Viernes, 14 de junio de 2013 | Hoy
RESISTENCIAS
Para la autonomía de las mujeres, la ilegalidad y criminalización del aborto es un abismo por el que caen y se pierden las vidas de mujeres año a año. Sin embargo, las mujeres abortan. Lo deciden y lo hacen. Acompañadas, en soledad, con recursos económicos y aun sin ellos. ¿Cómo visibilizar este borde por el que caminan sus decisiones personales y autónomas? ¿Cómo seguir poniendo en la agenda pública y política un tema urgente de salud pública del que tan pocos quieren hablar? Este trabajo fotográfico pone el ojo en las historias personales, en el entramado social en el que se sostienen, en las mujeres que ponen el cuerpo y en la intimidad de sus decisiones sin buscar voces de víctimas sino de quienes deciden por sí mismas a pesar de todo.
“Somos tres jóvenes fotógrafas que elegimos vivir en la Argentina, de tres nacionalidades diferentes, con edades diferentes, cada una educada y socializada según el lugar donde creció. Iniciamos este trabajo en la búsqueda de comprender las razones de por qué aquí el aborto, en el siglo veintiuno, sigue siendo un tema tabú e ilegal, y donde el derecho a decidir sobre el cuerpo de una misma aún está cuestionado.” La alemana Lisa Franz, la argentina Guadalupe Gómez Verdi y la francesa Léa Meurice terminaron enlazando esta inquietud tras levantar a un mismo tiempo las manos en el taller fotográfico Compromiso y Colectivo, de Sub Cooperativa de Fotógrafos, para enfocar y relatar juntas el aborto en la vida de muchas mujeres y algunos hombres desde imágenes, entrevistas y testimonios plantados sobre una convicción libertaria dirán ellas, donde la maternidad es una elección antes que un mandato y el aborto una realidad que acontece en actos de valentía emocional. El resultado aún sin epilogar, “11 semanas, 23 horas, 59 minutos. Aborto clandestino en la Argentina”, es un trabajo de belleza antropológica que llega a su primer año de gestión y augura otro ciclo de recopilación visual y oral “porque el tema nos sobrepasó”, coinciden las autoras, “pero también nos tomó y nos apasionó”. “Más allá de cualquier posición política, religiosa y cultural, queremos abrazar el derecho al aborto legal creyendo profundamente en la libertad de cada individuo.”
“Yo estaba siempre esperando que él lograra contactar a alguien y obtener la información. La cuestión es que se fue demorando (...). Ya estaba de casi tres meses”, relata Mara F., entrevistada iniciática del proyecto y compañera de taller fotográfico. Su aborto ocurrió en 2002, a los 21 años. “La familia de él, en ese momento, le decía que me denunciara para que no abortara.” La preocupación de Camila, en cambio, “pasaba por el lado de ser consciente de que no había lugar que te cuidara”. También interrumpió el embarazo a los 21, en una clínica que daría argumentos a su desconfianza. “Antes de la anestesia miran, me ponen el espéculo y la doctora me dice ‘está bastante grandecito, así que lo que vamos a hacer es ponerte una anestesia para que vayas dilatando y volvés mañana’. Por dentro me dije ‘mañana me fijo si vengo’. Me relajé porque creí en su palabra. Conté hasta siete y me quedé dormida. Luego me despierto de repente, reabombada, en un cuartito, y en la cama de al lado estaba una chica dormida todavía. Me sentía remal, angustiada y con náuseas (...). Me miré la ropa y tenía el otro pantalón que había llevado, la otra bombacha y algo de algodón, como un apósito. Dije ‘la puta madre, ¿si sólo me dilataron por qué carajo tengo todo esto?’”. Liliana sitúa sus abortos según el reloj histórico del país, “justamente para demostrar que tanto en la dictadura como en la democracia me practiqué abortos en la clandestinidad”. El primero en 1980, a los 17 años, “plena dictadura militar, y el otro en 1986, recién iniciada la democracia. Mi necesidad de abortar era superior a la vergüenza, a la culpa, a lo que se te ocurra. Fue un alivio muy grande haber abortado”. A Adriana la situación la atravesó en 1982, con 19 años e impotencia por el maltrato persistente en los servicios de salud. “...prefieren transmitir la responsabilidad y una culpa, prefabricada, a la mujer que les va a pedir ayuda. Tienen una especie de maltrato disfrazado de buena intención, de buena conciencia, lo que hace que una mujer en esa circunstancia se sienta todavía más sola y bajo esa terrible presión. Ese maltrato está como naturalizado. Hay una manera ya, un discurso, que es machista y que se pretende neutro”. Los rostros se turnan en paisajes diferentes, que ya se pierden en los primerísimos planos de una espalda tatuada, en la brillantez de unas manos curtidas, en la perspectiva geométrica de camas en penumbras o de un cuerpo acurrucado entre sábanas, en ese todo despejado que provocan los cielos limpios o los espacios de agua y que recortan (o completan) las mujeres, siempre. Bailando, con los ojos cerrados, apretando los puños o simplemente durmiendo.
En Modos de ver, John Berger habla de “una combinación de ojos” que permite relacionarse con lo que se mira y se toca. El aborto es uno de los grandes temas observados y militados en estas latitudes desde los activismos feministas, queer, los colectivos de mujeres, las ONG, frentes políticos, los organismos internacionales. Pero esa colina aún no ha sido tan fecundamente observada desde la fotografía. ¿Cómo abordarla, de qué manera combinar la mirada de tres mujeres que se niegan a trabajar la materia desde un modelo victimizante? “Por nuestras procedencias individuales, en el encuentro de dos continentes la realidad argentina nos confrontó con nuestra propia visión de la mujer –explica Léa–. Nos es difícil entender que en países como Argentina la mujer no haya conquistado libertades que la coloquen en un terreno de autonomía, cuando en Francia y Alemania el aborto es legal.” Quien propuso el tema fue Lisa en el taller que entonces daba Gisela Volá. “Hubo como un silencio. Dije ‘ahora me van a echar’. Pero no pude evitarlo, siempre me lo planteé. Es una temática polémica, difícil, complicada, íntima, a la vez muy política y pública.” Lo sorprendente, para Guadalupe, “fue que de una clase de doce personas, sólo nosotras nos comprometimos. El resto, tres mujeres y seis varones, no quisieron sumarse. Me pregunto por qué no se animaron. ¿Por el tema?, ¿por tener que trabajarlo con otras mujeres?, ¿por esa cuestión altamente polémica del aborto clandestino? No sé, nunca lo supe”.
La sorpresa y la búsqueda ahora entre tres consistió en descubrir el cómo y el desde dónde trabajar las interrupciones de cientos de embarazos según imágenes y palabras que vinieran a cerrar un mismo círculo. Mostrando qué, acercándose a quiénes. “Empezamos con lo obvio, con lo que creemos que está más grabado en el inconsciente, en las historias de los mitos alrededor de objetos con que se realizan los abortos caseros y que te arrastran a las peores consecuencias”, dice Guadalupe. “Perejil, agujas, botellas, cucharas. Bien. Ahora –nos propusimos– transitemos los espacios y hallemos la historia de los abortos en hospitales, salitas, camas, baños. Vayamos al Hospital de Vicente López, donde todos los días llegan mujeres con abortos autoprovocados o mal medicadas por tomar o colocarse las pastillas en forma incorrecta. Lleguemos a las mujeres a través de mails, del boca en boca. Siempre convencidas de que no se trataba de hablar desde ese lugar muy gráfico de ‘aborto clandestino igual muerte’. Pudimos ver que ése no era el camino. Lo importante fue llegar a las mujeres que se hicieron un aborto y están aquí para contarlo.” Dieron sus voces jóvenes y adultas, chicas de la era del misoprostol, mujeres de la Colectiva Feminista La Revuelta, Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto, Germán Cardoso, del Movimiento de Médicos por el Derecho a Decidir; el Colectivo de Varones Antipatriarcales, la activista feminista queer Mabel Bellucci, Sonia Sánchez y hasta la profesora del taller Gisela Volá, junto con Nicolás, su pareja. “Realizamos la primera entrevista con Mara, una compañera del curso. Fue muy movilizante porque desde que abortó, hace diez años, nunca había hablado de eso con nadie”, recuerda Léa. “Sólo lo sabía su mamá, que la acompañó un 31 de diciembre. Un horror en el contexto de esas fiestas familiares.”
El título que da nombre a esta serie, 11 semanas, 23 horas, 59 minutos, es el conteo bajo presión de una de las historias en tiempo gestante que se impuso, también, por el enorme derrame de cifras que implicó la investigación. “Tiene que ver con el reloj que está en contra, con el nivel de presión psicológica, esa idea de tictac que te taladra la cabeza”, explica Léa. “Al final son fechas, números reales, cosas tangibles. Por suerte, a partir de los testimonios, esos números se llenaron de vidas, de experiencias y sentimientos. Nos dimos cuenta de que cada aborto es un mundo aparte, que se puede preguntar siempre lo mismo pero cada una tiene su propia vivencia.”
Léa cita a la escritora y política feminista neerlandesa Ayaan Hirsi Ali. “Pero algunas cosas tienen que ser dichas y, en algunos momentos, guardar el silencio es ser cómplice de la injusticia.” Resignificó estas palabras para ir construyendo una línea de investigación que sintonizara con el coraje. “Era una posición ideológica muy clara que teníamos desde el principio. Fuimos confirmando nuestro discurso sobre ese tema, pero lo de la victimización era como negar la realidad de las mujeres que deciden abortar con toda libertad. Victimizar es lo que le conviene mostrar al sistema para tirar hacia abajo, y no queremos reflejar eso porque no es nuestra realidad.” Se apropian del lenguaje simbólico y conceptual, “nada literal”, agrega Lisa, elegido en contraposición “a mostrar lo obvio que te imaginás al pensar un trabajo fotográfico sobre aborto. No queríamos mostrar sangre ni una mujer sufriendo. Las fotos son sutiles, sí, pero todo el tiempo están diciendo”. Guadalupe advierte sobre la inconveniencia de “hablar de la culpa, de la duda, de la soledad. Te pueden revelar que se sintieron solas o que lo hicieron con muy poca ayuda pero, vamos, estás acá contándonos con toda la energía, la valentía, todo el coraje de decir ‘lo hice porque quise hacerlo. Tuve más o menos posibilidades, más o menos información, pero lo hice’. Estamos ante una mujer posicionada en su decisión”. Lo que no significa, concluye Lisa, desconocer “la carga emocional de las imágenes, el tema la tiene, pero siempre cuidamos que imágenes y testimonios no caigan en la victimización, porque de eso hay mucho. Queríamos hacer una diferencia desde este trabajo, que no es sobre las mujeres sino con las mujeres que abortaron”.
Pedro, un estudiante boliviano residente en Buenos Aires, acompañó el año pasado a su novia, Clara, en la interrupción del embarazo con pastillas. “Lo mantuvimos bastante en secreto y lo hablamos entre nosotros. Por mi parte, hablé con gente de confianza. Con amigos que pudiesen tener data sobre eso. No podés ir a una maternidad y decir quiero abortar, porque te van a ver como a un delincuente. Si querés abortar sos delincuente. Conseguí el manual Cómo hacerse un aborto con pastillas y le dije a Clara ‘mirá este manual, es muy eficiente’. Sin él hubiésemos estado en el horno.” Gisela Volá y Nicolás interrumpieron el embarazo en 2010. “Supe que estaba embarazada al día siguiente de que mi hija cumpliera 10 años. Yo tenía en aquel momento 33 años y dos hijos. Poder abortar en mi casa, con pastillas, me hizo sentir totalmente dueña de mí misma. Una sensación de libertad muy similar a la que viví cuando decidí ser madre.” Desde Neuquén, Mara C. cuenta que luego de su aborto con pastillas fue al centro TEAcompaño, “un lugar para hacer controles post aborto que funciona en el Hospital Castro Rendón, y no tuve que dar explicaciones... De hecho, ellos te mandan a hacerte los análisis (...) Me sentí aliviadísima cuando vi que había abortado. Creo que a mucha gente le debe impresionar. Dije ‘bueno, listo, ya está, sigo adelante’ con un montón de metas que tenía en la cabeza (...). A partir de ese momento trato de difundir todo lo que puedo. Siempre que hablo con alguien del tema no tengo problema de decir que aborté, y también si puedo facilitarle el número de La Revuelta, se lo doy. Trato de concientizar desde donde yo puedo”.
Lo que va sumando hasta el momento, doce relatos naturales en sus formas, interpela a todxs aquellxs que miren o lean, con una gran ternura que no es sentimentalismo. He aquí un punto en común. Hay otros puntos de fuga en esas historias. “Cada aborto es un mundo en sí mismo y no hay nada que los pueda igualar”, precisa Guadalupe. “Sí, tal vez nos acercan en experiencias, poniendo a mujeres que practicaron un aborto de manera quirúrgica hace años frente a mujeres que lo hicieron con pastillas. Las que pasaron por la primera práctica te hablan de un sistema horroroso, violento a nivel físico y verbal: todas lo describen por igual, aun pagando más o menos por la misma intervención. En clínicas privadas también existió todo tipo de violencia o desinterés. A una mujer la obligaron a quitarse la ropa frente a todo un equipo de personas, le cortaron la anestesia en la mitad del proceso. Se despertó con sangre por todos lados, estaba atada, no le explicaron lo que estaba pasando.” Lisa recrea su charla “con una médica que trabaja con La Revuelta en el hospital post aborto TEAcompañamos. Nos dijo que su práctica diaria en los años ’80, cuando todavía no existía el misoprostol, era atender mujeres que se estaban muriendo por prácticas clandestinas mal realizadas”. Guadalupe rescata que “las mujeres que practicaron un aborto con pastillas lo cuentan con naturalidad y tranquilidad. Sólo una de las entrevistadas hizo mal el procedimiento, comenzó a tener síntomas severos y cayó en un hospital, donde un equipo de hombres y mujeres la maltrataron, al punto de mostrarle lo que le sacaron, se lo pusieron en un frasquito y le dijeron ‘tomá, llevátelo’. El resto lo vivió con libertad, tranquilidad, en sus casas, con amigos, con parejas, con sangrado normal, tal como lo describe el Manual. Para ellas fue un día de proceso y al otro siguieron con sus vidas”. El alivio, se ilusiona Lisa, “es la independencia, no depender de un hospital. Es como recuperar un poco la libertad y la decisión que cada una debería tener sobre su propio cuerpo”. El uso de la pastilla, dice Léa, “es como el discurso de la desmedicalización. Es salir de este sistema que sólo ofrece un mecanismo sistemático de tortura a las mujeres en los hospitales”.
La activista feminista Sonia Sánchez, autora junto con María Galindo de Ninguna mujer nace para puta (Lavaca Editora, 2007), sostiene en su testimonio “que mientras en la Argentina el aborto no sea legal, seguro y gratuito, las mujeres no somos dueñas de nuestro cuerpo. ¿Podemos decir somos dueñas? No, hermana. En algunas pequeñas cositas seremos desobedientes, pero si a vos te dicen que tenés que parir, cómo parir, dónde parir, cuántos hijos tener, no sos dueña, no sos dueña de tus deseos.” Narra que “en mi vida tuve cinco abortos y los he tenido estando presa. Algunos los hice en el calabozo de una comisaría, la 50(...). Y los otros los he hecho en la cárcel (...) Cuando yo tenía 17 años, hace 30 años, no existía el forro. Entonces cinco abortos todavía son pocos. Ahí aprovechábamos para hacer el aborto, porque en realidad después nadie te cogía. Te hacías el aborto y podías descansar y cerrar tu herida. En cambio, si te hacías un aborto en la calle, las chicas que tenían sus fiolos hacían un aborto hoy y al día siguiente estaban paradas”. Su entrevista, dicen las fotógrafas, fue una especie de bisagra en la trama conductora del relato. Sonia les puso los pies sobre una tierra desconocida “que nos abrió las cabezas”. Lisa entonces aclara. “Sabemos bien que falta un paso más. Es fantástico que exista la pastilla, pero es urgente que el aborto sea legal, que puedas acceder a una estructura donde poder moverte para realizarte una intervención segura”. Léa apela a la necesidad de terminar “con la hipocresía, porque todas las mujeres abortamos. Es como negar el cuerpo. Es negar una realidad que existe. Mientras exista una mujer existe el aborto. Hay que preguntarse por qué sigue siendo ilegal”.
Guadalupe: Fuerte. A todas nos toca el tema. El aborto no es sólo no quiero tener el hijo sino que toca relaciones: cómo me trataron, cómo me miran, cómo me siento con el otro, cómo se vive hoy el ser mujer. A todas nos remite a muchas historias donde se mezclan las de ellas y las nuestras. Por eso el trabajo va a dar cuenta de que no hablamos solamente del aborto en sí, hablamos del poder de la mujer, individual, grupal, de la condición de mujeres y niñas en esta sociedad.
Léa: Venimos de tres culturas diferentes, pero sea acá o en China, el tema nos toca porque así funcionan las cosas. Me fui de Francia hace tres años por una cuestión que se acerca a lo que estamos explorando. Y ahora trato de desmantelar un poco este sistema.
Lisa: Soy de un país donde hace décadas puedo decidir cuando quiera abortar. Nadie me mira mal, no tengo que justificarme, un médico y un psicólogo me asesoran en forma gratuita. Llegué a Buenos Aires a los 19 años y me encontré con miles de mujeres que mueren. Hoy tengo 34 y no puedo vivir tranquila sin hacer algo. El aborto sucede, queramos o no.
Consideran, hasta el momento, que el camino recorrido se acerca en forma generosa a su mejor expresión. Hubieran cruzado de vereda si se les hubiera presentado la opción testimonial política de dirigentes y dirigentas con verdades autogestivas para decir. “No nos interesan los discursos armados; nos cuesta entender posturas políticas o la lógica de partidos”, coinciden. “De todos modos –apunta Lisa–, el trabajo en sí está encarado como acto político por nuestra propia visión del proyecto y por quienes fueron consultadxs. La diferencia es que queremos saber qué hizo esa experiencia sobre las personas y no que nos den un discurso armado.” Guadalupe recuerda que “muchas veces nos preguntaron si adheríamos a la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, pero nosotras queremos hablar desde otro lugar porque es un trabajo fotográfico. La política está en los testimonios. Quiero ver más allá de una construcción política: hablemos de lo esencial del ser humano. Y este proyecto habla constantemente sobre la libertad”. Otra vez Berger, “no es sólo cuestión de mirar lo que hay, sino de leer sus conexiones”. Léa lo reinterpreta: “Este trabajo toca tu vida, tu país, tu cultura. Sí, por supuesto, es político. La idea siempre fue salir del tabú, entrar en la transparencia de la visibilidad y dar voz a las mujeres. En la historia de cada una se va politizando el tema y, asimismo, el arte público tiene que ser político. Con el aborto y sus implicancias son fundamentales la postura física, la mirada. Si sólo mostrás chicas tristes y victimizadas, estás trabajando el inconsciente de la gente. Y eso también es político”.
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