EMPRENDIMIENTOS
De donde sobra a donde hace falta
En el mundo existen 400 bancos de alimentos. Inspiradas en esa experiencia, dos cocineras decidieron fundar uno. La institución se nutre de donaciones: productos que por diversas razones –etiquetas mal pegadas, envases con abolladuras, errores de información en el
packaging– no pueden salir al mercado, pero que están en perfecto estado de conservación. Su destino son los comedores escolares y otras entidades de bien común.
Por Sonia Santoro
La idea fue de dos cocineras. Que –como se diría en un cuento– cansadas de ver la cantidad de comida que sobraba y se tiraba en los restaurantes que solían visitar, decidieron meter mano a tanto derroche y armar una receta equilibrada: es decir, repartir lo que a algunos les sobraba hacia aquellos que lo necesitaban todo. Le pusieron de nombre Banco de Alimentos, inspiradas en los más de 400 que funcionan en todo el mundo. Hoy, a casi un año de la primera donación, ya distribuyeron casi 400 mil kilos de comida a unas 250 entidades –comedores escolares, hogares de niños, hogares de ancianos y asociaciones de bien común– gracias a las que comen unas 27 mil personas de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano.
Las cocineras son Mercedes de Schilling, presidenta de la organización; y Clara Gotelli, directora. Y ya casi no tienen tiempo de dar las clases de cocina que solían. Ahora se ocupan de hacer cumplir su misión: contribuir a reducir el hambre de la gente pidiendo donaciones de productos.
¿Cómo es esto? Los alimentos suelen tener problemas de envasado, etiquetas mal pegadas, abolladuras, o errores en la información del packaging, explican. Una vez, por ejemplo, una empresa embaló 11 toneladas de galletitas con una menos por paquete, con lo cual, pesaba menos que lo que decía el envoltorio, y si la empresa hubiera sacado ese producto al mercado, hubiera violado la ley de Lealtad Comercial. Todos esos productos, que no pueden salir a la calle por esos detalles pero que están en perfecto estado de conservación, se donan al Banco de Alimentos. También puede ser que los productos tengan un vencimiento corto o que se trate de alimentos de estación, como pan dulce o huevos de Pascua, que pasada la fecha no pueden venderse.
Por otro lado, como la destrucción tiene un costo muy alto para las empresas, el Banco de Alimentos se acerca a ellas ofreciendo un servicio: una manera eficaz y económica de reubicar los productos comestibles, pero no vendibles. Del otro lado de la cadena, los comedores y hogares reciben alimentos no perecederos a los que, muchas veces, les es difícil tener acceso, como paté o cereales, por ejemplo.
Las entidades están clasificadas según sus necesidades en máxima, mediana y mínima. “De todas maneras, ahora no hay casi ninguna que se considere mínima. Los comedores dejaron de recibir ayuda del Estado... ahora es casi una obligación moral”, dice Mercedes. Y una vez que entran al sistema, reciben comida regularmente, dependiendo de las prioridades de cada una. Las entidades, por su parte, deben encargarse de retirar los pedidos en el depósito que se encuentra en Munro y, por cada kilo de alimento, deben aportar un precio simbólico de 10 centavos. “Esto es para los gastos administrativos y también para que no pidan sin control sino realmente lo que van a consumir”, explica Clara. Unas 100 personas, de las cuales sólo dos son rentadas, hacen funcionar al Banco: algunos visitan los comedores, otros se encargan de la parte operativa del depósito, otros de la administración. La organización también recibe la donación de servicios, como el de prensa y comunicación de la entidad, o los de flete.
Esa primera idea, ver cómo aprovechar lo que a las empresas ya no les servía, empezó a dar vueltas hace dos años. Para Mercedes le había llegado “la hora de hacer algo por el prójimo”. Clara ya había hecho solidaridad al participar de las Misiones Rurales Argentinas, manteniendo correspondencia con maestras rurales para apoyarlas “porque están muy solas”. Sabían que en Estados Unidos –país donde se desarrolló por primera vez este modelo en la década del ‘60– se distribuyen anualmente 500 mil toneladas de alimentos y quería hacer algo así acá.
Durante el primer año metieron a sus maridos en el proyecto, e inevitablemente a sus hijos que, no por casualidad, son muchísimos: Mercedes tiene 6 y Clara, 7. Armaron carpetas de presentación y empezaron a golpear las puertas de las empresas en donde podían tener algún contacto. Al principio fue difícil: “La idea les encantaba a todos, pero nadie quería hacer punta”, dice Clara. Les llevó un año conseguir la primera donación, el 5 de abril de 2001 recibieron kilos y kilos de paté Swift. Y desde entonces la cadena empezó a armarse.
El próximo paso, cuentan, es doble. Por un lado, fomentar el desarrollo de Bancos de Alimentos en el interior del país. Por el otro, ampliar sus posibilidades al trabajo con productos perecederos, que por necesitar de una compleja cadena de frío todavía no han podido abarcar. Además, esto les permitiría complejizar el trabajo, ya que podrían procesar esos alimentos perecederos, enseñar el oficio, y entregar productos a los que la gente de menos recursos difícilmente accede, como frutas y verduras. Por el momento, son planes. Pero que ellas encuentran muy factibles de concretar porque creen que hay mucho capital humano dispuesto. “Hay mucha gente necesitada de ayudar a otros y a veces no sabe cómo hacerlo... Nosotros le damos la posibilidad”, dice Mercedes. Y si ella, que alimenta a más de 27 mil bocas desde hace un año, lo dice...