Viernes, 29 de noviembre de 2013 | Hoy
PERFILES > MARTA FORT
Por Flor Monfort
Su primera irrupción en la arena mediática tuvo todo el brillo del cartel de “madre de la criatura”. Ricardo Fort gritaba Mamaaaaaaa como un chico de 8 y ella iba de acá para allá tratando de explicar por qué había metido un cuchillo en una tostadora. Pronto apareció entrevistada en primera persona, declarándose primera fan de su estrafalario bebote; a veces con algunas copas de más se la vio cantando un bolero, de esos que Richard entonaba en el oído de su pareja de turno ante los ojos de toda la Argentina. Más tarde, consultada por esa caja de Pandora que resultó ser el matrimonio de su ex y padre de sus hijos, Felipe Fort, con la astróloga Aschira, dio muestras de su parsimonia, el papel de víctima del monstruo patriarca, a quien su hijo padeció en vida y repitió siempre que pudo que fue su peor pesadilla. Y hoy, abriendo los brazos y llevándolos al pecho, sospechada de haber repartido sus propios cd en el funeral de su hijo, Marta Fort es el arquetipo de madre que dice adorar a su retoño castigado, pero la historia ya la señala como una convidada de piedra con mucha más responsabilidad de la que quiere asumir.
El papel de dama estoica a quien la fama extravagante de su hijo le explota en la cara siempre fue su fuerte. Lo reconoce artista y genio, pero no respeta sus deseos y voluntades, al punto de llamar “empleado” al hombre que cuidará de sus nietos. También comentó en televisión, como al pasar, la deuda millonaria que lo ayudó a pagar y contó sorprendida, como una nena en una calesita, que Ricardo siempre fue heterosexual: “Se volvió gay con la muerte de su padre”, dijo como quien relata un capricho de jardín de infantes.
La imagen de Fort hoy, transmutado a puro gesto tierno gracias a la varita mágica de la muerte, ofreciendo sus dulces en un hospital de niños, le demanda mucho más a esa madre ausente que lo que le podría haber demandado en vida. Tal era su contundencia que no se veía a Marta, pero con un Fort ataviado de rey León recordado hasta en el noticiero, ella emerge egoísta y culpable: ¿dónde estaba ella cuando él se puso prótesis en los talones? ¿Dónde cuando su padre lo echó de la fábrica? ¿Dónde cuando reclamaba dedicarse a lo suyo y no al negocio familiar? Y ya que estamos haciéndole preguntas al viento: ¿Cuánto se puede hacer para ganar el amor de papá y cuánto se puede redoblar la apuesta de esa derrota para pretender que te quiera todo un país? Un país que le esquiva a la agresión pura y dura (Fort terminó expulsado de Bailando por un sueño por tirarle una piña a Flavio Mendoza) pero aplaude esa violencia solapada en los cortes de pollera y la manipulación del cuerpo para conseguir puntos de rating. Fort entendió todo y no entendió nada. Sabía qué tenía que hacer para conquistar público: echarse brillos, repartir billetes, mostrar la costra de Swarovski sin dejar pelotitas rebotando, pero no sabía cuándo frenar, y así terminó revolviéndole el café a Fariña o gritando que Flor de la V es un varón. Y con esa desmesura, su madre con gesto adusto y movimientos de tai-chi, no es difícil inferir que mucho tuvo que ver.
Dicen que en los hijos se despliega el malestar, la bronca contenida o el odio de estar donde no queremos. A Marta Fort la debería embriagar una gran inconformidad para que un hijo como Ricardo venga a saldar sus deudas: mirar para otro lado, no ver donde lo evidente se hace carne, hueso y morfina. Porque Fort fue una explosión de amor y locura que parecía tener algo más que un cajón lleno de golosinas: dos hijos lindos, una ex pareja amorosa, habilidad para relacionarse, talento para sobresalir en el ring mediático. Y sin embargo hoy se lo ve tan solo como chiquito, ignorado por todos pero sobre todo por esa mamaaaaa, perdido en un mar espeso y marrón chocolate.
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