiene 37 años, es periodista y curadora de fotografía. Para ella, “teniendo un historial más de soltería que de pareja –incluso siendo madre–, en los últimos años más que sexo casual –que ya me súper aburre– tuve encuentros que tomaron períodos (cortos) de mi vida. No todas fueron historias de amor, ni intentos de relación, pero se volvieron encuentros significativos que incluían aventura o sentimiento. Algunos fueron puente, otros derivaron en amistades y otros en nada o en todo mal –no menos significativo–. Pero en cada cierre o quiebre la presión –externa e interna– era ambigua: el nuevo “fracaso” o la puerta para un cambio individual. De acuerdo con el círculo de amistades, claro está, la falla es más la de no encontrar pareja que la de no coger, me parece. Y se critican las malas elecciones”, aclara, poniendo un pie en aquello de “no sos vos, soy yo”, lo que hace que mucha gente prefiera estar sola a mal acompañada o se dé latigazos en la espalda a la hora de pensar por qué no prosperan sus elecciones. Estar o no estar en pareja no disminuye la pregunta sobre la capacidad de seducción, en una especie de rueda de oferta y demanda que, como dice Della Costa, nos pone en una vidriera más que en la capacidad de mandar cuándo, cómo y dónde queremos tener sexo. Si bajo la lógica capitalista todos tenemos un mercado, lo desesperante pueden ser las fluctuaciones (o viene todo junto o no hay nada) o la comparación con el entorno que manda que, a cierta edad, hay ciertos compromisos que ya deberían haber sido asumidos, o “casilleros” que ya debieran haberse llenado, y el sexo parece ser un pasaporte o la primera “parada” para acceder a ellos.
En la rueda de la fortuna de quien coge no todas son mieles: hay que estar siempre lista, lo que en el caso de las mujeres puede demandar depilación, ropa interior adecuada y momentos del mes. Cada mujer tiene una historia para contar. Marina, la que coge cada vez que puede y no deja pasar ni una semana sin abrirse de piernas, grafica: “Es verdad que no siempre estás para desnudarte pero todo se puede caretear. Yo me he pasado la maquinita en el baño resbaloso de un bar con el piso lleno de pis y barro, así, a secas, o me he quedado toda la noche en una mesa de hombres esperando que el que me gustaba me saque del tugurio y me lleve a la cama, y mil veces me fui con otro sólo por sentir que la noche no estaba desperdiciada”. Jimena Mancusi se anotó compulsivamente en un gimnasio cuando se separó y a la segunda clase con disciplina militar de spinning se dio cuenta del error, pero como le gustaba el chico que cobraba en la entrada siguió yendo religiosamente martes y jueves. El jamás pasó del histeriqueo y ella empezó a arreglarse para ir al gimnasio, considerando la puerta de entrada el único momento valioso del trámite. Lucía Bitar tomó de más y vomitó por abajo de la mesa estando enfrente de un bombón a quien quería llevar a lo oscuro. Para sacarse el olor de la boca se pidió un intragable trago de menta y después de escuchar las cavilaciones del muchacho sobre Nietzsche accedió a un toqueteo en el túnel de un famoso boliche. “A veces te vas preparada para la acción y no querés volver a casa derrotada, entonces hacés cualquier sacrificio. Les he dado chupones a mis amigas con tal de calentar a alguna platea masculina y si bien es algo más de los 20 que de los 30, los sacrificios siguen existiendo porque siempre hay algo que ajustar, si no es en la previa es en la performance misma.” No sólo hay que coger sino que hay que coger bien, aunque en la intimidad de una cama en general hay sólo dos protagonistas y cada quien debería preocuparse por el placer propio (y ajeno), la destreza sexual también se mide con sudor y lágrimas, o con gemidos y lubricante. “Me acuerdo una vez que tenía la clásica bombacha color piel gigante, pero me la saqué rápido y él tipo no la vio. Le tuve que pedir que se pusiera el forro mil veces; en la habitación de al lado una mujer gritaba como si se acabara el mundo y yo me sentía un bebé gimoteando por calentarme un poco. En el trance de la noche, la situación de histeriqueo te puede calentar un montón (y la idea de verse en un espejo con luz de telo) pero si no hay ciertas condiciones dadas, confianza sobre todo, o muy buena onda, toda esa calentura se esfuma cuando pasás a los papeles, y tener un orgasmo ya te parece moneda de cambio muy cara para el sacrificio que implica. Por eso con los años yo creo que la gente se abstiene del sexo casual, porque en el fondo casi siempre es un bajón”, dice Alejandra.
“Atrás de cada garche hay una esperanza”, parece decir el imaginario que aunque no mande una necesidad de pareja estable despierta la fantasía, ya sea por deseo o por contraste, de qué sería de nosotras si estuviéramos con esa persona en una estructura a largo plazo. “Mientras estamos en pareja existe la fantasía de que estamos contenidas (para la familia, las amigas) y me parece que eso es válido tanto para una mina que se separa a los 50 y empieza a salir con otros tipos, como para mí y mis amigas, que tenemos cerca de 40. La presión del garche para las mujeres se cristaliza en términos como ‘tiene telarañas’, ‘es una malcogida’ o ‘es incogible’, etc., pero no veo que eso se dé en las relaciones de amistad entre mujeres, y nosotras bien sabemos que podemos estar recontra saciadas de sexo y hervir de mal humor o viceversa: es un estereotipo más de la guerra de los sexos que, si bien pasó de moda, sigue teniendo sus voceros activos”, dice Noelia y aclara que para ella la contención es una trampa de corto alcance. “Si bien el sexo casual instala cierto anhelo de que estar en pareja es mejor para enfrentar la vida, los logros profesionales, por ejemplo, no llegaron para mí por estar en pareja ni fueron más felices cuando tuve una estructura de a dos. Me parece que hay algo muy para afuera de que el entorno se queda más tranquilo cuando estás en dupla que cuando sos una mujer sola que puede coger con quien quiere, y esa misma creencia se cuela entre nuestras sábanas porque hay algo que es cierto: la confianza, la piel, el entendimiento e incluso la rutina son deseables en algún momento de la vida y el sexo es también una gimnasia a mejorar, pero de ninguna manera es una puerta que se cierra con certezas y que es siempre la misma en cualquier etapa. Ahora, recién separada, yo prefiero acostarme de vez en cuando con un amigo de la infancia, que pensar en presentarles un tipo a mis hijos o meter a alguien en mi casa todas las noches, por más que a veces extrañe dormir cucharita. Y no veo que los problemas del día a día se hayan agravado por no tener sexo todas las semanas.”
Mariana está sola hace seis años, tiene 43 y siente que su gran apuesta por una relación con convivencia la agarró a los 30, cuando pensaba que las diferencias con su novio se podían arreglar con un techo común, no por arte de magia, pero sí con tiempo juntos, diálogo y vacaciones. Pero todo eso ya pasó, dice, esa ilusión de diluir las diferencias de las puertas de casa para adentro y mucho más, la sentencia de que para arreglar los problemas basta correr el foco, por ejemplo, teniendo un hijo. Se siente afortunada por haber zafado de ese mandato porque hoy su ex novio le parece un extraño, pero el famoso reloj que persigue a las mujeres le apura las horas, o no. “A mi edad la presión familiar tiene que ver con formar una pareja, ningún pariente en una mesa de domingo te va a preguntar si cogiste en la semana o si estás teniendo buenos orgasmos, pero sí te pueden deslizar si conociste a alguien, los rodeos tienen que ver con si saliste o no, qué tal el trabajo o si ese pibe de la primaria que agregaste en Facebook está disponible. En un nivel más de pares, las amigas y conocidas, compañeras de trabajo e incluso hombres que dan vueltas circunstancialmente, sí preguntan específicamente si estás con alguien o si tenés aunque sea un hueso. Es una presión que a mí me genera un malestar, como si estar activa te garantizara algo de atractivo incluso para tu grupo. Obviamente que tu mejor amiga no te quiere más o menos por si garchaste o no en el último año, pero te pregunta siempre si hay novedades frescas, y eso a la larga es hinchapelotas. La vida no es Sex and the City y llegada cierta edad no tenés un acceso tan habitual a fiestas donde conocer a alguien, aunque sea de una noche. Está instalado que las minas chasqueamos los dedos y tenemos actividad sexual asegurada pero no es tan fácil”, dice y enumera la cantidad de encuentros fallidos, citas a ciegas que resultaron un fiasco y esos famosos huesos, que más que alegrías fueron rotundos rechazos a volver a intimar con un desconocido. Para ella, el hueso es la verdadera trampa, porque te genera el espejismo de que algo está pasando en tu vida y en verdad no está pasando nada interesante. Y finalmente los encuentros se dan, aunque puedan forzarse un poco o generarse yendo a determinados lugares. Sobre este punto las versiones difieren, hay quienes piensan que lo que se tiene que dar se da, si hay predisposición para el encuentro, y hay quienes juran que hay que poner las energías en el deseo porque la libido no es un océano. “Si no le tirás el mensaje adecuado al universo, y no lo digo como una cuestión mística sino como un hecho puro y duro, es difícil que la vida te sorprenda con un encuentro. Nada ocurre por arte de magia. Veo todo el tiempo a hombres y mujeres quejándose porque no pasan de un par de noches de sexo, y la verdad es que el sexo es un aspecto más de una pareja, si querés construir algo de a dos lo más seguro es que te calces las botas y salgas a conocer gente, a hacer cursos, a ir a fiestas, y a sacarte el prejuicio de encima: si los demás tienen un problema con tu soledad o con tu falta de sexo casual, es problema de los demás. Los huesos sirven para una etapa pero después se roen naturalmente y las cenizas tienen feo gusto, ¿o no?”, dice.
La televisión es la operación perfecta para condensar los discursos circulantes sobre la sexualidad, el deber ser de la pareja, la juventud y el amor, así como de otros cientos de temas, algunos que se pegan como abrojos a los labios de conductores, panelistas y demás personajes. Pero también es una especie de magma por el que naufragan las opiniones según los signos de época, que van acomodándose a la coyuntura, de una sentencia de muerte periodística como la que vivió en los ochenta el programa que mencionó la palabra “pene” a que Jorge Rial diga abiertamente la palabra “garchar” en sus mediodías intrusos.
Una figura muy visitada por los programas de chismes y similares es la de la “mujer despechada”, capaz de hacer cualquier cosa por destruir la nueva pareja feliz de su ex abandónico. Estas semanas, la figura de Sol Calabró, la ex de Tinelli, como testigo mudo de la nueva felicidad de su novio hasta hace unos pocos meses, vuelve a colocar el tópico en el candelero, que ya tuvo a Carmen Barbieri como otra de sus preferidas. Pero en los juegos de rol, a igualdad de posiciones en la cancha, las mujeres siempre tienen una sombra y una solemnidad asociadas. Mientras Sol Calabró es exhibida como la deprimida del melodrama, Sebastián Ortega, el ex de la mujer que ahora sale con el conductor, si bien está dolido por la traición de su amigo, se va de vacaciones a Miami con otra mujer y jamás se le ocurriría una venganza que no sea en términos fálicos: ganarle en el rating. Nada demasiado personal ni expuesto como la sangre que pide el panelista de Viviana Canosa. “Ojalá se quiera vengar Sol Calabró, mejor para nosotros”, decía Adrián Pallares la semana pasada ante la preocupación de la conductora que bramaba: “¿Cómo debe estar Sol Calabró en este momento?”. Imposible es pensar que tal vez la chica también se haya buscado nuevo novio, esté aliviada por sacarse de encima el lastre de ser la novia de, o ya se le haya pasado la angustia.
Otra frase de colección es “¿cuántas veces por semana?” o “¿cuántos por noche?”, a lo que Jacobo Winograd es un abonado opinólogo por haber estado con los “gatos” más cotizados de la Argentina, y su coequiper de andanzas nocturnas, Silvia Suller, una verdadera experta. De Santiago Bal dijo que sólo quería caricias y que ella se le subiera a upa para saciar sus fantasías, y de Luis Ventura, su amante histórico, que era un verdadero león ardiente que la sorprendía con “cinco al hilo”, motivo para amarlo incondicionalmente, según los parámetros de la rubia. Andrea Rincón, famosa por una noche de revuelque con Clinton, dijo que Gonzalo Heredia estaba bien dotado y que Lionel Messi no es tan tímido como parece, en una de esas noches de Animales sueltos donde ponerle un preservativo a una banana con la boca era presentado por el conductor como un auténtico servicio a la comunidad, matizado por la cátedra penosa que da el macho Coco Silly, con máximas como: “Es muy de tilingo mamabicho y sobachota coger sólo con pendejas lindas. El verdadero samurai empalador omnívoro y de amplio espectro se garcha todo lo que camina y tiene pepa” o “Es de homosexual reprimido no sentir atracción sexual por la hermana de la novia. Todo macho siente ganas de ponérsela, aunque sea fea, sólo por el hecho de ser la hermana”.
Alessandra Rampolla vino a ordenar algunos papeles a la hora de llamar a las cosas por su nombre, pero ella misma bastardea el género cuando se sienta en el sillón de Susana Giménez con uno de los personajes más misóginos que dio la televisión en años: Miguel del Sel en versión La Tota, denostando la importancia del orgasmo femenino a la hora de “entrarle a la bamba”, como dijo en una oportunidad en que la sexóloga se sentó para hablar de su nueva figura. Si durante años su gruesa silueta sirvió como caballito de batalla para defender el placer femenino, la necesidad de acomodarse a los parámetros de belleza la dejaron un poco floja para defender la importancia de abrir el diccionario de esas palabras que siempre estuvieron calladas: vagina, clítoris, vulva, dildos, etc.
Dentro de la pareja también se genera un diálogo, a veces no dicho pero puesto en práctica, sobre la cantidad, en una mensura que va desde el “tantas veces por semana” a “lo hacemos cuando podemos pero lo hacemos”. Para Julieta Bliffeld, periodista y autora del blog mexicomemata, donde gran parte de los textos estaban dedicados a retratar su vida de pareja, que ya lleva 10 años: “El sexo es una actividad sobrevaluada. Así como en los veinte no hacía otra cosa que pensar en coger, después de casarme (y tener que producir el polvo) esa presión desapareció y el sexo en la pareja de largo plazo cambia de significado radicalmente. Está claro que seguimos teniendo necesidades y que el sexo no deja de ser un aspecto fundamental de la vida, pero deja de tener ese papel central. En las parejas de largo aliento, la vida sexual se vuelve un gráfico sinuoso. El estrés, la alienación cotidiana son factores que incluyen la apatía momentánea que puede generarse. Hay semanas en las que ni se te ocurre coger, así como hay otras en las que te sentís una adolescente y querés coger mañana y noche. Es difícil saber los motivos exactos, pero entender que son etapas normales de una pareja ayuda para no estigmatizar ni sobrediagnosticar crisis cuando los encuentros se vuelven más espaciados. También hay veces que uno está en llamas y el otro no quiere saber nada. En lo personal me parece que el sexo tiene una función de válvula de escape y que a veces es mejor coger aunque dé fiaca para evitar roces o fastidios o, al revés, coger se vuelve una mejor forma de solucionar conflictos que el diálogo”.
Si para Heidegger el lenguaje es la casa del ser, y gran parte de las ciencias humanas del siglo XX se articularon bajo ese supuesto, el ser parece potenciarse en la cama y la falta de amor y sexo genera una especie de melancolización de la que pocos y pocas pueden escapar. La cuestión de género no está exenta, como vemos en el caso de la “despechada”, o en la eterna frase hecha de que las mujeres quieren y deben ser madres para ser mujeres (¿acaso los hombres no tienen ninguna presión por procrear?, ¿a todos les da lo mismo ser papás a los 30 que a los 50?). Las amigas reunidas hablan de singularidad en sus deseos, algunas dicen no sentir presión de coger más que para sacudirse el polvo o sentirse deseadas, pero reconocen que a veces ni hace falta llegar a la cama para eso. Para Noelia: “Aparte con eso se puede mentir, en cambio con tener pareja no, creo que ahí está la presión real. Como que si no tenés pareja algo debés tener, algo hiciste mal. El garche ocasional no te cura, es un rato de aturdimiento para no pensar en nada, mente en blanco como la hora de yoga y sus endorfinas, pero no existe para mí garchar sin pensar, aunque sea inconscientemente, en un relato, aunque no quieras ser novia de cualquier garche, hay una necesidad de relato: que te llame, que siga, que te arrobe en un tweet. El garche sin historia es moneda de doble filo, por un lado te calma y por otro te genera una ansiedad nueva, ya sea por espejito rebotín con el ex, o con tu propia soledad, o por la propia ansiedad que genera ese minirrelato nuevo que no prospera o prospera pero no satisface”.
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