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Viernes, 18 de octubre de 2013

PERFILES. SOFíA GALA CASTIGLIONE

Muchacha punk

 Por Marta Dillon

En el ranking de las preguntas que a Sofía Gala le molesta contestar está primera la que se hace por su madre. Ella, que habla siempre, que habla mucho, que tiene una erudición conseguida a los ponchazos, por el puro placer de saber de lo que le gusta –música, cine, política, libros–, cuando le preguntan cómo es haber tenido una madre como Moria Casán se queda muda. “Es mi mamá”, dice como si en esas tres palabras estuviera todo dicho, dando por supuesto que cada quien ama y padece a su madre, se aprovecha de sus debilidades, se refugia en sus fortalezas; ha hecho lo que ha podido con lo que le ha tocado. Lo que cualquier hija hace con su madre, hace de la relación con su madre. Alguna otra cosa se le podrá sacar después si se sabe dar algún rodeo. A Alejandro Fantino le contó, por ejemplo, que a los 12 prefirió ir a dormir sola a la casa del fondo que escuchar las peleas de su madre con quien era su pareja, y que cuando esa pareja se terminó y vino otra, directamente se fue a vivir sola porque no toleraba las peleas. Le contó también que lo único que quería ser cuando era chica era ser grande, harta de estar en la mesa de su madre, donde todas las conversaciones estaban habilitadas pero a ella no se la dejaba hablar porque era muy chiquita. Pero éstas no son cosas que interese escuchar de boca de esta chica de 26, madre desde los 21, actriz por instinto, por sensibilidad, actriz apasionada y buscada. Que sea buena o mala en lo que hace no es algo que importe a esa ágora mediática y chismosa en la que creció, se desarrolló, se desnudó cuando no había empezado la secundaria, quedó huérfana de padre, habló de cosas de las que las nenas no hablan, quedó expuesta en su locuacidad, se emborrachó hasta la inconsciencia, fumó porro y fue capturada como una mariposa a la que después se deja pegada al papel. Y eso sí que importa. Eso le gusta al coro del chisme y la moralina barata que levanta el dedo como si nada, como si el estrado del panel otorgara alguna altura, moral o de la otra. Y Sofía cumple. Porque le gusta hablar, porque sabe escandalizar, porque defiende su terreno, su libertad, su propio personaje de boca roja y gesto punk que dice lo que piensa y quiere lo que quiere. Porque algo tuvo que hacer en todo este tiempo con tanta exposición, con tanta pregunta efectista, con tanta madre incluso que sumó a la hija a su propio show apenas pudo, sin preguntar ni preguntarse cómo sería en adelante. Cómo sería, por ejemplo, cuando la nena cumpliera 15 y el ojo mocho del chismerío nacional descubriera que había tenido una fugaz relación con un hombre de 40. Momento en el que según Sofía la exposición se le cayó encima, porque una cosa es ser graciosa y complacer al público y muy otra es que caiga el juicio de los otros como una espada, no sólo sobre ella sino también sobre su madre. Sofía siempre defendió a su madre. Su madre no pudo contestarle con la misma hidalguía. Tal vez a Moria Casán se le abrió una grieta en el personaje por el que se escapó la mamá preocupada porque hacía días que no sabía nada de su hija. Pero enseguida blindó el corset e hizo lo que sabe, lo que dice que sabe: “hacer catarsis frente a cámara” y mandar al frente a la hija, expulsarla en lugar de abrazarla, exponerla otra vez como si así consiguiera que el problema dejara de ser suyo o de ellas, que alguien más intervenga, las autoridades del canal, el gobierno de la escena. El escándalo sucedió esta semana, en el programa que madre e hija comparten, justo en la emisión dedicada al Día de la Madre. Y ahí estaban ellas para poner en escena eso de lo que no debería hablarse, no en público, no cuando lo que se espera es la multiplicación de las escenas del amor incondicional que las madres se supone que entregamos y que veríamos recompensado en tarjetitas pegoteadas con las témperas del jardín de infantes, en lavaplatos, lavarropas o licuadoras que remixan lo bueno, lo bueno que da mamá. “Es ella o yo”, dijo la madre pidiendo que echen a la hija, exhibiendo ahora un arquetipo de la relación madre e hija pero sin cocción, masa cruda sobre la mesa a la que se puede todavía aporrear mucho hasta que tenga la consistencia deseada. La muchacha punk no tuvo reflejos para la pelea, lo intentó, pero estaba herida, se pintaba las uñas, buscaba componer el personaje de la guerrera. Pero se le cayeron las lágrimas. Es que las madres hieren, mucho más en cada casa que en la tele; si hay alguna novedad en este escándalo es solamente ésta. Sofía Gala, como cualquiera, lo sabe, aunque la muchacha punk lo enmascare. Y sí, los hijos, las hijas también hacen doler, aunque ese panorama no trae ninguna novedad; ni a cada casa, ni siquiera a la televisión.

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