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Viernes, 4 de octubre de 2013

CINE

Conchudas

Con un equipo dirigido íntegramente por mujeres –dirección, producción, fotografía y sonido–, la película Pelo malo se quedó con la Concha de Oro del Festival de San Sebastián, levantando una importante polvareda entre los críticxs de la península, que entendieron que premiar a una película “pequeña” –como la llamó su directora, Mariana Rondón– confina a los márgenes al festival vasco. No es casual la discusión cuando es ese valor de la diferencia lo que rescata este film, a la vez que pone en escena el racismo cotidiano que ve lo “malo” en los rulos mulatos de un niño que no quiere salir en la foto de la escuela si no se los alisan, si no le borran esa señal de mestizaje.

 Por Cristina Civale

Aunque desde hace más de 10 años la cineasta y artista visual venezolana Mariana Rondón trabaja en un equipo donde sus cabezas tienen pelo y cuerpo de mujer, nunca se declaró feminista (tampoco anti) ni puso el acento en sus comentarios sobre su obra en el asunto del género. Pero la Concha de Oro –el mayor premio que concede el festival vasco de San Sebastián– que ganó el último sábado la dejó no sólo temblando de emoción, también con la necesidad de expresarse sobre el punto de un modo claro. En realidad ya lo estaba haciendo con la película Pelo malo, por la cual ganó la Concha –y no se puede evitar leer la palabra “concha” desde aquí como una paradoja graciosa–, donde con trazos neorrealistas cuenta una historia que en su simpleza no pierde poder. La premisa: un chico de 9 años que cree saber lo que quiere, una madre sola de 30 que hace lo que puede con lo que quizá cree que quiere. El conflicto: para sacarse la foto de la escuela, ese retrato para la posteridad, el niño protagonista –Junior, lo llamó Rondón aludiendo a un Senior ausente– quiere alisarse su pelo enrulado de mulato. La madre lo ve como una afrenta a su normalidad, y sobre todo a una sexualidad que no es la que indicaría su cuerpo de muchachito.

“La película es sólo eso, un chico que quiere alisarse el pelo”, le dijo a Las 12 Rondón hace tres meses, mientras estaba terminando de mezclar la banda sonora en Buenos Aires y se había hecho una pausa para cenar junto a Marité Ugás, su compañera, socia de la empresa Sudaca Films y productora de la película, en el bar Caracas. Y no dijo ni una palabra más, dejando que la película con su metáfora sutil del pelo malo (que inevitablemente lleva a pensar que habría un pelo bueno) contara por sí misma su oda a la tolerancia, a la riqueza de la diferencia y de desear distinto. Eso mismo dijo cuando agradeció el premio, que recibió diciendo cuatro veces “gracias” en vasco (eskerrik asko) para luego, con la suavidad del tono bajo que caracteriza su modo de hablar y también con mucha humildad, agradecer al festival por haberla elegido para participar y nuevamente por haberla elegido para el gran premio. Cerró su intervención diciendo que había hecho Pelo malo para curarse de la intolerancia que a diario vive y sufre en su país, agradeciendo nuevamente que San Sebastián haya premiado la riqueza de la diferencia. El jurado, presidido por Todd Haynes (director de culto, últimamente a cargo de la premiadísima serie de HBO, Midlred Place y de las películas I’m Not Here –sobre Bob Dylan– y Velvet Goldmine) en su resolución leída ante el público sorprendió diciendo que el premio se había otorgado por unanimidad y que, desde el principio, el jurado no había tenido dudas sobre que la premiada era la mejor película. Hay que destacar que Pelo malo competía con tanques del cine de autor, como las últimas producciones de Bertrand Tavernier y François Ozon, entre otros destacados directores.

Pelo malo fue realizada con un presupuesto de 350 mil euros, es la primera vez que una directora latinoamericana gana en Donostia y las principales responsabilidades técnicas están a cargo de mujeres. La peruana Micaela Cajahuringa es la directora de fotografía y la cubana residente en Buenos Aires Lena Esquenazi es la directora de sonido, así como Marité Ugás, peruana residente en Caracas, es la productora-socia de Rondón. Apenas recibido el premio, Rondón afirmó para El País de España: “En Venezuela no habrá mucha cultura de cine, pero sí de que las mujeres hacen cine. No es un problema. En nuestro caso, no fue una decisión de militancia femenina, sino decisiones de vida, somos un grupo que llevamos quince años trabajando juntas”. Así es, este entrevero de conchas y nacionalidades surgió cuando Rondón y Ugás se conocieron en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños en 1986, formando parte de la primera promoción de la mítica escuela cubana creada por Fernando Birri y Gabriel García Márquez. Allí sellaron su pacto de vida y también de creación. Allí conocieron a Cajahuaringa y también por sucesos derivados de su vida en la escuela a Esquenazi (para la cotilla, esposa del fotógrafo pop Marcos López, que conoció a la dupla Rondón-Ugás en La Habana en las aulas de la escuela), con quienes armaron equipo para hacer también sus producciones anteriores.

Ugás y Rondón debutaron juntas como directoras de largometraje en A medianoche y media. Luego de esta película pactaron dirigir una vez cada una mientras la otra producía. Así, tirando la moneda y viendo cuál era el proyecto más avanzado, comenzaron cada una su carrera en solitario, y la primera película fue dirigida por Rondón. Se trató de Postales de Leningrado, una película narrada desde la mirada de un niño (siempre la infancia, ese territorio del que parece imposible salirse) cuyos padres participan en la guerrilla de los primeros ’70 en Venezuela, un niño que vive con su abuela y espera eternamente la llegada de esos padres que posponen por un rato su paternidad para crear con sus manos y sus armas un mundo mejor también para sus hijos y mueren en el intento o el intento muere con ellos. Postales... puso en órbita a Sudaca Films, que se lanzó luego de su recorrido por festivales del mundo a realizar la ópera prima de Ugás, El chico que miente, que Rondón produjo. Otra vez festivales importantes, entre ellos Berlín, donde ya son locales, y San Pablo, donde Ugás se llevó el primer premio. Y luego llegó la película del pelo y de la concha.

Si en Pelo malo Rondón dice que quiso curarse de la intolerancia en Postales..., las señales autobiográficas son muy claras, ya que la artista vivió una infancia similar a los personajes que despliega en esta película por la que ganó, entre otro premios, el del Festival de Biarritz. En esa ciudad se encuentra ahora mismo, compitiendo nuevamente en su festival de cine latinoamericano en sus dos sesiones oficiales.

En cuanto a la relación personal con su vida y Pelo malo, Rondón explica: “Llevo mucho tiempo asfixiada por esos pequeños gestos, por esas cosas que pasan en la vida diaria venezolana, cómo el contexto social se ha metido en las familias, los amigos, creando una pequeña violencia que puede parecer chiquita pero que suma y suma... Es una película contra la intolerancia, que apoya las pequeñas rebeldías. No sé si quedó claro en la pantalla todo lo pesimista que soy, y si dejé alguna rendija a la esperanza. Aunque en general en la conducta diaria no somos intolerantes. Es algo que, a pesar de que haya crímenes muy violentos relacionados con la intolerancia, se lleva bien. Pero hace unas cuatro semanas un diputado del partido del gobierno hizo unas declaraciones acusando a miembros de la oposición de corrupción. Pero ese tema quedó minimizado cuando el diputado los acusó también de homosexuales y montó un show homofóbico, apelando al machismo de sus seguidores. Un acto brutal. ¿Qué pasó? ¿Cuándo aquí esto se convirtió en un insulto?”. El personaje de la madre es clave en la explicación de estas violencias. Cuenta Rondón: “Es que ella no tiene miedo de que su hijo sea homosexual; ella tiene miedo de que no sea heterosexual. Quiere ayudarlo y no quiere que su hijo vaya a un mundo que lo destruya. Ella, en medio de toda su ignorancia, quiere protegerlo. En Latinoamérica reina el matriarcado, así que son las mujeres las culpables en mayor parte del machismo”. Esa madre, un personaje que reza para que Chávez se cure de su cáncer incurable, simboliza todo lo que Rondón y su socia Ugás sienten en este momento en su país, la vida como una sentencia de muerte desde el momento en que Hugo Chávez declaró que todo el que no estaba con él estaba contra su país. Pelo malo habla de esas violencias y enfrentamientos de todos los días en las familias, en las calles, en los susurros que marcan un pensar diferente, no enemigo: sólo eso, pura y simple diferencia.

La locación central de la película tiene lugar en dos barrios populares de Caracas, el 23 de Enero y el Simón Bolívar, donde se alzan unos monoblocks como palomares ubicados al pie del cerro, espacios de vidas apretadas y algo promiscuas, donde las diferencias entran en shock, toqueteándose, promiscuas, produciendo todo tipo de cortocircuitos. Dice a Las 12 Micaela Cajahuaringa, la directora de fotografía, sobre su trabajo con la luz y la imagen: “Estuvimos viendo con Mariana varias referencias en fotografías, entre otras las de Nan Goldin, pero la concepción de la luz para mí apareció cuando fuimos a visitar las locaciones, porque descubrí espacios oscuros, con la luz artificial encendida, en contraste con la luz fuerte de Caracas”, ciudad que en sus calles y rincones populosos y populares también es protagonista de Pelo malo. Y continúa: “Los departamentos en estos bloques residenciales, siempre llenos de cosas amontonadas y ventanas, dejaban entrar luz pero nunca suficiente para iluminar una sala. Así traté de respetar cada espacio, encontrándole su luz en la película, generando los contraluces en interiores con pieles oscuras”.

Lejos de Caracas, a pocas horas de San Sebastián, Rondón ahora está algo más relajada en la bella Biarritz. Sus comentarios son menos militantes, aparentemente más ligeros, como volviendo a la escena tranquila de Buenos Aires en el bar Caracas, donde no ponía acentos ni en género ni en política, donde regaba misterio. Rondón dice desde la costa francesa: “Todos somos pelo malo. Lo digo desde el lugar más bonito. Se trata de encontrarnos en un lugar que todos conocemos. Así como mi empresa se llama Sudaca films, que es como nos dicen peyorativamente los españoles, también puedo tener una película que se llame Pelo malo, para quitarles los prejuicios a las palabras”.

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