Viernes, 15 de marzo de 2013 | Hoy
ABORTO I
Mientras se debate la despenalización, los programas de atención post-aborto no terminan de implementarse y el fallo de la Corte sobre aborto no punible cumple un año de aplicación deficiente e irregular, las mujeres de bajos recursos económicos y las activistas políticas improvisan una alianza. De boca en boca, hace 10 años, empezaron a compartir saberes relacionados con el uso del misoprostol, la (otra) gran píldora que permite el acceso al aborto seguro. Una forma de reducir daños, esquivar el lucro de la clandestinidad, decidir con autonomía, ampliar derechos y autogestionar paliativos ante esta otra forma de violencia de género. Esta nota reúne testimonios que se inscriben en una tradición feminista que se inició en 1971, en Francia, cuando el “yo aborté” fue rubricado por mujeres como Jeanne Moreau, Catherine Deneuve, Marguerite Duras y Simone de Beauvoir, y que hoy sigue sumando voces desesperadas que merecen ser oídas.
Por María Mansilla
Antes de colgar el cartelón “Consejería de aborto popular” pasaron varias cosas. Primero, las integrantes de La Capitana fueron a un comedor de Ciudad Oculta. Se presentaron ante sus vecinas, se pusieron a disposición para facilitar un taller, y preguntaron: ¿de qué les gustaría hablar, qué necesitan, qué pasa? Cuando surgió la posibilidad de hablar de aborto, “fue como destapar una olla hirviendo”, cuenta Romina, una de las militantes que estaba ahí ese día. En las reuniones participaban unas 30 mujeres, muchas acompañadas por sus hijos al empujón de “ustedes también tienen que saber y hacerse cargo”. “Así se fueron alivianando, entendiendo que interrumpir un embarazo no está ni bien ni mal; que no es un pecado sino un tema de derechos reproductivos y educación sexual. Lo importante es pasar información porque de eso depende la vida”, sabe Romina.
La contraseña: misoprostol. Palabra santa en un contexto donde la ilegalidad es la cruz. Se trata de un remedio que se empezó a comercializar a principio de los ’80 y permitió realizar los primeros abortos farmacológicos. Es la droga que se usa en las inducciones legales. Tiene diclofenac, su objetivo es proteger el sistema gástrico de ese antiinflamatorio. En teoría se vende sólo bajo receta. El prospecto aclara: gestantes abstenerse. A finales de esa década se lanzó esta versión mejorada, con eficacia del 90 por ciento, menos efectos secundarios y más barata. Eso explican Aníbal Faúndes y José Barzelatto en El drama del aborto (Paidós). Porque este método se impone con la fuerza de un capítulo aparte. En Realidades y coyunturas del aborto –Susana Checa (compiladora) Paidós–, el equipo del Servicio de Adolescencia del Hospital Argerich cuenta cuánto lo usan sus pacientes. Se sabe: las adolescentes son las mujeres más vulnerables entre las víctimas de esta práctica todavía ilegal. Ahora tienen una oportunidad.
Las jóvenes piensan distinton(misoprostol para no morir)
En 2004, este suplemento informaba que el método “se instala como tendencia, sobre todo entre adolescentes”. “Supone un cambio revolucionario en la vida de las mujeres”, tilda Gabriela Luchetti, jefa de Ginecología del Hospital Castro Rendón de Neuquén, cuyo servicio en atención post-aborto es modelo.
“Hoy, ellas hablan más libremente sobre la posibilidad de interrumpir un embarazo no deseado, y mencionan las ‘pastillas abortivas’ como una forma de lograrlo –cuentan las y los médicos del Argerich–. Este cambio de actitud refleja lo que ocurre en la sociedad, donde aflora la tensión creciente entre lo legal y lo legítimo respecto del espacio que ocupa el aborto en los medios.” Después de acceder al aborto medicamentoso, entre los casos ahí analizados hubo uno solo que terminó en infección, y menos de la mitad (42 por ciento) tuvo contracciones muy dolorosas.
Un gran paso: el acceso a este método “construye un imaginario diferente sobre la interrupción del embarazo”. Pasa que al tomar la decisión ya no recurren a “maniobras instrumentales” que suelen derivar en infecciones graves, las que provocan la primera causa de muerte materna en nuestro país y por lo tanto uno de los temones de salud pública.
Una mala noticia: por falta de información, muchas no son conscientes de que es clave el chequeo médico posterior. Tampoco saben que mal administradas las dosis el embarazo sigue adelante y el bebé puede nacer con malformaciones. De hecho, las pioneras en darle este uso al misoprostol fueron las brasileñas, en los ’80. ¿Quién no recuerda el impacto que provocaba, durante las vacaciones en el país vecino, ver a jóvenes con defectos en el cuerpo o en sillas de ruedas? Le seguía un runrún estigmatizante que señalaba la explicación.
Muchas mujeres se apropian de la píldora como estrategia: pueden ir después al hospital, durante el sangrado (metrorragia), y no ser criminalizadas (“pues lo induce con características de aborto espontáneo”, detallan Faúndes y Barzelatto). Convertido en cifras, esto hace que en los consultorios haya menos internaciones por interrupciones de embarazos hechas en condiciones de riesgo y más consultas y pedidos de legrados. Convertido en políticas públicas, una de las tareas urgentes es fortalecer el plan de Mejoría de la Calidad de la Atención post-aborto implementado por el Ministerio de Salud.
Hasta la OMS se hace cargo. En Aborto seguro. Guía técnica y de políticas para los sistemas de salud (disponible en www.who.it), señala que el “método recomendado para el aborto con medicamentos” es el misoprostol. Explica la dosis de acuerdo con las circunstancias. Y detalla que quien recurra a este método, a diferencia de la inducción quirúrgica, no necesita tomar antibióticos.
“En toda situación de aborto hay una pregunta que pocas veces se hace explícita: ¿qué sucedió para que una adolescente decida interrumpir un embarazo? Obviamente, la decisión responde al hecho de enfrentarse con un embarazo no deseado y que no pudo ser evitado. Subyace, sin dudas, la problemática de acceso a un derecho humano fundamental: el acceso a la salud sexual y reproductiva; derecho consagrado por ley nacional hace una década y luchado por la sociedad civil desde hace tiempo. Hoy, el desafío es superar las barreras aún existentes para el cumplimiento de este derecho, tanto entre la población adolescente como para las mujeres y hombres adultos. Es necesario que desde los servicios públicos, desde las familias y la sociedad se alcance a comprender que la sexualidad de las jóvenes no es un capítulo marginal de sus vidas sino una parte integral de su desarrollo personal y de sus derechos”, interviene Eleonor Faur, socióloga, oficial de enlace del Fondo de Población de las Naciones Unidas.
En el proceso hay dos informantes claves: amigas y farmacéuticxs; ah, y las nuevas amigas. “Una mujer nunca aborta sola”, avisa Florencia, de la Mesa por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito del Oeste, una de las organizaciones que sostiene la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto. Las nuevas amigas son las activistas del movimiento de mujeres. Otra que la Red Solidaria. No se conforman con ser “pasadoras” de datos o “trasplantadas” en territorios ajenos. Se llevan los celulares “de guardia” hasta a la playa, en plenas vacaciones. Tienen un radar incorporado para detectar médicas piolas como para rastrear protocolos de los países donde el aborto es legal y se hace con misoprostol.
Poner el cuerpo es su estrategia para reducir daños y garantizar que el procedimiento por lo menos sea seguro, mientras se pelea lo de legal y gratuito. Florencia, de la Mesa del Oeste, explica: “Con ellas y desde la clandestinidad hay muchas otras mujeres y varones siguiendo el proceso. Se trata de una red que funciona no sólo para conseguir pastillas, sino también para conocer cómo se usan, a quién consultar si algo sale mal, conseguir médicxs amigables, compartir consejos prácticos para pasar el momento”.
Desde Mumalá Rosario, Paola cuenta algo parecido. “El misoprostol es la herramienta más segura, y la recomendamos.” No es tarea sencilla ubicarlos, pero en su agenda brillan los profesionales sensibles al tema y siempre listos a dar apoyo (la salita es chica, las paredes oyen pero el compromiso es grande).
En cada región del país puede que exista algún 0800 oficial que, a su modo, es aliado. Y seguro funciona también una línea de celular civil, digamos, siempre lista. Contraseña II: googlear Cómo hacerse un aborto con pastillas, compilado por Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto (más conocido como “elmanual”). Su colorinche versión impresa llegó a Tucumán, por ejemplo, en colectivo y en mochila: las miembras de Cruzadas compraron 100 ejemplares en el Encuentro de Mujeres y los distribuyeron por las facultades, los festivales sociales y, por supuesto, en la peatonal Muñecas, los sábados a la mañana.
Desde Neuquén, Ruth, de la colectiva La Revuelta, cuenta de qué va el S.O.S. de su Socorro Rosa. “Brindamos información y acompañamiento a las que deciden interrumpir un embarazo, mediante el uso de misoprostol. Así buscamos reactualizar prácticas feministas de la década del ’70 y renovar y seguir ensanchando las argumentaciones a favor del derecho a la libertad de decidir sobre nuestros cuerpos.”
La Revuelta sistematizó las consultas: resultó que la mitad era menor de 30 años, un sueldo de $3000 como mucho, el 58 por ciento ya tenía hijos. Hicieron un cálculo bomba. ¿Se dice o no se dice? Se dice: “Si consideramos los costos locales de un aborto clandestino (entre $4000 y $6000), brindando esta información se evitó que $640.000 caigan en manos del negocio inescrupuloso”. ¿La difusión de tanta estrategia hormiga logrará incidir políticamente o será la excusa para medidas represivas que prohíban la circulación del medicamento, ergo fomenten el negocio paralelo y el pato lo paguen las mujeres?
“Ahora está la cuestión de la distribución: en el barrio se sabe qué farmacias lo venden pero hay un circuito ilegal establecido –reconoce Mariela, socióloga y docente de un secundario de Lugano. Cuenta que si la caja de 16 pastillas cuesta, promedio, $350, algunos entregan sólo cuatro comprimidos por ese precio. Incluso se vendieron partidas malas, que no provocaron efectos. A la escuela también se acercan amigas de nuestras alumnas, para consultar. Y son cada vez más jóvenes. En general, ya tienen un hijo. Como hay un estereotipo que funciona fuerte y es el de la familia numerosa como algo cultural, nosotras trabajamos por el lado de la concientización y el deseo de ser madre. Los casos que me tocó acompañar siempre estuvieron controlados por médicos de la salita, esa es una ventaja obvia ante cualquier complicación. Hacemos talleres, no tenemos buenos resultados pero... Trabajamos desde la perspectiva de derechos, pero sobre todo desde el afecto.”
“Yo tomé las pastillas, ponele que empecé a las siete de la tarde. Esperé tres horas, volví a tomar las otras tres. Después, me quedé dormida. A las nueve me levanto, decido usar las otras y empieza el proceso del aborto. Sangraba de una manera tal que pensé: ‘esto no está bien’. Me fui al hospital. Me preguntaron si había tomado algo, si había hecho algo. Les dije no, le dije: ‘Mirá vengo porque –era cierto–, tengo dolor de cabeza desde hace días. Esta mañana me levanté con dolor de panza, fui al baño, despedí un líquido y me asusté, como cualquier persona’. Y bueno, ahí me hicieron el procedimiento. Hoy puedo decir que tomé la decisión correcta. Con mi pareja estamos separados, en ese momento le dije que lo perdí. Yo no me cuidaba porque estaba en la premenopausia. Yo todavía estoy manteniendo a una nena de 15 que ahora está embarazada también. Tengo un hijo de 18, pago alquiler. Son un montón de cuestiones que para mi vida diaria no es fácil. Y traer un bebé más es como decir: ‘¿para que se críe como pueda? No’. Me costó horrores terminar de criar a éstos, y traer a uno y con el papá ausente no tenía sentido para mí. Dije: ‘no puedo. No estoy preparada. Apenas puedo con mi vida. No puedo’. A mis hijos les conté, no me lo podía guardar. Mi nuera me ayudó mucho. Ella tiene 22 y una hija de 5, que es mi nieta. Ella fue la que me llevó al hospital. Yo no paraba de sangrar y no quería ir pensando que me iban a retar, y ella me decía: ‘vamos y no digas nada, de última qué te pueden hacer’. Llego al hospital y veo que hay un médico, y digo ‘ay, no. No entro, no entro, no entro’. Y la otra un poco más a los empujones entra conmigo y me dice: ‘Yo me voy a quedar al lado tuyo’. Me ayudó hasta a desvestirme. Después entró una enfermera, y me tranquilizó que hubiera mujeres al lado mío.”
“Yo aborté con misoprostol. Intenté recibir ayuda manifestándole a una médica que no tenía interés en seguir con el embarazo. Le expliqué que ya tenía hijos y que estaba en pareja, pero no sólo no tenía una buena relación en ese momento, sino que temía –aunque sabía– que estaba inmersa en una situación de abuso como nunca antes. Me miró y me dijo: ‘Claaaro, bueh, no importa, todo pasa’. Mientras, me extendía una orden para la ecografía y para comprar ácido fólico. Ni siquiera osó informarme sobre la posibilidad y por qué no, de los riesgos de un aborto. Aún con conexiones médicas y recursos, conseguir el medicamento no fue fácil. Hice el procedimiento en mi casa, casi sin compañía porque el varón que estaba conmigo –porque no me embaracé yo sola– ofrecía estar un día, el que yo eligiera, pero uno solo ‘porque no voy a estar yendo todos los días’... ¡como si en lugar de ser su tema fuera un voluntario al que a ruego se le puede pedir algo! Tuve una hemorragia y terminé internada, con pánico, aunque supiera que no había forma de detectarlo. Temía que me maltrataran inflingiéndome dolor, juzgando, negándome anestesia. Tenía el relato de experiencias así. Estuve asustada todo el tiempo, porque la pregunta: ‘¿Cómo que lo perdiste? ¿Cómo fue? Seguida de la afirmación: ‘Qué raro...’ dicha con mirada inquisitiva rondó todo el episodio –la sostuvieron desde el enfermero que me atendió en mi casa hasta el anestesista cuando empezaba el raspaje–. Estaba pendiente de no ser descubierta tanto como de la intensidad de las pérdidas y de un dolor de cabeza agudo como solo se tiene cuando el cuerpo pierde una cantidad brutal de sangre. Recién dos meses después visité a una médica clínica con la que me desplomé y le dije que había tenido un aborto. Aún hoy me da escalofrío que ella casi terminara mis palabras cuando le dije de mi silencio por el terror a que en la guardia supieran la verdad. No le pareció absurdo en absoluto mi miedo a represalias sobre mi cuerpo, que parece algunos médicos privilegian por sobre su compromiso con la salud y la vida de las personas.”
“Desde que soy adolescente supe que no quería ser madre. Tengo amigas y amigos, hasta familiares que me acusan de egoísta o dicen que con el tiempo ‘me van a dar ganas’. También me preguntaban qué pasaría si por error tenía un embarazo... Y ese fue el eje cuando por error, sin quererlo ni buscarlo, supe que estaba embarazada. Tenía 21 años, estaba en tercer año de una carrera universitaria, viviendo en una ciudad que no era la natal, en Entre Ríos, y no contaba más que con mi compañero, quien me apoyó desde el primer momento. El contactó a una persona que sabíamos entendía del tema. Yo conocía la existencia del aborto medicamentoso pero no los detalles, así que descargamos de Internet el manual, y lo seguimos paso a paso. Sin embargo, nada fue tan fácil: había que conseguir las pastillas, para lo cual se requería una receta y hacer una serie de análisis. Yo no contaba con obra social, y conociendo los tiempos de los hospitales públicos tuve que recurrir a un laboratorio. Tenía un embarazo de 10 semanas cuando aún no conseguíamos ni médico ni pastillas. Preguntamos en 4 farmacias si vendían Oxaprost, obteniendo un no como respuesta y la advertencia de que era difícil de conseguir porque ‘tenía un mal uso’. Tuvimos que viajar a Santa Fe para conseguir una receta y comprar el medicamento. Me parece interesante reflexionar sobre que más allá de que sea un método pasible de practicar en una casa, las condiciones no son las adecuadas, como sí se darían en un hospital con los y las profesionales capacitados para llevar adelante la práctica.”
“Yo aborté cuando acompañé a mi amiga. Ella ya tenía una nena de 8 años, fue madre a los 17. Se cuidaba con pastillas, y fallaron. Hoy tiene 24, estudia, no trabaja. Vive con sus padres, sus hermanas y su hija. Cuando lo supo, me llamó para pedirme ayuda pero ni siquiera me quería ver, quería resolver todo lo más rápido posible. Tenía miedo de decírselo a su novio por si él quería seguir adelante. No tenía plata para hacerse un aborto quirúrgico. Entonces conseguimos el dato de una farmacia que vendía sin receta. Hicimos todo por teléfono, ella tenía mucha ansiedad por terminar. Ni siquiera se animaba a venir a mi casa esa noche, tenía miedo de que se enterara la familia. Así pasó esa noche, yo le fui haciendo el seguimiento por teléfono. Cruzamos mensajes y llamados hasta las 6 de la mañana. ‘¿Qué hago, qué tomo? No paro de sangrar...’. Recién cuando se hizo unas ecografías que confirmaron que había salido todo bien, nos pudimos volver a ver.”
“Soy estudiante del profesorado para chicos especiales. Vivo sola desde hace 7 años. Vengo de una crianza en la que todo debía ser perfecto. Tenía que tener el novio ideal, ser fiel y en lo posible callarme la boca y adaptarme a los conflictos de pareja. Siempre me opuse a eso, por eso dejé a mi familia en Buenos Aires y me vine a vivir a Neuquén. Me puse de novia con un chico, y después conocí a otra persona. Estuvimos y... tuvimos un accidente, el preservativo se rompió. Me tomé la pastilla del día después y no dio resultado. El test de embarazo dio positivo. Fui a ver a una doctora que me dijo que lo tuviera y lo diera en adopción. ¡Eso me dolió más que ver un test de embarazo con las dos rayitas! Empecé a buscar salidas. Hasta mi mejor amiga me dijo de todo: ‘Vos sabés lo que yo pienso, ahora tenés que hacerte cargo’. No tengo obra social, fui con el carnet de una amiga. Un ginecólogo que encontré después me dijo: ‘No te hagas problema, lo vamos a solucionar, no me pagues’. Me preguntó si usaba Internet y ahí me da la página de La Revuelta. Después nadie me recetaba la pastilla. A tres médicos yo les dije: ‘Por favor, ayúdenme, no me dejen así, no quiero tener un bebé’. Por ahí piensan que no te cuidaste, que te hacés la boluda. Mi problema era... si me podía morir. A él le avisé, me acompañó a su manera, él seguía con su novia. Y no sentía lo mismo que yo. Fue un sábado que tomé las pastillas. A mí me dolió. Me acompañó Zulli, una mujer más grande, y está bueno que no sea tu mamá porque si las dos no son fuertes por ahí capaz que caen y terminan llorando. Zulli me decía: ‘Dale que vos podés, no te asustes, no tengas miedo’.”
“Yo ayudé a mi hija de 15 años a abortar. No se lo conté ni a mi marido. El noviecito de ella decía que lo quería tener y me denunció ante la Comisaría de la Mujer. Por suerte no tenía pruebas del embarazo. A través de una compañera de trabajo me enteré de una línea de teléfono donde te dan información. También llamamos al 0800 de la Nación, ahí nos recomendaron ir al Hospital Argerich. La atendieron muy bien, le insistieron en que ella tenía que estar segura y que tenía que ser su decisión. Una amiga de mi hermana nos consiguió la receta, un amigo fue a la farmacia a comprarlo. No tuvo ninguna complicación, todo fue rápido. Me decían que yo trabajaba mucho, que la había descuidado, que por eso había pasado. Así que le busqué otro colegio, conseguí una vacante en uno que está a tres cuadras de mi trabajo, en Capital, y el cambio le hizo bien. En el hospital me pidieron que le insista para que vaya a ver al psicólogo del equipo, que tenía que hablar mucho para conocer las formas de cuidarse y que no vuelva a pasar.”
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