Viernes, 31 de mayo de 2013 | Hoy
ARTE
ArteMa surge del encuentro de siete mujeres para pensar
juntas, y desde el arte, algo de lo que les pasaba entre la propia obra y la maternidad.
Por Laura Rosso
Como un guiño a la megamuestra ArteBa, construyeron un colectivo interdisciplinario de mujeres artistas donde la experiencia de la maternidad fuera la que disparara las representaciones, las significaciones, los modos de sentir y las resonancias que estimulan la creación. ArteMa, como colectivo abierto, reúne las obras individuales de María Laura Vázquez, Silvia Sergi, Jorgelina Passo, Carolina Guiñazú, Flor Florece, Mariana Castro y Amalia Boselli y la instalación colectiva Sala de espera.
Hubo una primera muestra en julio del 2011 y, desde allí, sus búsquedas e historias comenzaron a plasmarse desde las propias vivencias. Amalia Boselli, poeta visual y madre de Félix y Mirko, recuerda: “Desde sus comienzos, ArteMa fue dándose forma cual embrión y, con los años, logramos que cada obra dialogara entre sí y con sus espectadores: padres, hijos, abuelas, amigas, hermanas”.
Trabajan desde la periferia, en ámbitos no tan visibles para el circuito del arte y con los tiempos y las posibilidades de cada una. Y (muchas veces) trabajan también acompañadas por sus hijos e hijas. Porque la necesidad de expresarse es tan grande y florece de tal modo en cada reunión que las dificultades quedan a un costado y lo que prima es la felicidad colectiva. El interés está puesto justamente en visibilizar esa condición de artistas-madres, que construyen desde sus deseos y responsabilidades. Como cuando expusieron sus trabajos en el Museo Sarmiento, en el Tigre: a bordo de la lancha colectivo cargaron sus obras, navegaron las aguas y gozaron del placer que les produjo ver sus trabajos colgados por ellas mismas.
María Laura Vázquez, fotógrafa, docente y madre de Félix, dice: “Desde que sos madre, los tiempos empiezan a ser otros. La maternidad fue un momento de despegue, allí me di cuenta de que necesitaba un canal de expresión donde poder ‘gritar’ todo lo que me sucedía. Si bien siempre estuve relacionada con el arte y producía, mis obras eran mucho más tímidas, no sentía una necesidad de ‘hacer’ como a partir de que nació mi hijo. Hay un antes y un después de parir, en donde no hay retorno. Hay que afrontar el dolor y el miedo al parto. Y en el instante posterior al último pujo, estás expuesta a su primer llanto, su primer llamado”.
Ese gran tema que es el tiempo para las mujeres fue el anclaje para construir un texto colectivo: Sala de espera. Una instalación en la que reflexionaron en torno del contexto de la espera en la maternidad. “La obra es una crítica al trato que padecemos en los ambientes hospitalarios”, definen. “Intercambiamos experiencias, fuimos capaces de reconocernos y nos situamos en un contexto, la sala de espera. Es ahí donde el colectivo dialoga en su esplendor, haciendo una alusión poética. Escribimos un texto de la espera que se monta sobre un visor de radiografías, un espejo circular con una cruz roja interviniéndolo, los números de los turnos encerrados en una vitrina con intermitentes luces rojas, sobre una mesa revistas viejas que aconsejan a padres y madres cómo consumir y encarar la maternidad, y la instalación en el piso de frasquitos de análisis que fueron llenados con la ayuda de nuestros hijos e hijas con agua del río y etiquetados con nombres que cada una propuso: nombres de las tías solteras, nombres griegos, nombres de flores, nombres de mujeres artistas, nombres de amigas y nombres de las chicas secuestradas y desaparecidas por la trata de personas.”
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