Viernes, 23 de agosto de 2013 | Hoy
DANZA
La bailarina argentina Ludmila Pagliero, figura central del Ballet de la Opera de París, llegó a Buenos Aires para presentar brillos propios en la escena local.
Recién llegada de París, después de tres años de haber estado en Buenos Aires por última vez, la bailarina argentina Ludmila Pagliero despliega algunas postales de su vida que invitan al recuerdo. Primero elige acordarse de las caras que pusieron su mamá y su papá cuando –con quince años y medio– les dijo que había recibido una propuesta de Chile para sumarse al Ballet Nacional de Santiago. “Esos días fueron una revolución”, cuenta. Se veía que Ludmila –lejos de lo etéreo que puede ser una bailarina con tutú– pisaba fuerte. Había terminado sus clases en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y decidió que se iría. Estuvo tres años trabajando con el Ballet de Santiago. Su vida siguió de algún modo signada por los sobresaltos. El factor sorpresa volvió a hacerse presente mientras preparaba su viaje (visa, reunión en la embajada) para volar rumbo a Nueva York. Medalla de plata de por medio en un concurso internacional, Ludmila obtuvo un contrato por un año en el American Ballet Theater. Tenía que viajar al mes siguiente. En eso estaba, en los preparativos, cuando recibe un llamado desde la Opera de París. Le proponían un contrato de tres meses. Ahí mismo tenía que hacer una elección. Ludmila sabía que había pasado la audición en París, pero hasta ese momento no había tenido ninguna respuesta. En esos segundos, con el teléfono en la mano, su cabeza se transformó en un remolino. Respondió: “Sí, ya llego”. Siempre se sintió más atraída por Europa que por Estados Unidos. En ese arrebato de pensamientos e imágenes pensó que si no se quedaba en Francia podía probar suerte en otras compañías, en Italia o Alemania. Por eso decidió ir a probar suerte. Y se quedó diez años. Ya en París, Ludmila vivía a dos cuadras de Champs Elysées, en un cuarto que era “chiquito como una caja de zapatos”. En esos años hubo mucho trabajo; cosas buenas y otras no tanto. Nunca vivió como un sacrificio tener que ensayar. Sí hubo otros, como dejar a su familia, a sus amigos, estar lejos para los cumpleaños y sentirse diferente durante la adolescencia (“tres meses en París y que nadie te invite un café...”, desliza.) En definitiva, empezar a transitar un camino de mucha soledad. “Llegué a París e hice una lista de los puntos negativos: hacía frío, no hablaba el idioma, vivía en una caja de zapatos, estaba sola, ¿vale la pena? Me acuerdo de que ese día dudé. Sin embargo, metí la carta en un sobre y nunca la envié. Me metí en el trabajo, lloré un rato y pasó.”
Hace poco más un año, le preguntaron a Ludmila si podía hacer un reemplazo en La bayadera. Tenía cinco días para ensayar los pasos y piruetas del personaje de Gamzatti porque las tres bailarinas que tenían asignado ese rol estaban lesionadas. “Hacía dos años que no la bailaba pero con los días que tenía por delante podía prepararme. A la mañana siguiente, cuando estaba por ponerme a ensayar, me preguntan: ‘¿Cómo te sentís para bailar esta noche?’. La cuarta bailarina que interpretaría a Gamzatti también se había lesionado. No había nadie. Rodillas, pies, pantorrillas, todas lesionadas.” La única que quedaba era Ludmila, que había dado su acuerdo para cinco días después. “Tengo que probar –les dije–, e hicimos un ensayo.” Probó y dijo que lo haría. La función se iba a transmitir en directo en los cines de Francia. En medio del torbellino llamó a su mamá y le dijo que tenía que hacer un reemplazo. Era la única persona que sabía. “En mi cabeza me dije: ‘Vas a hacer lo mejor que puedas y tratá de pasar un buen momento en el escenario’. Si entraba pensando ‘disculpen pero no bailo La bayadera desde hace dos años...’, no iba a funcionar. Me dije: ‘Vivilo como si fuera una primera vez’.” Y así fue. El espectáculo terminó, vinieron las felicitaciones. Y el gran final llegó con algo inesperado. Con toda la compañía en escena y a sala llena, sube al escenario Brigitte Lefévre, la directora del Ballet, para hacer un anuncio: Ludmila es la nueva étoile, la estrella de la de Opera de París. “Fue algo que no esperaba. Con el rango de étoile pasás a ser una identidad de la compañía. Es la punta de la pirámide a la que se aspira a llegar, darse al ciento por ciento. Tengo muy claro que quiero honrar a la escuela francesa, pero no me olvido de mis raíces, de lo que soy y de dónde vengo.” l
Estrellas del Ballet Opera de París. Hoy, a las 21. Teatro Coliseo. Marcelo T. de Alvear 1125. Informes: 48143056.
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