Viernes, 8 de marzo de 2013 | Hoy
PANTALLA PLANA
The Carrie Diaries inventa una adolescencia en la vida de Carrie Bradshaw, el personaje de Sex And The City que vino a reivindicar el deseo y la soltería pero terminó deseando el vestido blanco.
Por Marina Yuszczuk
En este tiempo de precuelas –ese neologismo horrible que define la jugosa veta comercial de sacarle provecho a una historia contando lo que pasó “antes de”, y que hasta ahora tenía como blanco privilegiado las películas y series sobre superhéroes– por fin le llegó el turno a la señorita Carrie Bradshaw, protagonista de la polémica Sex And The City durante seis temporadas en televisión, y de un par de películas que trataron con muy poca felicidad de prolongar el éxito hacia los años maduros de la columnista y sexóloga amateur interpretada por Sarah Jessica Parker. Si las fallidas aventuras cinematográficas de Carrie se adentraron peligrosamente en el después del “y comieron perdices” y la cotidianidad con el príncipe azul que ahora se queda dormido en el sofá, la única salida posible (a riesgo de terminar contando los pormenores menos glamorosos del día a día en los umbrales de la tercera edad, por más New York y toneladas de ropa de marca que intentaran adornarlos) era dar el salto hacia el pasado, y eso es precisamente lo que ofrece The Carrie Diaries: la posibilidad de regodearse con esos años menos fashion y más provincianos de Carrie Bradshaw antes de recalar en la gran manzana, que en Sex And The City permanecían como un gran misterio en el pasado de esa chica sin familia de la que apenas se sabía que el padre la había abandonado.
Sólo que The Carrie Diaries, protagonizada por la diminuta y adolescente Anna Sophia Robb, empieza por ignorar ese dato fundamental –que supuestamente explicaba parte de la manera de relacionarse Carrie con los hombres– y pone una familia en el centro de la escena. Es que la máquina del tiempo de la serie recala en la primera mitad de los ochenta, y quizá por eso trata de replicar ciertas convenciones del cine de la época en el triángulo formado por la casa familiar en los suburbios (en este caso devenida monoparental por la muerte repentina de la madre), el secundario con su pandilla de chicas malas y el primer empleo en la gran ciudad como promesa de un futuro más excitante. Con un poquito de Se busca novio y otro de La chica de rosa (esa donde a Molly Ringwald también le interesaba la moda y se hacía el vestido copado para la promo a partir de otro vestido feo), algo de Secretaria ejecutiva y un niño rico con tristeza como primer amor de Carrie que parece James Dean en Rebelde sin causa, la serie apuesta sin embargo por armar sus ochenta desde el artificio extremo, al punto de que su vestuario que estalla de fucsia y amarillo parece más salido de Jem and the Holograms que del cine de la época.
Sin embargo, y aunque Anna Sophia Robb parezca por momentos una especie de Barbie-Carrie Bradshaw como versión híper estilizada y hasta caricaturesca de la treintañera Carrie (que de modo bastante inverosímil es tan cool para vestirse como la habitante futura de Manhattan), la inocencia de la chica y sus problemitas domésticos de llevarse mal con la hermana menor y retarla porque se robó un hamster entran en una ecuación bastante extraña con el costado sexual de la serie. Que, inesperadamente, va mucho más allá de lo que se acostumbra: si el relato clásico en las películas y series de secundaria es el de los varones desesperados por debutar y las chicas que quieren/deben preservar la virginidad hasta la universidad o hasta el amor verdadero, en The Carrie Diaries las chicas de dieciséis no sólo fuman porro sin que el hecho se convierta en ocasión de moraleja sino que también tienen vidas sexuales más que activas: una de las mejores amigas de Carrie aprende de un video porno los mil trucos para enriquecer la reciente vida sexual con su novio, y la otra engaña al suyo con un policía que de vez en cuando la pasa a buscar en un patrullero del que al rato sale toda despeinada. La sexualidad de Carrie todavía está en suspenso, pero no deja de ser novedoso este intento por hacer con los últimos años del secundario lo que Sex And The City hizo con los treinta y pico, es decir, un universo donde las chicas sólo quieren divertirse y no precisamente cantando a Cindy Lauper.
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