Viernes, 8 de marzo de 2013 | Hoy
ESCENAS II
Desigualdades, identidades y cuerpos presentes (y ausentes) en la visión de Lola Arias, Maruja Bustamante y Agustina Gatto, algunas de las representantes de una generación de reconocidas mujeres dramaturgas.
Por Silvina Herrera
Desde hace por lo menos una década, las mujeres dramaturgas empezaron a ser reconocidas en la Argentina. Un grupo de autoras y directoras teatrales, que por lo general ronda entre los 30 y 40 años, se hizo un lugar con obras originales y un aporte novedoso y personal. Esta generación de dramaturgas comparte la época, el talento y la oportunidad de abrirse paso en el universo del teatro, pero cada una tiene su visión individual de cómo una mujer encara un texto y el trayecto a la representación escénica, algunas desde una convencida mirada de género y otras con una visión artística que prefiere pararse en otro lugar. “Mi mirada es indefectiblemente de género. Soy mujer y padezco serlo, además de lo feliz que me hace serlo. A veces pienso que el mundo está acostumbrado a ser relatado, recordado e historizado por hombres. Entonces son muchos años de ventaja”, asegura Maruja Bustamante, que dirigió Trabajo para lobos y Paraná Porá, dos obras suyas que abordan la maternidad con crudeza y humor. No hay solemnidad ni preconceptos repetidos, sus textos plantean experiencias desde el grotesco y el drama.
Lola Arias es la autora y directora de Mi vida después, una obra de teatro documental que llevó a escena historias reales relacionadas con la última dictadura militar. “Mi generación de artistas mujeres está harta de hablar de cuestiones de género, piensa que el feminismo es algo de los ’70, un discurso de nuestras madres que está en desuso. Pero a la vez seguimos siendo una minoría”, dice.
Agustina Gatto considera que la mirada de la mujer es un asunto cultural, pero también técnico: “Para tratar algunos temas que aún son espinosos, como lo es la cuestión de género, es muy efectivo alejarse en el tiempo, ya que una puede mostrar ciertas cosas de un modo muy fuerte porque el espectador no las rechaza, dice ‘eso pasaba hace mucho’, pero cuando lo atrapaste empieza a decir ‘momento, esto sigue pasando’”. Agustina es autora de Los expulsados, Ifigenia, Buscado, Revelación y Rodeo.
Marina Jurberg escribió y dirigió La frontera, una obra que habla sobre el miedo a crecer. Para ella, “si uno piensa en la cantidad de mujeres que escribían teatro dos o tres generaciones atrás y las que escriben ahora, sin duda se ven movimientos. Pero también es verdad que hay una relación por lo menos notable con la cantidad de mujeres que hay en los talleres, casi siempre mayoría de mujeres como alumnas, produciendo”. También cree que hay una diferencia clásica en el contenido de los textos. “Es difícil en los textos clásicos encontrar personajes femeninos que sean portadores de la acción dramática: las mujeres suelen ser malas o padecer. Electra, Macbeth: son mujeres no activas, que ‘mandan a hacer’ a otros. Aunque en el teatro actual esto pueda estar corrido, es importante pensar en cómo la hegemonía de una mirada atenta sobre todo contra la riqueza de la diferencia y que eso está en nuestra historia, en la historia de las mujeres escritoras, pero también en la historia del teatro”, sostiene.
Otra dramaturga que está intentando ganar espacio en la escena es Fiorella De Giacomi, que dirigió El mal de Evora. “Mi mirada del mundo y del teatro es lógicamente una mirada femenina, pero el arte para lograr conservar la libertad de su autor o autora nunca debería volverse herramienta directa de cierta necesidad específica. Lo que aparece en mis obras es un juego de humor de ciertos lugares comunes del género. Los roles mutan o se deforman”, considera.
Lola Arias con Mi vida después expresó la necesidad de contar desde un punto de vista personal los últimos años de gobierno militar en la Argentina, era una obra en movimiento, que dialogaba con el pasado al poner de manifiesto las historias de los padres de los personajes, involucrados con la resistencia, y también con el presente, porque se iba modificando con los acontecimientos actuales, en ese lugar donde se cruzan la vida pública y la vida privada. Este año llevó la misma idea a Chile, para relatar la dictadura de Augusto Pinochet en El año en que nací. “Yo hice Mi vida después y El año en que nací porque me interesa cómo mi generación cuenta la historia de la generación de sus padres, cómo el pasado se transforma en ficción. Creo que separar teatro documental y ficcional no sirve para pensar lo que se hace ahora. El teatro que yo hago, y que muchas otras personas hacen, trabaja en la frontera de la ficción y lo real. Si ese teatro tiene una cierta resonancia, ahora creo que es porque hay un deseo de que el teatro deje de ser un museo de decorados, grandes actores y grandes gestos, y se convierta en una plataforma de ideas, discusiones, experiencias”, explica.
Maruja Bustamante admite que sus creaciones abordan el universo femenino: “Creo que en cada obra voy autoconociéndome, indagándome y reconociendo qué es ser mujer y cómo sobrellevarlo. Pienso en la libertad, la fuerza y la valentía que nos caracteriza. Pienso en la mujer valiente que toma decisiones y lleva adelante enormes empresas. Y también pienso en la que se equivoca sin culpa porque se hace cargo de lo que eligió en su camino”. Además de escribir y dirigir sus propias obras, es actriz de televisión en el programa Tiempos compulsivos. “Hago teatro desde los 8 años y siempre quise ser actriz; después descubrí que también podía contar mis historias y hoy pienso que todo me es posible sólo si me lo propongo. La televisión me dio una fuerte y clara noción de lo que es profesionalizarse. El teatro, mis obras y mis proyectos son mi tesoro”, asegura.
Rodeo, la última obra de Agustina Gatto, trata de un monólogo acerca de un cowboy ubicado en la pampa argentina a finales del siglo XIX. “La mirada que tenía el personaje sobre las mujeres era realmente cruel. También lo era su vínculo con los negros, los aborígenes, los gauchos”, dice y reflexiona sobre su generación de dramaturgas: “No estamos discutiendo con otros sino que hay una mirada muy hacia adentro y de ahí salen cosas bien personales. La intención principal es privada, no tiene que ver con mirar el afuera”.
La incertidumbre fue otra obra dirigida por Fiorella De Giacomi: “En mis obras, los roles protagónicos y los papeles más fuertes están representados generalmente por mujeres. Pero quizás esto no sea siquiera una elección sino un dejarme habitar y ser hablada por mis personajes, por mis femmes fatales, por mis vecinas brutas o brutales, por mis enemigas fanáticas o por mis amadas abuelas sobrias o borrachas”.
Marina Jurberg, que también se refiere al mundo femenino en sus obras, afirma: “La imagen que generó el punto de partida de La frontera fue la de dos adolescentes gitanas que cosían y cantaban. No había un enfrentamiento sino un encuentro. Y esa imagen fue muy potente y estuvo desde el principio de la escritura, encriptada, conteniendo todo lo demás. Creo que, en particular, en La frontera la pregunta gira justamente en torno de modos de ser del poder femenino, o de la fuerza de las dos protagonistas”.
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