OFICIOS
Olor a camión
El fileteado, arte popular hasta hace poco exclusivo de los hombres –si tangueros, mejor– fue prohibido como ornamento del transporte público por una ordenanza todavía vigente de la dictadura militar. Pero sobrevivió como arte popular en cajas de camiones, instrumentos musicales y cualquier otro objeto que resista el solvente.
Por Luciana Malamud
Ni el profesor lo podía creer. El primer día que llegó para enseñar filete en Parque Avellaneda creyó que se había equivocado de lugar. Pero no, esas veinte mujeres con las que se encontró entre algunos hombres estaban inscriptas en su taller y esperaban ansiosas para aprender el arte del fileteado porteño. Así comenzaron hace cuatro años, sorteando prejuicios, y llegaron a presentar el mes pasado su quinta muestra en el Museo de Arte Popular José Hernández, esta vez exclusiva para mujeres fileteadoras. Una idea de su maestro, Ricardo Gómez, a quien no dejan de admirar y agradecer.
“Hoy en día no hay lugar donde la mujer no pueda incursionar”, dice Patricia De Luca Caro, una arquitecta de Villa Urquiza, una de las 15 expositoras y la última en incorporarse al taller este año. “Hay mucha inquietud ahora”, agrega Nora Abalo, la mayor del grupo con 77 años. “Y la necesidad de aprender, porque no teníamos quién nos enseñara”, dice la dueña de un Ford K al que piensa filetear las puertas con la ayuda de una de sus compañeras.
Ellos fueron los dueños del oficio desde sus inicios a principios del siglo XX, primero decorando los carros y más tarde trabajando en las fábricas de carrocerías de colectivos y camiones. Después del auge en los años ‘30 y ‘40, cuando se hizo popular también en carteles y letreros, sobre todo ligado al tango, hubo quienes lo llevaron a las galerías de arte. En 1975 llegó la dictadura y con ella su prohibición en el transporte público (todavía vigente). Sin embargo, algo hizo que en el último tiempo recobrara popularidad y los porteños comenzaran a redescubrirlo.
De los carros a los colectivos y de los colectivos a lo más íntimo del hogar: la tapa del inodoro. ¿Quién si no una mujer para animarse a eso? Pavas, cajas de galletas, jarras, paelleras, en fin, elementos domésticos que se convierten en obras de arte gracias a la creatividad de las mujeres.
Nora: –Nosotras volcamos mucho al hogar, cosas de los padres o que encontramos en la calle, porque todas cirujeamos. A eso enseguida le buscás algo para armarlo. Yo hice una jarra enlozada, cirujeada, y la tapa del inodoro. Hice una guitarra para mi hija, unos relojes... Todo lo que encuentra la mujer lo vuelca en el fileteado.
Patricia: –Como dice el maestro, se puede filetear hasta la suela de los zapatos, siempre que sea material resistente a los solventes.
N.: –Los hombres lo vuelcan más a los carteles de los bares, nosotras todavía no nos subimos a la escalera. Creo que la única diferencia puede ser ésa.
–¿Qué les llamó la atención para comenzar con el fileteado?
P.: –Yo llego al filete porque siempre tuve gran admiración desde mi profesión por la Buenos Aires del 1900. Y el filete convivía, porque hasta las vidrieras están fileteadas. Los esmerilados de las vidrieras tienen filete también. El filete se nutrió de todo eso también, de la ornamentación y arquitectura de Buenos Aires de esa época. Siempre me fascinó. Y si hoy hacés un proyecto no vas a hacer algo como el edificio de La Prensa. Entonces a mí me permite realizar un sueño que es tomar todos esos elementos tan ricos y volcarlos en la pintura. Es una combinación perfecta. En cuanto a imágenes el repertorio es tan amplio...
N.: –En San Antonio de Areco me llamó la atención el platero. Le pregunté si sacaba del fileteado algunos elementos, y me dijo que sí, que tenía mucho de eso. Y cuando vine al museo, la directora me preguntó si nosotros sacábamos cosas de la platería. En la Patagonia encontraba todos los camiones fileteados con sus dichos, que son muy importantes en el filete.
Beatriz Bordaisco: –Lo mío fue por casualidad. Yo iba a una profesora de pintura sobre caballete sobre óleo y me dijo que había un curso sobre filete porteño. Me insistió tanto que fui a probar. Y acá estoy. Lo que más me enganchó fue la ductilidad. Me acuerdo de que en primer año teníamos una profesora que nos hacía dibujar sin levantar el lápiz del papel, entonces te hacía dibujar caracoles y caracoles y más caracoles. Entonces volví otra vez a eso. Fue como rejuvenecer. Las cosas que se enganchan entre sí, que tienen que buscar las vueltas para engancharse. Y después el colorido, era una cosa totalmente diferente.
Dora Scardino: –Para mí fue la técnica nueva. Estaba acostumbrada al óleo, al collage, otra cosa. Además de los símbolos, las imágenes. Y como a Betty, también me gustó el colorido.
B.B.: –Yo vivía en el Abasto, entonces estaba acostumbrada a ver filete. Pero no recuerdo si eran dragones o flores o cómo estaban hechos. Era la frase y reírnos con nuestros hermanos de las cosas que decían. Era la frase de atrás.
Si bien cuentan que sus compañeros son respetuosos, las apoyan y las alientan a continuar, cuando comenzaron se toparon con algunos machistas que las mandaron a lavar los platos. Fue en la primera muestra organizada en el Centro de Gestión y Participación de Flores.
“Se había formado una mesa grande para organizar la exposición con mayoría de fileteadores hombres”, cuenta Dora, también profesora de pintura y una de las primeras alumnas del taller. “Prácticamente ellos ubicaron los lugares y armaron todo. Cuando llegó el turno de hablar nosotras, uno de ellos dijo especialmente que las mujeres no tenían que filetear, que tenían que ir a lavar los platos. Medio en broma, medio casi en serio.” Ella no le contestó, pero Betty sí.
“Primero le pregunté dónde había estudiado. Me dijo en el (Instituto) Fernando Fader. ‘Ah, mirá qué bien’, le dije. ‘Cuándo te recibiste?’ ‘No, no me recibí’, me contestó. ‘Ah, mirá vos’, le dije. ‘La señora y yo somos las dos recibidas del Fernando Fader y estamos hoy haciendo esto, y además de hacer esto, lavamos los platos. Sería bueno que vos, además de hacer esto, también laves los platos.’ Era un chico mucho más joven que nosotras, y nos molestó muchísimo.”
Ellas se encargaron de llevar el filete al centro del hogar, pero no esquivan aquello que puede sonar típicamente masculino. Betty ya decoró un casco de moto y entre todas tienen el proyecto de pintar un carro.
“Aparte del taller donde tratamos de trabajar, me sirvió como salida laboral. Estuve en una feria de Plaza Lavalle donde se vio mucho el trabajo y me encargaron. Después por la generosidad de alguna compañerita...”, cuenta Dora señalando a Nora, con la que hicieron un afiche de una obra de teatro vocacional, y están por hacer uno para una película. “Salimos del taller con olor a camión –dice Patricia–, pero siempre felices.”