MEDIOS
Hay una pregunta que cae como una pera madura después de revisar la publicidad de –al menos– los últimos 30 años: ¿De dónde a dónde iba el largo camino que recorrieron aquellas muchachas? Porque si era para llegar hasta acá –a estas coordenadas de tiempo y espacio–, las mujeres parecen haber perdido el rumbo o estar desde siempre caminando en círculos. En fin, en el espejo de la publicidad se ven mujeres flacas, bellas, exitosas, buenas madres, trabajadoras... de las reales, ni noticias.
Eramos tan lindas
En las publicidades, aun cuando tengan algún conflicto existencial prácticamente
insalvable (celulitis, acné, pelo desacatado que necesita ser disciplinado),
deban sobrevivir a días de 25 horas (trabajo, vida personal, familia)
o encargarse de las tareas domésticas, las chicas son divinas, frescas,
afables. Tienen un buen humor envidiable, y eso por no hablar de la curiosa
y exacta correspondencia entre sus medidas y las que prescriben los modistos
(perdón, diseñadores) del momento. Si tienen 15 años, como
si tienen 30 o 50, su piel parece no haberse enterado jamás de los imperativos
biológicos (todo se transforma) o de cosas tan prosaicas y autoritarias
como la ley de gravedad. Para la publicidad, todas las mujeres son bellas,
afirma Adriana Amado Suárez en el interesantísimo (y recién
salido a la calle) estudio La mujer del medio (Libros del Rojas), un compendio
analizado de la mujer según los medios en Argentina durante los últimos
años. Cualquier cosa sirve para representar la mujeridad universal
(...) La crema es belleza, el champú es pelo sano, el yogur es salud,
la toallita es limpieza (...) Baudrillard señalaba que en la sociedad
de consumo no existe la elección enteramente libre, ajena a la relación
con los otros. Por eso dice que el consumo es una moral, un conjunto colectivo
de valores simbólicos, cuya fortaleza reside en su capacidad integradora.
En esta lógica, ser flaca y linda (o aspirar a serlo) es la condición
para pertenecer al grupo. La publicidad suma a su carácter pedagógico
(una mujer debe ser...) un marcado espíritu de reclutamiento (pertenecer
tiene sus privilegios...). Si ver es desear, y participar de las ceremonias
simbólicas masivas que garantizan la pertenencia a algún grupo
(ver la tele a la noche para, a la mañana siguiente, comentar con amistades
o gente del trabajo; pispear aunque sea de reojito el noticiero de medianoche
para tener alguna idea de qué paso durante el día) asegura que
una tiene algún tipo de noción y lugar en lo que la academia llama
realidad social y el mundo extraacadémico vida cotidiana, resulta claro
que la publicidad sabe con qué juega cuando juega. No por nada, el arte
de vender productos fabricados en serie a un público de escala masiva
se desarrolló al mismo tiempo que se afianzaba la sociedad de consumo
y se descubrían los poderosos efluvios de los mediosde comunicación
(los diarios de masas y las publicaciones destinadas a clases medias y populares,
el cine, la radio). Lo de la publicidad es provocar un deseo, despertar el enano
consumista que todos llevamos dentro para que los anunciantes y los fabricantes
sean felices y cuenten perdices. Pero un deseo despliega siempre una doble dimensión:
es, por una parte, lo que no se posee y sin embargo se codicia; y afirma, por
la otra, que existe al menos una posibilidad de alcanzar esa meta codiciada.
Porque digamos: si una publicidad promete y ensalza algo demasiado inalcanzable,
tan pero tan lejano a las posibilidades de la mayoría, es más
probable que despierte frustración a que dé ganas de bañarse
con jabón de durazno para convertirse en Araceli González y caminar
sobre la barra de un bar. (¿Estábamos hablando de modelos alcanzables?)
Me parece que no hemos valorado todavía que en un mensaje aún
hay una serie de valores culturales implícitos, y que si no los repudiamos
los estamos aceptando. Y son valores que están presentes en todos los
órdenes de la vida, sólo que, en el caso de la publicidad, tenemos
como un amplificador. Investigando para el libro, un publicitario me decía:
Si nosotros ponemos una señora fea, bruja, gorda, no lo va a ver
nadie, porque a nadie le gustaría verse como es. ¿Viste que cuando
aparece una cámara de fotos todo el mundo tiene el reflejo de acomodarse
el pelo, pensando que se tiene que ver de una manera diferente de como sos?
Bueno, es cierto que hay cierta emulación, es como un sueño. Ahora,
la pregunta es por qué esos supuestos van para ese sentido y no van para
otro dice Adriana Amado Suárez.
La mujer argentina según la publicidad es: joven (más allá
de la edad que tenga, la vida que haya tenido o el stress que la vaya ganando;
como dice la publicidad de un centro de estética: tu documento
dice 50. El espejo dice 30), delgada (será porque toma el yogur
que activa las enzimas óptimas para reactivar el intestino), de cabello
larguísimo (lacio porque sabe usar el shampoo que lo disciplina), madre
(a excepción de las adolescentes y las adolescentes tardías, no
hay mujeres solteras, divorciadas, ni nada por el estilo). Por flaca, maquillada
y abnegada (dentro y fuera de la casa), la mujer argentina es bella, bellísima...
tanto, que apenas se parece a las que se ven por la calle, y tan esmirriadas
que, en la vida real, definitivamente no podrían llevar adelante ni la
mitad de las actividades que se supone que hacen.
Lo que suele suceder, plantea Mercedes Tiagonce, directora de arte de Young
& Rubicam y una de las poquísimas mujeres que lograron hacerse un
lugar en el mundo publicitario, es que los comerciales suelen plantear su estructura
a partir del deseo máximo: lo aspiracional, ese lugar al que, supuestamente,
quienes van a consumir un producto quieren llegar en el acto con el consumo.
La mina puede ser rara, pero ¿fea? En cambio, un tipo sí
puede ser feo, y en la mayoría de los comerciales los tipos son feos.
Ellos aparecen más feos, más raros, de todas las edades. Pero
con las minas es difícil. Ahí corre más el prejuicio, aunque
en cuanto a los roles no tanto. En todo caso, te dicen, que aparezca en otro
rol, pero que sea deseable. Eso siempre, y que no sea de algún barrio
pobre.
Pasando en limpio: ni personajes económicamente alejados de la clase
media que supo existir antes de diciembre de 2001 (la de ahora ya es otra cosa,
vieron), ni mujeres que permitan sospechar la existencia de una diversidad.
No hubo, ni hay, en las publicidades, un modelo posible alejado de los mandatos
de belleza instalados por... ¿por quién? Todavía más:
la belleza femenina (¿hay otra?, ¿cómo que debería
haber varios modelos de belleza?, ¿cómo que podría venderse
sin belleza?), en 2003 como pasó en los 50 (y un poco más
atrás también) vende desde lo que le compete directamente (cremas,
tratamientos, ropa, cosméticos de todo tipo) hasta... ¡autos, heladeras,
desodorantes masculinos, cartuchos de impresoras, productos de limpieza!, y
siguen las firmas (lo que se acaba es el espacio).
Chicas de su casa
Entonces, asumiendo que la mujer, en primera instancia, es definida por la exterioridad
(sé linda, nena, y no te preocupes por el cómo), cabe preguntarse
qué viene después. Es decir, una vez que ha dejado sus mechas
de impresentable para convertirse en un muchachita visible, ¿qué
es lo que se supone que puede ser? Repasemos: es encargada absoluta de la limpieza
del hogar (la chica del marido baboso, de hecho, no estaba más que castigando
al señor al desafiarlo a lavarse la camisa él solito); abnegada
servidora atenta a las necesidades de los demás (se alegra porque el
dentífrico es bueno para su familia, compra el yogur pensando en ya saben
quiénes, adora una marca de papas fritas porque le permite cocinar rápido
para su familia, aun cuando esté cansada ¿y si cocinan ellos?).
Si no es linda porque la nariz está un poco torcida, es linda porque
ha demostrado tanto sacrificio como para ser merecedora del premio a la virtud
(un electrodoméstico, claro, ¿alguien pensaba en otra cosa?).
Definida en función del amor hacia el prójimo, nunca es ella la
que decide qué auto será más eficiente, o la que llegue
a su casa y encuentre, con toda naturalidad, a su marido preparándole
la cena, o aún mejor: que llegue a su casa y esté sola. Que sea
una mujer madura, profesionalmente exitosa y sin familia (por decisión
propia, por divorcio, por lo que fuera). No existe, chicas, olvídenlo.
La mujer argentina sólo se diferencia de Lita de Lázzari por un
par de detalles (la estridencia de la voz y el peso, además de los programas
de televisión que supo tener), porque aun cuando el modelo de ama de
casa a tiempo completo no sea el dominante, tampoco termina de aparecer la mujer
que, según las estadísticas, es la que mantiene la mitad de los
hogares del país.
Cuanto mejor es la publicidad, más tiene que ver con lo que está
pasando, con el momento social acota Maureen Hufnagel, directora creativa
de Young & Rubicam (una de las escasísimas mujeres en lugares de
decisión del mundo publicitario local). La gente tiene realidades,
y la publicidad las tiene que mostrar. Desde hace algunos años, el aspiracional
no tiene nada que ver con el ama de casa tradicional. Por eso los estereotipos
se están perdiendo cada vez más y la idea es pensar lejos de los
estereotipos, yo creo que ahora eso está más mezclado. De todas
maneras, esos cambios en la sociedad no sé si se reflejan tanto, por
ejemplo, en la cantidad de mujeres que están trabajando en las agencias.
Otras cosas, sí. Los hombres compran en el súper, o a veces van
al shopping, por eso en general esos avisos no son para mujeres o para hombres.
Los dos trabajamos hasta las 10 de la noche, así que los dos podemos
perfectamente ir a comprar al supermercado.
Hablando de eso, en enero de este año, una investigación del Centro
de Estudios de Población reveló los alcances efectivos de la igualdad
entre hombres y mujeres en la vida cotidiana. ¿Adivinen? Sólo
en el 8 por ciento de los hogares de ingresos bajos y en el 15 por ciento de
los de ingresos medios, los varones aceptaban compartir en partes
iguales las tareas domésticas. El resto, directamente, ni lo consideraba
o lo hacía solamente a pedido. Eso sí: la mayoría no tenía
problemas en ir a hacer las compras.
La belleza, la ballena
y el gimnasio
Menos mal que quedaron atrás los malos viejos tiempos en que una empresa
promocionaba su bebida de piña colada con una muchacha de ojo en compota
rogando a cámara: dame otra piña. Habrá sido
la tremenda polvareda que lograron levantar en su momento los grupos de mujeres
cuando alertaron qué tan cerca (mucho, era muy cerca) estaba ese chiste
de banalizar y hasta elogiar la violencia de género. Tal vez, inclusive,
episodios como el asesinato de Alicia Muñiz a manos de Monzón
hayan disipado para siempre toda posibilidad de que alguna vez una publicidad
vuelva a tener tan poco cuidado con un tema semejante. Sin embargo (siempre
hay un pero), otros pequeños temas se sucedieron y no hace tanto. Por
ejemplo, noviembre de2001: pequeño escandalete por los avisos inmensos
que rodeaban las avenidas Lugones y Cantilo. Eran grandes, distraían
a quienes manejaban... ¡porque eran casi todos de fotos de chicas desnudas!
Lección número 1: las mujeres no manejan; lección número
2: está bien poner chicas desnudas porque llaman la atención;
lección número 3: que llamaran la atención podía
ser dañino... para la circulación vial. ¿Alguien pensó
que alguna voz podría reaccionar indignada por la humillación
a las mujeres que puede significar el ser encasillada como objeto sexual? Además
de la peligrosidad vial que implicaban, los avisos, se indignó un diario
tradicionalísimo, degradan la belleza del cuerpo femenino al exhibirlo
como una mercancía. Desglosemos: el daño era ¡a la
belleza del cuerpo!, no a la dignidad, no al status de objeto sexual. Lo que
sí hería era la sensibilidad colectiva, la delicadeza
y buen gusto ciudadanos. Porque, claro, la libertad irrestricta
se puede convertir en libertinaje cuando no sabe convivir en armonía
con la moral y las buenas costumbres, lo que implica, desde ya, que está
bien que la mujer sea objeto, pero que por lo menos esté un poco vestida.
Ayer nomás, en abril de 2002 el gran escándalo publicitario fue
el asombroso aviso de Slim que comparaba a una chica con una ballena. La Asociación
de Lucha contra la Obesidad se indignó y reclamó al Comfer, que
decidió tomar cartas en el asunto y dictar una medida ejemplar. Era,
sancionó el organismo, discriminatorio en parte: lo prohibió
porque se había emitido en horario de protección al menor, y era
perjudicial que los niños vieran cómo trataba a los obesos. De
cuán discriminatorio y opresivo puede resultar para una mujer la naturalización
del ideal de delgadez extrema como mandato obligado, ni mu. Igual, no fue grave,
al poco tiempo el canal que lo había pautado apeló... y la Cámara
Nacional en lo Contencioso Administrativo le dio la razón, qué
problema había en pasar a la chica atormentada con convertirse en ballena.
Lo pasado pisado, podría pensar cualquier despistada. Lástima
que ahora, en estos días, la tele sigue ahí, pasando como si nada
la publicidad de un proveedor de Internet que consiste en una brillante idea:
¡30 segundos de las tetas de una chica, en remera blanca y sin corpiño,
haciendo gimnasia! Claro, en la remera está el número de teléfono
que hay que marcar para conectarse a la red. Como para despejar dudas, la voz
de un hombre remata: ahora no te olvidás más de este número,
porque como todo el mundo sabe, sólo los hombres usan Internet y miran
TV... Ajá.
Observando
El catalejo iba a llamarse uno de los proyectos frustrados de la
manera más boba en los últimos meses: el Banco Mundial había
canalizado una donación japonesa que debía combinarse con otros
aportes del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, pero los problemas administrativos
y las trabas burocráticas siempre pueden más. Ergo, la fecha impuesta
por el BM para dar por concretado el proyecto pasó sin que la contrapartida
oficial argentina hiciera lo propio y el proyecto se cayó, al menos de
momento. ¿Pero qué iba a hacer el catalejo en cuestión?
Iba a ser una especie de observatorio de publicidades discriminatorias,
para sensibilizar a la opinión pública para que pudiera identificar
mensajes sexistas y discriminatorios. Y también para canalizar las denuncias,
para que llegaran a los publicistas explica Bet Gerber, una de las mujeres
del equipo de especialistas en comunicación y género que participaron
de la iniciativa tan burdamente dada por cerrada.
Lo que se pretendía no era, ni más ni menos, que algo similar
a lo que ocurre en lugares como Francia, donde el colectivo Chiennes de garde
integrado por intelectuales y personajes de cierta influencia cultural
y política logró llamar la atención del Estado hacia
publicidades claramente sexistas que, sin embargo, ni a agencias ni a anunciantes
(ni al gobierno mismo, hasta que se lo dijeron) les había parecido demasiado
tremendas. Denunciar cuánto sexismo había en el aviso de una mujer
desnudaen cuatro patas al lado de una oveja, por ejemplo, fue uno de los casos
más sonados: tal fue la indignación que despertó entre
el movimiento de mujeres y entre los grupos de consumidores que terminó
siendo levantados. Y tal parece que todos los implicados habían comprendido
la gravedad del asunto, porque allí, a diferencia de lo sucedido con
la chica-ballena, nadie apeló. (En el caso de la publicidad de Slim,
por el contrario, la apelación se hizo por un motivo clarísimo:
el canal no quería que las sanciones fueran un mal antecedente,
resumió el segundo fallo). El catalejo, inclusive, llegó
a producir una cantidad de material didáctico (que pensaba distribuir
entre instituciones educativas y especialistas de la publicidad y la comunicación)
que ayuda a delimitar, con precisión, cuáles son las dimensiones
de los estereotipos de género, de manera que evitarlos (entendiendo por
qué, fundamentalmente) fuera algo posible aun en lugares donde el vértigo
laboral suela impedir demasiada reflexión. Está por verse si las
articulaciones que este grupo de trabajo pueda tejer con otras ONG o instituciones
interesadas en que tanta investigación y producción tenga, finalmente,
la aplicación que lo inspiró (si en un tiempo no sabemos más
nada del asunto, sabremos en cambio cuánto importa realmente al ámbito
institucional trabajar por la equidad), pero entretanto cabe preguntarse qué
pasaría, en caso de que un observatorio semejante estuviera funcionando.
Definitivamente es un caso muy hipotético apunta Mercedes
Tiagonce-, pero creo que su poder dependería de quién componga
ese grupo. En algún sentido, de acuerdo con la mentalidad y la apertura
que pueda tener ese grupo va a depender si puede ayudar o perjudicar. Nosotras,
en general, pasamos por una instancia de testeo que, salvando las distancias,
también puede funcionar de esa manera. Si tiene sentido común,
puede ser constructivo, sino, puede ser un horror, que nos maten ideas solamente
por prejuicio.
Nosotras siempre tenemos un momento de reflexión previo cuando
vamos a pensar un aviso aclara Mariela Simirgiotis, redactora publicitaria
de Young & Rubicam. Se hace siempre cuando te pasan un brief de trabajo,
un algo a comunicar, y junto con eso te pasan el target al que va dirigido.
En función de eso es que pensamos qué es lo más adecuado.
Con muchos comerciales de productos para niños, directamente te dicen
necesito comunicarle a la madre, no te dicen a los padres.
Siempre es la madre el referente de compra. Genéricamente, los clientes
mismos manejan la noción de comercial para las madres.
Cuando empiezan a registrarse cambios en esas representaciones publicitarias,
¿por dónde empiezan?
En general, a propuesta de la agencia, pero es tomado con naturalidad
por los anunciantes. En algunos casos, puede venir de los anunciantes directamente,
pero son pocos los que tienen mujeres en lugares de decisión.
Tal vez, de la patada que den las mujeres al techo de cristal que les impide
llegar a cumbres jerárquicas en las empresas dependa, en gran parte,
el permiso que tenga la chica linda, sumisa y virtuosa de la publicidad para
crecer y animarse a ser una persona completa. Quién sabe. Adriana Amado
Suárez, que apenas logra reponerse de haber consumido con ojo atento
tantas horas de productos de limpieza y cremas antiarrugas, tiene también
su teoría:
Uno tiene que ser consciente de que cuando va y compra un producto, no
solamente compra lo que está adentro. Compra todo, la lógica que
viene con el producto, porque en la medida que vos decís mirá,
sigo comprando el jabón que Fabián Gianola hace probar a todas
las mujeres del país (porque nunca hasta ahora se lo dio a probar
a un hombre), ellos siguen ratificando que Gianola es efectivo en su mensaje.
Entonces, lo convocarán para el año que viene, y seguirá
persiguiendo mujeres para que le muestren las bombachas y las medias. La publicidad,
por sí sola, no va a cambiar. No vas a ser revolucionario, vas a lo que
ya sabés que te dio resultado.Entonces, el cambio no puede esperarse
de la industria. Tiene que venir de otros lados, donde se empiece a mostrar
que hay otros modelos, que también dan resultado, y ahí va a ser
adaptado. La cuestión, hasta entonces, será decir: ese jabón
en polvo nos insulta, no compremos ese jabón en polvo.
¿Qué habrá sido primero? ¿El ama de casa o el jabón
en polvo que deja todo tan inmaculado como la nieve?
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