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Viernes, 7 de febrero de 2014

PANTALLA PLANA

Con tetas tampoco hay paraíso

Escobar, el patrón del mal, la narconovela que rejuveneció a Canal 9, no sólo descuella en su tarea de revivir la historia del zar de la cocaína más famoso de la historia; también yerra al mostrar personajes femeninos groseramente delineados.

 Por Guadalupe Treibel

Desde comienzos de enero, su nombre ha salido del panteón de los recuerdos para instalarse en la memoria inmediata de los argentinos, sacudirse el polvo (simbólico, lejos de aquel que se aspira) y allanar cualquier duda acerca de una vida que siempre se resumirá fallidamente. En principio por la dificultad evidente de, en efecto, sintetizar una vida; luego, por el claro ajetreo de los días y meses que compusieron sus 44 años (murió en el ’93). Como sea, el asunto es claro: Pablo Emilio Escobar Gaviria fue un personaje complejo. Y la tira sensación Escobar, el patrón del mal –que ha hecho estragos de rating en Colombia con un share promedio del 63 por ciento en 2012, cuando se estrenó, y una repercusión impensada en Canal 9, donde se emite localmente– muestra al dedillo la enmarañada personalidad de dicho antihéroe.

Político, zar de la cocaína, mafioso, ladrón de lápidas, simpatizante leninista-marxista, hombre rico riquísimo, poderoso, “el segundo más importante después del Papa” (según declara su ficcional yo), padre, marido, hijo, líder del Cartel de Medellín, controlador del 80 por ciento del narcotráfico por aquel entonces, self-made man, creador del paramilitarismo en su país, dueño de un nutrido zoológico y batallador incansable en una eterna pulseada contra el gobierno, este Robin Hood de clase baja fue el verraco bandido que reconfiguró el mapa nacional (de Colombia) en los ’80 y principios de los ’90. Por todo esto y mucho más, el hombre merecía una ficción acorde con sus “méritos”, y nobleza obliga: El patrón del mal sí que está a la altura de las circunstancias, con sus más de 1300 actores (capitaneados por el camaleónico Andrés Parra, en la piel del protagonista) y 500 locaciones entre Colombia y Estados Unidos.

“Quien no conoce su historia, está condenado a repetirla”, reza la placa iniciática de la tira diaria que, ya por su capítulo 60 y piquito, no se cansa de repetir la advertencia. No es para menos: a Escobar se lo vincula con más de 10 mil muertes, incluidas las del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, y el director del diario El Espectador, Guillermo Cano Isaza, de firme lucha contra el narcotráfico. Sin embargo, eso no le ha quitado una pizca de bienaventurada fama entre buena porción de su natal Medellín, donde las oportunidades laborales que ofrecía –ídem viviendas populares– siguen teniendo asidero entre quienes lo defienden. Pero volviendo al regadero de sangre: entre materiales de archivo y perfectas recreaciones (con algunas licencias artísticas, por supuesto), tanto los asesinatos de Lara y Cano como tantísimas otras muertes, transas, amenazas, negociados y romances (es un culebrón, al fin y al cabo) son narrados cuidadosamente por la narconovela de Caracol Televisión. Narconovela que, por otra parte, se suma al éxito de otros ejemplares del género (Sin tetas no hay paraíso, El Cartel y El Capo, por mencionar unas pocas).

Ahora bien, lejos del éxito (los altísimos niveles de audiencia), las repercusiones (que el hijo lanzó remeras temáticas de su padre, que trabaja en tal universidad argentina y vive con su madre y hermana en el barrio de Palermo, etc.) y las reiteraciones (toda la grilla de Canal 9, incluido el cocinero del mediodía o los improvisados panelistas de Bendita TV agotan los esfuerzos por promocionar cada capítulo), está la historia, basada ella en el libro La parábola de Pablo, del periodista Alonso Salazar. Y están, claro, las mujeres de la historia. Y allí es donde esta fabulosa serie (qué refrescante ver un programa en la pantalla local donde la cámara ¡se mueve!, existen los exteriores, hay dirección de actores, dirección de arte, caracterización sutil y efectiva...) hace agua. Porque, hay que decirlo: las damas y damitas que acompañan el universo Escobar están para la lágrima... Literalmente...

Y es que el rol que les ha sido asignado a las secundarias (siempre “mujeres de”: políticos, milicos, periodistas, otros narcos) es la de la del coro griego disgregado; es decir: aquellas que anuncian la tragedia venidera sin lograr que sus mariditos hagan caso del peligro y después, ya viudas, lloran sobre remanidos violines (que subrayan el melodrama). Ellos son guapos; ellas, lloronas. A las “protagonistas”, lamentablemente, tampoco les cabe un espacio demasiado memorable, estereotipadas hasta la médula en ese cantar criollo de “la santa madre/la bendita señora” versus “la fulana”. Con echarles un vistazo a las tres damas principales que rodean a Escobar, alcanza y sobra para darse una idea acabada...

Para empezar, Regina Parejo (Angie Cepeda), la amante “oficial”, su “Manuelita Sáenz”, señora de alta alcurnia, independiente y presentadora number one de noticias televisivas, prometía más de lo que viene cumpliendo. Nombre ficcional de Virginia Vallejo (tal es la verdadera, de carne y hueso), la mujer que se animó a cantarle las cuarenta a Pablo, a aconsejarle sobre cómo proceder frente a la prensa y validar su puesto político de congresista ante los ojos de la opinión pública, apenas si sirve al costado más novelesco de una tira que pesa más por los tiros que por la apuesta rosa. Y, al parecer, en el mundo narco, los tiros los disparan varones; las mujeres, a la cucha. “Usted tiene edad para cuidarse sola; yo a quien cuido es a mi mujer”, le increpa el patrón de la serie cuando ella le demanda atenciones, dejando en claro quién lleva la batuta. Demostrando, además, que, en el mejor de los casos, el rol de Parejo sirve para ejemplificar que, en efecto, el hombre consigue todo lo que se le pone entre ceja y ceja.

Por lo menos, a Regina le va mejor que a otra amante, una cría jovencísima que queda preñada y, tras negarse a practicarse un aborto, es drogada y enviada a los establos de la mítica Hacienda Nápoles, donde un veterinario le interrumpe el embarazo. Lágrimas, billetes, más culebrón. Y la mirada impoluta de un Escobar al que no se le mueve un rulo al ordenar tamañas tremebundeces. “La única que tiene autorización para parir un hijo mío es mi mujer”, afirma Pablo allá por el episodio 15. Y Patico (tal es el seudónimo al que responde la original Victoria Eugenia Henao, que se casó con él cuando tenía apenas 15 años y que es interpretada por Cecilia Navia) hace eso: darle un nene, una nena, tener berretines de señora celosa y mirar para otro lado cuando el negocio oscuro llega, de prepo, a su casa. También es fiel, perdona y toma cualquier respuesta por válida. Patico “es” de Pablo y se conforma con poco (un cuadro de Dalí, un auto ABC1...), aunque siempre aclara que lo único que le importa es el cariño de su querido. Siendo la esposa del capomafia de todos los tiempos, ¿no es sospechoso que sea tan caída del catre? La falta de pimienta, sal y alguna capa dimensional de la Patico es una falla irremontable, señores guionistas.

Finalmente, la santa madre. Santa y devota, pidiéndole al niño Jesús que intervenga por su hijo y lo cuide, ocupando –en sus pocas apariciones– el lugar de oráculo de la familia. En las pieles de la señorial Vicky Hernández, Hermilda Gaviria lleva el halo cristiano hasta las últimas consecuencias, despreocupada –eso sí– por la moral y el don de gentes. Cual mamá oso que sólo cuida a sus crías (y las crías de sus crías), lo suyo son las máximas (¡esténse atentas a las máximas!): “Dependiendo de la rata, se pone el veneno en el cebo” o “Una cosa es el miedo y otra la prudencia” son algunos de sus “destacados” aportes. Aunque el más determinante (para la ficción, al menos) lo dispara muy al comienzo de la tira, cuando el niño Pablo se manda una guarrada en el colegio: “Este mundo es para los avispados, no para los tontos, y usted tiene que aprender con quien cazar las peleas. El día que usted haga algo malo, hágalo bien hecho. No sea tan pendejo de dejarse pillar”. Lección que el muchacho aprendió lo mejor que pudo, con suficiente viveza como para convertirse en uno de los 7 hombres más ricos del planeta. Y uno de los más letales. Con todo, a no dejarse confundir: ésta no es una tira de matriarcados.

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