TEATRO
relaciones peligrosas
Lengua madre sobre fondo blanco es una obra inquietante –que ya se repuso más de una vez– sobre los modos en que el lenguaje determina el entramado de relaciones, lo define, le da un “color” particular. Una de las actrices, Tatiana Saphir, habla de este universo de mujeres que se aman, se odian, se buscan, se repelen, se necesitan...
Por Soledad Vallejos
A mí me parece que hay algo ahí, en cómo es nombrada una por la madre”, dice la chica que hace 28 años fue nombrada Tatiana Saphir. Es de tarde y acaba de hacer un alto en los ensayos de una obra experimental que la trae de cabeza por las salas del Centro Cultural Rojas (Mutations, un proyecto internacional nacido en Alemania que investiga sobre la globalización produciendo obras en Estados Unidos, China, Nigeria, Alemania y Argentina. Podrá verse en diciembre). Entre sorbo y sorbo de café habla de ese maravilloso texto para el que, cada viernes a las 23 (en Espacio Callejón, Humahuaca 3759), pone el cuerpo: Lengua madre sobre fondo blanco. Rompecabezas complejo y de múltiples niveles, si los hay, de Lengua madre... podrían decirse montones de cosas: que demuestra cuánto puede construirse en teatro sin recurrir a una estructura lineal; que hace gala de tres intérpretes capaces de entrar en sintonía con una autora y directora (Mariana Obersztern) de mirada tan sutil como llena de ironía tierna; que si reestrena (ya había participado del Festival Internacional de Buenos Aires, y se había montado el año pasado) es porque hay un público dispuesto a disfrutar de un espectáculo exigente. Podríamos seguir diciendo cosas, pero para eso, mejor, está Tatiana, la actriz que fue tentada por la pareja de lesbianas en la película Tan de repente, la misma que de tanto en tanto aparece como enfermera en Sol negro. Tatiana, decíamos, la chica que, café en mano, se dispone a diseccionar pequeñas facetas del personaje que encarna en esa obra de mujeres que habla de una parte del mundo femenino desprejuiciada y filosamente.
Un lugar en el mundo
Hay un universo femenino puro fondo blanco, apenas habitado por algunos objetos blancos. Es un mundo recluido en los interiores domésticos, donde el afuera sólo puede llegar como voces en el teléfono o como relatos del presente peligroso y el pasado que se diluye, o se construye con frases de certeza dudosa. Ese universo está habitado por tres mujeres: Elsa (Marta Lubos), Betina (María Merlino) y Marta (Tatiana), madre e hijas que, en sus desigualdades, conflictos e incomprensiones, terminan por componer un núcleo cerrado, frágil en su equilibrio, inexpugnable en más de una manera.
Madre: Cuando ustedes nacieron yo estaba muy feliz. Tu padre no paraba de sacarles fotos. Mirá, acá tengo una foto de tu hermana Marta (muestra la billetera).
Hermana: Eso es una cebra del zoológico de San Pablo.
Madre: Tenés razón. No sé qué hace esta foto acá... Mirá hay una calcomanía de Shell. ¿Qué hará acá? ¿La puedo pegar en algún lado? Acá hay una estampita. Me la regaló Trisha cuando Marta y vos hicieron el pesebre viviente. ¿De qué hacías vos?
Hermana: De pastorcito que viene a anunciar el nacimiento del niñito Jesús.
Madre: ¿Y Marta?
Hermana: De vaca sagrada.
Durante Lengua madre... Tatiana es Marta, esa hija ausente mientras su madre (Elsa) y su hermana hablan de ella; la definen entonces, la definirán también en su presencia; ella, en una rebeldía socabada, silenciosa, contenida hasta en la rabia que, si pudiera, se liberaría en una sola explosión. Por lo pronto, ha conseguido algo que la diferencia de su madre y su hermana: se ha casado, y vive con su marido. En el principio, hay una madre todopoderosa, avasallante, capaz de ir desparramándose, en su amor y su desesperación, para dar todo aquello que sus hijas podrían necesitar y un poquito más de lo que ellas quisieran también. Hasta donde se sabe, un padre debe haber existido en algún momento, pero no se lo invoca más que como un fantasma de contornos difusos, alguien al que ninguna de las tres sabría dibujar con precisión yal que tampoco todas están dispuestas a imaginar. La madre, en cambio, fue sembrando en ellas rasgos propios, palabras, maneras de razonar y de desear en la vida. En Betina, la hermana de Marta, las huellas de esa mujer son todavía mayores: a ella la visita más seguido, con ella comparte más conversaciones (posibles sólo por la voluntad de construir y sostener un vínculo, por más absurdo y lleno de ruidos que sea el contacto), con ella habla de Marta, la hija que hace como que se aleja pero no termina de lograrlo.
–La madre es un personaje arrasador, tiene esta especie de impunidad cargada de emoción. Es como que ella va. El personaje se llama Elsa y nosotras hablamos de la “elsitud”, y de cómo esa “elsitud” tiene sus corolarios en la “betinitud” y en la “martitud”, en nosotras. Me di cuenta de que había algo en cómo ella nombraba a mi personaje que a mí me sirvió mucho: es esto de cómo se te ve, cómo se te nombra, eso sirve para armarse uno. Y me parece que tiene que ver con el personaje, esa cosa que es medio negada por la madre, medio desconocida, pero a la vez se la nombra y eso te conforma. Es un desafío el lugar de mi personaje. La madre tiene algo muy arrollador y muy empático. Por más que uno la ve y dice “ésa es una madre tremenda”, tiene como una especie de atracción, hace que una la quiera ver, ella se despliega de una manera muy tremenda y muy hipnótica. Y mi personaje viene a ser la antiempatía, tiene un peso y una cosa que en cualquier momento puede explotar pero no explota nunca, tiene algo retraído. Para mí es muy difícil.
–¿Por qué?
–Porque, en general, yo siento que tendería naturalmente a más empatía, a hacer de más o a buscar lugares que no son tan incómodos. Yo, como actriz, la paso bien en la obra, pero mi personaje no la pasa tan bien. Por ahí, en momentos en que juega con la hermana tiene un lugar más de esparcimiento, porque en los demás siempre está por detrás de lo que le está pasando. Siempre se está conteniendo, y siempre termina, de una forma u otra, medio frustrada: en relación a su madre, en relación a su vida... Hay una sola escena en la que están las tres juntas, y están sometidas a una especie de ritual familiar: traducen una canción, y es un momento en que se impone algo tradicionalmente traído por la madre.
Dice Tatiana que el tema, antes que la figura de la madre, es el vínculo entre esas tres mujeres: cómo necesitan para construirse a sí mismas de la mirada y las presencias de las otras, cómo el amor-odio no lo es todo en los vínculos. Hay, también, extrañamiento, necesidades de intentar la comunicación por más que la experiencia pueda terminar convertida en una misión imposible, resignaciones ante una realidad vincular que, curiosamente, terminan convirtiéndose en lo aceptado. Las tres saben a la perfección de qué se trata el juego: por momentos pueden quererlo más o menos, pero lo conocen, lo continúan, y, sobre todo, saben que no tan en el fondo es parte de ellas. Pueden definirse como hermanas, como mujeres con una vida propia armada afuera de ese hábitat tan blanco, pero si algo no va a cambiar (en ellas) es cómo han construido ese vínculo con su madre.
–Es como si fuéramos tres colores muy diferentes, pero que puestos en combinación dan algo muy extraño, y en lo que cada una tiene su mujer desplegada, cada personaje es una mujer muy diferente. En el vínculo de ellas tres, hay un intento de recuperar un pasado que no es claro. El tema es más cercano a las huellas que deja la madre que a la madre. Siempre en teatro se construye en relación, pero en esta obra es fundamental esa relación, todos los relieves y todas las texturas que tienen esos personajes es porque están en relación con las otras dos. Es una relación frágil por donde la mires, hay un equilibrio frágil. La madre, a pesar de ella, es así: es a su pesar, no es que hay una voluntad. Hay algo de núcleo indivisible: aunque no estén las tres juntas, siempre las ves. Es como si uno no se pudiera separar nunca, en realidad, de esa marca de la madre y del lazo. El personaje de Betina, mi hermana, sigue hablando la lengua de la madre, está atrapada, no puede salir de ese discurso, de esa discursividad, mejor dicho. Y mi personaje sí puede hablar otra lengua, pero está tan en cortocircuito con la otra que es como si no estuviera. Siempre hay algo de un lenguaje en común en los vínculos. ¿Viste que cada familia es un mundo? Bueno, cada familia es un lenguaje, es un determinado mundo de códigos.