Viernes, 23 de agosto de 2013 | Hoy
FOTOGRAFíA
La pérdida del padre fue, para Gaby Messina, la pérdida de la fe. Al menos la fe tal como se la habían enseñado en una escuela de enseñanza católica a la que desafió aun sin tener conciencia de que lo hacía. El trabajo, la familia y también el tiempo trabajaron en cicatrizar aquella herida y le permitieron revisar los modos en que puede operar la fe por fuera de los dogmas en una serie de fotomontajes realizados sobre las tomas de su padre en las vacaciones familiares.
Por Marina Navarro
Veintidós años atrás el padre de la fotógrafa Gaby Messina era asesinado en un forcejeo tras un intento de robo en su casa de Martínez. Y ella, con veinte años, sintió que su fe la traicionaba. Que la había abandonado dejándola sola de cara al dolor. Pasó de la creencia católica al enojo absoluto con las religiones. No volvió a pisar una iglesia ni a hablar de lo sucedido.
Se casó y eligió nuevos afectos. Vínculos que la llevaron a relacionarse con los otros a través de su trabajo. Cámara en mano y con permiso, se fue metiendo de a poco en la cotidianidad de mujeres mayores que podían ser sus abuelas. Escuchó lo que tenían para contar y las retrató amorosamente para la muestra Grandes mujeres (2004). Después, cuando se embarazó de gemelos, indagó en esa conexión tan íntima y fascinante, llevando a cabo Almas gemelas (2007). Imágenes en primer plano, protagonizadas por parejas de gemelos de distintas edades. Una mañana, de pasada con el auto, descubrió Lima, un pueblo ubicado cien kilómetros al sur de la provincia de Buenos Aires. Conoció a su gente y les propuso fotografiarlos en las distintas locaciones del pueblo. Cuando todos quedaron retratados presentó Lima Kilómetro 100 (2010). Tiempo más tarde y mientras asistía a una charla a la que estaban invitados los artistas plásticos Rogelio Polesello, Julio Le Parc y Luis Wells, quedó conmovida con sus palabras y les ofreció retratarlos. Ese fue el puntapié de Grandes Maestros (2012), un trabajo documental y fotográfico que reúne a una veintena de los artistas plásticos más importantes de nuestro país.
Hace dos años y en medio de ese silencio familiar y propio que todavía la angustiaba, se topó con una caja repleta de las diapositivas que su padre atesoraba. Eran postales de las vacaciones familiares. Recordó los viajes de la infancia. Rememoró los paisajes, las sierras cordobesas, los llanos camino al cerro Tronador en Río Negro y el lago Huechulafquen en la provincia de Neuquén, entre otros panoramas naturales. Pudo ver a través de su mirada cómo su padre disfrutaba de la cámara tanto como ella. Necesitaba conectarse con él. Durante esos dos años también estudió la Biblia, se juntó con gente creyente y escuchó profundos testimonios de fe. Finalmente decidió que iba a mostrar ese material en el que secretamente ella y su padre habían estado trabajando. Así nació, Fe. La presencia absoluta del padre más allá del credo. Una muestra que toma como fondo aquellos paisajes ensamblados con imágenes intervenidas por fotomontaje, además de video-arte y pequeñas esculturas que interpelan a la Biblia y a la religión.
–Cuando terminé con el trabajo fotográfico de Lima km 100 sabía que tenía muchas ganas de hacer algo que tuviera que ver con él. Y estuve viendo diapositivas de cuando éramos chiquitas y surgió la idea de utilizar esos paisajes increíbles que veía en tantos viajes. A él le gustaba mucho manejar y si podía se hacía un viaje de un tirón de Buenos Aires a Bariloche como si nada. Nos armaba unas camitas a mi hermana y a mí en la parte de atrás y arrancábamos. Ibamos con una casa rodante, tengo recuerdos muy lindos de esa época. Pero al mismo tiempo veo que además de emocionarme con los recuerdos y vernos a nosotras chiquitas, cuando empiezo a ver los paisajes también me impacta su mirada de fotógrafo. El disfrute por el registro. Y se me ocurrió que esas imágenes podían servir como fondo del fotomontaje.
–Siempre tuve una relación muy polémica con la religión. Fui a un colegio de monjas y cuando estaba en quinto grado una maestra preguntó cuál era la vida oculta de Jesús. Imagino que la respuesta debía ser salvar el mundo o venir como el hijo de un carpintero cuando en realidad era el hijo de Dios. Pero yo dije: “El matrimonio”. No sé por qué lo dije, quizá pensé que se podía enamorar. De hecho a partir de ese recuerdo nacieron un par de obras de Fe. Hay un video de la muestra en que está Cristo y una mujer rezando a sus pies. Y en un momento él siente la presencia de ella y empieza a respirar y te das cuenta de que está vivo, que no es el cadáver crucificado, que todavía hay tiempo. Entonces ella rompe en una situación desesperada y se trepa a la cruz y le desclava un brazo y le desclava el otro y Jesús, medio moribundo, no entiende nada. Mira al cielo como desconcertado. No pasa nada entre ellos, sólo quería mostrar a ese hombre en contacto con esa mujer.
–Leí la Biblia, subrayé ciertos pasajes que me parecían muy fuertes, muy polémicos. A partir de ahí elegí la frase y la situación que quería representar. Utilicé las fotos como fondo y me fijé dónde aparecían las sombras, para realizar ahí el fotomontaje. Para que cuando superpusiera a la gente en esa misma foto no se notara y quedara como una toma directa.
–Lo que me interesaba era plantear en las imágenes algo que aparece muy fuerte en la Biblia: la competencia, la rivalidad y el castigo. Cuando se presenta el relato de Caín y Abel, Dios se enoja con Caín porque no le ofrecía los pocos frutos que daban sus tierras; en cambio mira con aprobación a Abel, que le daba sus mejores ovejas. Contempla a Abel y anula a Caín. Generando una rivalidad entre hermanos por celos de ese padre. Qué ejemplo es ése para las familias. Desde el momento uno, Dios le dice a Eva que no coma del fruto prohibido. Que puede comer todo lo que quiera menos ese fruto. Es como si la sometiera para ver hasta dónde llega. Y cuando se tientan le dice: “Has comido el fruto prohibido, parirás a tus hijos con dolor y serás esclava de tu marido”. La culpa, el pecado y el castigo a la desobediencia aparecen constantemente en la Biblia. No hay puro amor, como dice la religión. Hay una obra que hice donde a una monja se le cae la leche de su pecho. Y es como si dijera: “Yo amo esta fe, quiero seguir viviendo en ella, pero también está lo que mi cuerpo me está pidiendo, que tiene que ver con las entrañas”.
–La religión te da ese marco en donde ante cualquier duda leés la Biblia y tenés la respuesta para todo. Me parece que si uno no supiera que se va a morir no tendrían tanto éxito las religiones. No habría tanta necesidad de creer. Si no existiera la muerte uno no estaría tan pendiente de cómo vive, se dedicaría a vivir. Hay muchas filosofías que te hablan del aquí y ahora. De vivir el presente. Estamos en una era en la que somos mucho más libres con respecto al pensamiento. No somos tantos en el planeta; si hoy algo está pasando, acá también está pasando en otro lado del mundo. Y las respuestas son también personales. Para mí fue muy importante el amor de mi pareja y mis hijos. Me sentí mucho más fuerte, más segura y firme. Sin la necesidad de atarme, de pertenecer a una religión.
–Cuando mi padre murió tenía veinte años. Me había ido por primera vez con mis amigas sola a Brasil. Y en medio de estar pasándola bárbaro me avisan que mi familia me estaba buscando y que me tenía que volver porque un familiar mío estaba muy mal. Tomé un vuelo directo a Buenos Aires y cuando llegué a Ezeiza me dijeron que mi papá había muerto. Me estaban esperando para el entierro. Y en ese momento me era muy difícil entender lo que estaba pasando. Me acuerdo de que le hicieron una misa para despedirlo y a partir de ese momento no pude entrar más a una iglesia. Odié a Dios, odié toda mi fe. Tuve mucha bronca durante años. Por eso siento que esta obra es totalmente visceral y tiene que ver con mi historia y que por fin, junto con sus imágenes y a través de lo que significó la religión, puedo contar esto que me pasó. Puedo exorcizarlo de alguna manera, porque ésta es mi historia y es la historia de mis hijos el día que yo no esté y es bueno que se sepa.
–Lo que me pasa es que a medida que voy creciendo y mis hijos van creciendo voy encontrando mi fe en los otros. El trabajo también me ayudó. Tuve mucho amor y mucho cariño de gente que no tenía que ver conmigo. Tener contacto con tantas personas tan diferentes, escuchar sus historias, me hizo pensar que no dependemos de un Dios. Dependemos de nosotros mismos. De todas formas no quiero que esta muestra sea una crítica a las religiones. Quizás es una mirada un poco irónica pero porque me sale de esa manera. Hoy en día mi fe está en uno mismo, en mi vínculo con la naturaleza y en estar despierta a las oportunidades de la vida. A las coincidencias, el misticismo de creer que si en tu día de cumpleaños la pasaste bien va a ser un año lindo para vos. En que si deseás algo tenés que ir en busca de eso. Que si te lo ponés a pensar otra persona te dice: “Yo rezo para que eso pase” y está bien. Son diferentes maneras de ver las cosas. Lo que pasa es que yo ya no tengo un Dios que me dice que me va a cuidar día y noche sin parar. Yo me tengo que cuidar, yo les tengo que decir a mis hijos que se cuiden y sean buenas personas, porque si son malas personas, si son egoístas, van a recibir lo mismo.
FE, de Gaby Mesina.
Del 24 de agosto al 3 de octubre.
Galería Elsi del Río.
Humboldt 1510, Palermo Hollywood. De martes a viernes: 14 a 20 hs.
Sábados: 11 a 15 hs.
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