Viernes, 18 de octubre de 2013 | Hoy
ARTE
Mariana Bocca es una de las 15 artistas que se le atreven en todo el país al fileteado porteño, género machista por principios que ellas se encargan de derrumbar.
Por Clarisa Ercolano
Hace unos meses, cuando se realizó el Encuentro de Mujeres Fileteadoras, la primera muestra colectiva en la historia del género, Mariana Bocca, una de las 15 fileteadoras que hay en todo el país, estrenaba presentación de obra. Estaba exultante porque, aunque cueste creerlo en pleno siglo veintiuno, al fileteado todavía se lo considera cosa de hombres. Para Bocca, aquella experiencia iniciática fue “hermosa e inolvidable. Es dejar un antecedente para que esta sociedad entienda que no hay territorio que la mujer no pueda pisar”, cuenta a Las 12 quien también es miembro fundador de la Asociación de Fileteadores.
Mariana y el fileteado se encontraron por necesidad y por empeño. Ella buscaba un camino que encontró en el arte pero por las dudas, como buena hija de una familia que define matriarcal, quería darles el brazo a torcer a los que decían que las mujeres sólo podían filetear cajitas de modo terapéutico: “Estudié la licenciatura en Comunicación y trabajo como consultora. Nunca me imaginé pintando, pero me gustaba mucho quedarme a mirar una obra de filete o ver a algún artista pintando. De alguna manera esas formas me conectaban con algo más profundo, originario”.
“Yo venía de una crisis y un vacío existencial muy grande y al mismo tiempo conocí al maestro Luis Zorz, que tiene más de 80 años y es vecino mío, y comencé a hacer el taller como quien empieza primer grado. Ahí empezó un camino en el que terminaría dándole la razón a mi madre, que siempre dice que el arte cura”, resume.
A su primera muestra Mariana llegó gracias a otra fileteadora, Silvia Dotta, junto con las artistas Cristina Lara, Romina Storino y Claudia Berlusconi, entre otras. En la actualidad estudia con Jorge Muscia, y “aunque él dice que se está alejando del fileteado tradicional, para mí tiene una mirada mucho más amplia, que es lo que permite crecer, porque el conservadurismo no le hace nada bien al arte”.
Ahora dice estar “en una etapa en la que quiero seguir profundizando mi formación, seguir colaborando en la difusión del fileteado, desde la comunicación y mi experiencia en medios, que es lo que sí deseo hacer, y también desde la gestión cultural de proyectos. Estoy armando mi taller en casa, y paso a paso la pintura se va convirtiendo en un oficio. Me encargaron algunos trabajos, también vendí en las muestras y estoy armando una web. Además, con una amiga fileteadora, Romina Storino, ya presentamos un proyecto en el Ministerio Cultura de la Nación para filetear carteras, también para que cada artista fileteador pinte y firme la suya, generando trabajo”. Instalado desde siempre como expresión artística de un mundo de hombres, sin embargo nunca existieron reglas escritas o tradiciones orales que expulsaran de ese territorio a las mujeres. “El hecho de que no hubiera lugar para la mujer no era una disposición, más bien se trataba de un mundo machista, rígido. Entonces los maestros se negaban a enseñar simplemente porque el fileteado era privativo de los hombres”, concluye Mariana. “Y para mí, que vengo de una familia matriarcal, con una fuerte crianza feminista, el hecho de que me digan que algo es ‘sólo cosa de hombres’, es suficiente para meter la nariz donde no me llaman.”
Una anécdota pinta de cuerpo entero el nudo del asunto y “siempre me la recuerda una compañera que estudió con Ricardo Gómez, otro gran maestro ya fallecido. Hay algo muy típico en el fileteado, que es retratar a Gardel con un marco de filete... Ella quiso pintarlo en sus clases. Cuando fue con la propuesta, Gómez se espantó. Le preguntó por qué no podía pintar a Carlos Gardel y él le respondió, totalmente convencido, que ‘las mujeres que pintan a Gardel después terminan volviéndose locas’.”
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