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Viernes, 17 de agosto de 2012

EL MEGáFONO)))

Ella se inmoló

 Por Luciana Peker

La nena con capuchita rosa camina hacía la puerta. Su mamá camina al lado. Es el Día del Niño. Y va a despedir a su hija que se va de visita con su papá. Ella va segura. Sabe lo que hace. Camina con jeans y polainas. “Feliz día, hija”, le dice. No llega a abrir. “A mí no me vas a...”, intenta decir, defenderse, no dejarse. Pero antes de que pueda ni siquiera terminar de frenar con sus palabras lo que ya antes quiso frenar ante la Justicia, él le pega. A través de la puerta bajita le pega en la cara y la cabeza. La tira al piso.

Ella sabía que lo estaba filmando. Ella necesitó pruebas de ese delito en el que la palabra vale porque sucede entre cuatro paredes para que le creyeran. Ella necesitó llegar hasta una puerta con patio para poder filmarlo. Ella necesito saber que caminaba hacia el golpe. Ella no lo escrachó como se escracha un delito. Ella puso su cuerpo, una vez más, para ser golpeado, ella tuvo que volver a ser víctima, para que entiendan que es una víctima, no alguien que se victimiza.

Ella se inmoló.

¿Era necesario que se inmolara para que, recién ahora, le pongan custodia policial en su casa?

Natalia Riquelme tuvo que filmar para que la gente vea lo que se dice, parece que siempre, pero no se escucha casi nunca: la violencia de género no sólo mata. Hiere hasta derribar. A Natalia y a su hija que no quería ver más a su mamá golpeada, ni a su papá golpeador. Pero la Justicia cree que un padre está encima de todo, incluso cuando el padre tira a su mamá y a los derechos de la niña al piso.

Hay futuro. Que la niña vea que así no. Que ni a su mamá le pegan ni a ella le pueden pegar. Ni ahora ni nunca. Hay cortes de vínculos cuando el vínculo enferma. Hay custodia policial para que las órdenes de restricción se cumplan. Hay alarmas electrónicas que podrían accionar las mujeres cuando el golpeador denunciado se acerca o las ataca. Hay refugios para albergar. Hay alternativas, soluciones, salidas.

La violencia no es ni puede ser un callejón que sólo la deja a Natalia y con Natalia a todas en el piso. Pero si los medios de comunicación, el Estado y la Justicia les pedimos a las mujeres que denuncien y cuando denuncian les pedimos que se inmolen, sólo estamos generando más violencia. Y más impotencia.

Las mujeres –son muchas– ya no soportan los golpes, los insultos, las risitas de burla, las amenazas que hielan o destemplan en llantos perdidos. Son muchas las que ya no aguantan. Y denuncian. Pero si después de la denuncia no están protegidas, no se las cuida a ellas. Y se encarcela cuando es necesario o se les propone tratamientos –con perspectiva de género– a los hombres violentos no sólo para que se calmen sino para que cambien y no sean un peligro caminando hacia sus puertas. Si no se hace nada más que poner el mostrador para que las mujeres hablen, entonces, se deja la puerta abierta para un golpe peor: la impunidad. Que también es violencia. Una impunidad que da ganas de escupir como saliva seca.

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