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Viernes, 26 de julio de 2013

Espejito, espejito

ACTUALIDAD En el inmenso arco de representaciones de las adolescentes que se abre entre las cirugías estéticas de Charlote Caniggia y las imágenes de otra joven de 19, Antonella Mirabelli, muerta por anorexia en Entre Ríos hace menos de un mes, las adolescentes construyen una imagen propia que cada vez más se rebela contra los modelos hegemónicos, usando su cuerpo y su ropa como forma de identificación con otros y con otras, negociando o apropiándose de lo que impone el mercado.

 Por María Mansilla

“¿El pelo sería una parte del cuerpo? Entonces la parte que más me gusta de mi cuerpo es mi pelo”, responde Micaela (17), estudiante de Ciencias Económicas. Su tesoro es tan perfecto que no necesita más que una cepillada cada mañana. Se luce en las fotos que subió a Facebook donde está con sus abuelos, apoyada en la baranda del crucero que los llevó a Brasil en Navidad. Desde su Blackberry, Mica chatea todo el día con Carla (19), su prima. Carla estudia kinesiología y hace grapplig, una especie de lucha libre y arte marcial, y durante los ratos libres cuida chicos. Su uniforme es el jean chupín celeste y la campera Nike gris con lentejuelas en la capucha; está ahorrando para comprarse las nuevas botitas Nike que tienen un poco de taco. El rapado en un costado de su cabeza ya le creció; entonces parecía una más de la banda Eruca Sativa. En la casa de Carla ahora está Yanina (19), su cuñada y mamá de Valentino (1). El pelo de Yani también parece obra de la Penélope de Ulises. Hace unos meses, cuando estrenó el Rubio Platinado #100 de Koleston, su suegra la cargaba: “¡Wanda Nara!”. Vive en calzas y con su chico a upa. Su rodete “bien arriba” es su corona. Su ritual de belleza consiste en pintarse las uñas (no usa flúo como usan todas, prefiere el negro, rojo o blanco), plancharse el flequillo y pasarse Dermaglós en la panza. Para ocasiones, una amiga le hace trenzas brasileñas que se tejen durante tres horas y duran un mes.

Las tres adolescentes se ponen al día los domingos, con cara de dormidas, alrededor de la mesa familiar. Yanina dice que “banca” a Charlotte Caniggia (“porque hizo lo que quiso sin importarle su edad ni el qué dirán”). Micaela muestra sus nuevas gafas (parecidas a las que Fito usaba en los años de Corazón clandestino) y aporta que prefiere a Oriana Sabatini (“tiene una belleza natural”), pero reconoce que le pareció divertido cuando Silvina Luna se cortó el pelo como un varón, le parece “tierna” Celeste Cid (“es divina, pero es real”) y sigue en Twitter a Karina La Princesita. Carla no sabe ni contesta; sólo tiene paciencia para sacar fotos y hacer diseños web, escuchar La Vela Puerca.

¿De qué hablan las sub 20 cuando hablan de belleza? Desde las ciencias sociales hay respuestas optimistas. “Ya no hay una sola silueta. En los ’60 estaba marcada una forma de corporalidad y estética dominante. Muchas mujeres se vestían parecido y se movían parecido. Ahora, en cambio, está más aceptada la diferencia –observa Mariana Inés Conde, investigadora del área de Estudios Culturales del Instituto Germani–. Caminás por una ciudad como Buenos Aires y lo ves. Esto habla de un proceso de apertura mental de quienes vivimos acá.”

¿Cómo derrama en esta generación la fisura abierta unas décadas atrás? ¿De verdad no se desangran por verse como la caricatura de Lara Croft? ¿Qué tienen que ver con esto los soportes tecnológicos? ¿De qué forma las voluntades individuales pueden hacerles frente a los mensajes publicitarios?

Chetas, culisueltas, caretas, ladies like y wachiturras le dan sentido a la tribu Millennials local. Tienen en común muchas cosas que las hacen sentir bellas: las calzas, el celular con Facebook Libre, el suspiro por las plataformas del shopping y la resaca de las canciones de Bob Esponja mezcladas con las de Chiquititas. Como indignados en versión mini, se muestran compulsivamente, se rapan, se tatúan, se operan. Hacen carne la llamada crisis del concepto institucionalizado de belleza. Profundizan la promiscuidad de los códigos estéticos, al tiempo que dicen basta a los mandatos familiares (“¿Por qué la nena se afea?”).

Pilchasexuales

“En mis clases trabajo con la mirada hegemónica de los medios. Si punzás y tratás de abrir ese primer discurso ves que está latente en ellas la sensación de que eso es lo que quieren hacerles creer, pero que hay otros cuerpos. Los varones, en cambio, usan más el chiste fácil –cuenta Tali Miculitzki, comunicadora, docente en secundarias públicas de la Ciudad y en la carrera de Comunicación de la UBA–. Charlotte Caniggia no generó ninguna conversación. En ellas y ellos hay una búsqueda de identificarse con los grupos por los cuales circulan. Esa búsqueda hace que se metan ese corset y lo usen como paradigma identitario.” La profesora se lamenta: desde que se abolió el uso del guardapolvo en los secundarios, todos los días a las 7 am los pasillos se convierten en pasarelas.

La prenda fetiche: las calzas. “Tanto las deportivas como las de salir, que vienen en cuero, gamuza, con brillos”, traduce Yanina, la del rodete como coronita. Ella tiene negocio propio: compra ropa en La Salada y la vende en un local que está adelante de la casa de su mamá, en Rosario.

“Las adolescentes no son lo que las revistas y el marketing creen: desordenadas, alocadas, huecas, y a las que sólo les interesa el horóscopo”, advierte Jorge León, productor de moda. Es el editor del news de Cómo quieres que te quiera, y se reúne todos meses con el grupo de chicas de 17 años que funciona como “consultoras aspiracionales” de la marca teen. “Bueno, les interesa el horóscopo –retoma León–. Pero también están en la onda del DIY (Do It Yourself), reciclan ropas y objetos, leen novelas, escuchan Miley Cirus y también The Beatles, Depeche Mode, David Bowie. Son selectivas, pensantes e inteligentes. Ellas deciden todo, no sus padres. Están las Lady like, Fashionistas y Fashion victims, pero predominan las que optan por un look más personal, eligen más allá de su cuerpo y se manejan con libertad.”

Una de las relaciones estables más fieles que tienen muchas mujeres es con las vidrieras. Por algo a los varones que ponen toda su libido en el último gadget tecno los etiquetaron de “tecnosexuales” ¿Cuánto influye lo que se tiene con lo que se siente? ¿Cuál es la complicidad que existe entre belleza y compras? Se llama “biopolítica del consumo”, y hace que los bienes –materiales y culturales– adquieran tanto poder que simbolizan no sólo una forma de expresarse sino de ser. “La ropa, por ejemplo, cumple un papel central para reconocer a los iguales y distanciarse de los otros; tiene una potencia simbólica capaz de establecer diferencias entre los cuerpos juveniles, sobre los cuales una mirada superficial podría leer homogeneidad”, escribió la antropóloga Rossana Reguillo en Culturas Juveniles, formas políticas del desencanto (Siglo Veintiuno).

Ladronas de medias negras

A carla le gusta parecerse a una más de la banda Eruca Sativa, hace lucha libre y no sabe ni le importa el modelo de belleza que propone la tele

Carmina (18) es estudiante de teatro. Vive en Tucumán. Cuando le dijo adiós a su pubertad, de ninfa se transformó en cosplay. Primero se cortó el pelo inspirada en una de las vampiras de Crepúsculo (saga que antes de ver en cine devoró en versión libracos). Después se tiñó de azul, y nunca usó vincha para ir a la escuela, como le sugerían sus preceptores. Sus ojos celestes enmarcados en delineador negro obligaban a bajar la vista de las tías gordas. Del piercing en la nariz opinaron hasta las amigas de las vecinas de las tías gordas. ¡Para qué! Pronto la nena estaba morochísima, enfundada en tachas, y cualquier parecido con Lisbeth Salander no era pura coincidencia. Su hermana Catalina (17) mide 1,71, pesa 50 kilos y tiene los pies más musculosos del mundo, estudia danza clásica desde los 9 años. Al cierre de esta edición, su Facebook contaba 1409 amigos y 334 fotos. “Cuando salís, ya no sólo cuenta tu belleza individual. También se juega cómo se arregla tu grupo de amigas”, avisa. Su outfit preferido para salir a bailar: vestido dorado (muy) corto, ajustado, dorado. Lo usa con tacos y su pelo “desgastado” (decolorado en las puntas). Le gusta la estética Tim Burton, pero después de su mamá, sólo tiene corazón para Paloma Herrera.

“La gente grande es la más boluda. Están obsesionados con lo natural –se mofa Carmina, que hoy prefiere las ferias americanas y las películas de Penélope Cruz–.” Trae a cuento algo que le pasó a su amiga Pía, que se hizo una rinoplastia: el mismo cirujano plástico charló con ella sobre la fantasía de los rasgos perfectos y bajó línea, asumió que todo varía según el gusto de cada quien. El médico contó que una tarde entró un joven a su consultorio. El dio por hecho que el paciente estaba acomplejado por la forma de su nariz. Sin embargo, el chico le consultó por una operación en las orejas.

En otro lugar del mapa, precisamente en el country donde vive la prole de Ricky Sarkany, cuando las tres más chicas hablan de belleza suspiran por Sofía (23), su hermana-orquesta, la que ahora levanta elogios como artista plástica y diseñadora. “Cuando era chica siempre le robaba algo a mamá. ¡Ahora la entiendo! –bromea Sofía–. Ellas me sacan todo: maquillaje, vestidos, medias negras. Capaz uso algo el viernes a la noche, y el sábado me cruzo con mi hermanita vestida igual.” Desde chica Sofía tiene la suerte de viajar, y dice que mira con sorpresa cómo hasta los mismos tatuajes se repiten en pieles teens del mundo. Diseña para clientas de 15 años en adelante, y cuando piensa en ellas piensa en sus musas: Rihanna, Cara Delevinge, Chloe Norgaard, la China Suárez, Belén Chavanne.

La antropóloga Reguillo es una especie de Julian Assange de las y los jóvenes; no les pierde pisada. Como buena maestra, tiene amistad con muchos de ellos en las redes sociales, y decodifica cada movimiento. Dice que esta generación convive en “naciones juveniles” que siguen “formas estéticas masivas”. Pero se plantan sobre una zona gris; desde allí se apropian y negocian con esos imaginarios propuestos por el mercado, con esas “narrativas dominantes” relacionadas con el cuerpo en general, el erotismo y la sexualidad en particular (como forma de vigilar y controlar).

Lolitas rebeldes

Esta bandada adolescente es la primera en contribuir de una manera tan contundente al acervo visual. Construyen un documentalismo social con estética propia ¡Parece que su vida cotidiana todo el tiempo es espectacular!

Cuando la investigadora Mariana Conde relacionó el cine de los años ’30 con las tapas de revistas femeninas de esa época, se llevó una sorpresa. Primero fijó su curiosidad en lo que llama “la apuesta cultural sobre el canon estético”, analizó la forma de vestir y moverse de las mujeres. Estas inquietudes guían su trabajo Belleza, gracia y virtud. La construcción visual de la feminidad en los medios de comunicación de masas en la Argentina (primera parte del siglo XX). Encontró que en esos años “había una insistencia en la mirada femenina, incluso las escuelas de formación de actores enseñaban a mirar. Por un lado, el cuerpo; por el otro, la mirada. Empecé a rastrear de dónde vienen ambas convenciones y encontré dos fuentes de alimentación: la iconografía cristiana y la tradición ilustrada que reenvía a griegos y romanos. Me asombré, ¡aunque es obvio! Las imágenes de esa época muestran a mujeres referentes con la misma postura de cabeza, mirada y manos que podés encontrar en una estampita, por ejemplo. Esto funciona como un sistema de significaciones vinculadas a la forma en que el cristianismo ve a la mujer y es tomado en la cultura moderna en relación al pudor y a la idea de que debe ser pura, blanca y virtuosa”.

Seguramente Las Sub-20 ya ni saben de monjas. Las Lolitas Rebeldes no disimulan que viven con las hormonas a full. Son las agitadoras del contenido que las representa; sólo ellas hablan en su nombre. Besos fraternales, shorts, musculosas, ombligos, carne y “te amos” compulsivos. ¿Burla u homenaje a la representación de la mujer objeto? Like a virgin...

“Umberto Eco analizó los cánones de belleza y señaló que hasta los ’60 los medios capturan los modelos de las artes mayores –explica Conde–. Pero a partir del surgimiento de los dispositivos tecnológicos cambia la lógica. En los ’80, con Internet, el proceso de producción de los significados sociales se transforma, se amplía y diversifica: individualmente, desde una casilla de mail, una página de Internet o una red social se pueden producir significados que no por eso son alternativos, mucho menos resistentes a los significados hegemónicos. En FB, si ves las fotos que suben las adolescentes es interesante pensar que en esas imágenes se pone en juego la adquisición del repertorio de la sensualidad, que hoy en día cotiza y mucho. Las chicas juegan con eso, lo adquieren y lo actúan. Quizás estén hablando de nuevas formas de construcción de identidades juveniles y de género.”

El orgullo de las ballenas

Yanina banca a Charlotte Caniggia “porque hizo lo que quiso sin importarle su edad ni el qué dirán”. vive en calzas y con su hijo a upa, su rodete bien arriba es su corona.

En el día a día de los talleres de la Fundación Crear Vale La Pena, la convivencia de las chicas con sus curvas es menos cool. “Todas quieren parecer modelos”, compara Roxana Díaz, coreógrafa. Habla en nombre de su hija de 18 y de sus alumnas de La Cava, San Isidro. “El estereotipo dice que las flacas bailan, las flacas hacen. Las adolescentes que conozco sólo hablan de la comida y del cuerpo: me falta culo, me falta teta.”

Para muchas, en el carnaval de la vida, esa edad en la que el cuerpo explota, el índice de felicidad se define según el cálculo de masa muscular. En la Argentina, los trastornos de alimentación son la principal causa de consulta pediátrica. Más de la mitad de las veces, hay que buscar las razones en el entorno social o familiar de las pacientes. “El síntoma de anorexia-bulimia que se manifiesta en la adolescencia, en el despertar de la vida sexual de las jóvenes, toma hoy en día una forma epidémica. En este sentido, la anorexia funciona como una respuesta fácil, al alcance de las jóvenes de esta época, con relación a la pregunta: ¿qué es ser una mujer (para un hombre)?”, disparó la psicoanalista Graciela Sobral en el libro Madres, anorexia y feminidad.

“Me gustaría ser más extrovertida”, contaba Angeles Rawson (16) en la red social Ask, antes de ser víctima del femicidio del que habla todo el país. Se reconocía tímida y soñaba poder ser algún día un poco más suelta, quizá por eso su alter ego construido para Facebook la mostraba empoderada bajo pelucas cosplay o cantando una de Abba en el cumpleaños 70 de su abuela y posteando videos de Linkin Park, la banda de hard core y hip hop que le gustaba.

Debería pasar un colectivo naranja y llevar a quienes no pueden lidiar con los mandatos al Centro Cultural Borges, donde Milo Lockett cuelga la muestra Los Feos Somos Más. Durante el trayecto, alguien podría recitar el poema de Girondo que les canta a los senos como magnolias y a los cutis como lijas. Suena utópico, pero algo de esto hicieron los alumnos de Tani Miculitzki. Para problematizar el tema cuerpo y sexualidad también leyeron Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais. “Reflexionamos sobre el control social y las formas de una corporalidad más libre. Las chicas y los chicos estaban abiertos a pensar que uno se enamora por partecitas del otro y no por ese cuerpo idealizado de los medios.”

¡Ven, espíritu de Dorian Gray! Ojalá que este amague de la autodeterminación estética de los nativos digitales no decaiga. “Los jóvenes son peligrosos porque en sus manifestaciones gregarias crean nuevos lenguajes. A través de esos cuerpos colectivos, mediante la risa, el humor, la ironía, desacralizan y a veces logran abolir las estrategias coercitivas –sostiene Reguillo–. Pese a las conquistas democráticas y al indudable avance en la aceptación del cuerpo, en las sociedades contemporáneas se castiga el exceso de palabras, de gestos, de sonrisas. A los niños y jóvenes, metáforas de este exceso, se los disciplina poco a poco, hasta que adoptan el andar huidizo y silencioso de los ‘buenos cuerpos’ ciudadanos.”

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Imagen: Adrián Perez
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